Diseño de tapa: Alejandra Benítez Composición y armado: Andrea Di Cione
Impreso en Argentina • Printed in Argentina
Ediciones El Cielo por Asalto

 

INDICE

Introducción

7

I. El discurso de la guerra

15

II. Objetivo político

23

III. Propósito militar

31

IV Táctica y armamento

41

V Economía de guerra

49

VI. Disciplina y discípulos

69

Conclusiones

87

 

 

I

EL DISCURSO DE LA GUERRA

 

Escribo como medio y arma de combate,
que combatir es realizar el pensamiento.

Sarmiento


 

Vamos a intentar aquí distinguir y analizar las dos modalidades bélicas enfrentadas en la literatura sarmientina: Civilización y Barbarie. Se nos permitirá para ello que a menudo echemos mano de Clausewitz, cuando hagamos referencia categorías pertenecientes a la teoría de la guerra. Al igual que Clausewitz, Sarmiento verá en la guerra un instrumento de violencia para alcanzar una finalidad política: la guerra será un acto de fuerza para imponer una voluntad a un adversario.
Pero como decía ya Clausewitz no hay que confundir el objetivo político (Zweck) con el propósito militar (Ziel), por más que aquél se alcance a través de éste: la guerra es la continuación de la política pero por otros medios. El objetivo es imponerle una voluntad al otro, y podría llevarse a cabo pacíficamente si el otro, obstinado en su resistencia, no se armara para impedirlo: como dice Clausewitz, la guerra siempre comienza por la defensa. Sólo cuando el otro se convierte en adversario militar, el político recurrirá a su brazo armado. Los propósitos militares, entonces, pueden ser ya aniquilar al enemigo, ya desarmarlo (y veremos que Sarmiento opta por lo segundo).
El triunfo militar, luego, creará las condiciones necesarias para imponer una voluntad política. No es casual que Sarmiento haga hincapié en esta distinción entre objetivo y propósito: quiere tomar distancia de Rosas para quien la política era la gestión estratégica de las coacciones ya que se confundía con el propósito militar: su política era una poliorcética.

Esto no quiere decir, claro, que la política de Sarmiento no nos depare algún que otro temblor.
Así podrán distinguirse en Sarmiento tres sujetos. Cada uno de ellos, como en Clausewitz, ocupará un lugar jerárquico en la trilogía bélica: el jefe político postula el objetivo; el comandante militar diseña la estrategia para alcanzar el propósito marcial; el soldado, por último, usa su fuerza y sus armas en la maniobra táctica. La guerra reúne, pues, esta "sorprendente trinidad": la voluntad política, la inteligencia estratégica y la violencia armada.
Recordemos que la táctica es el arte de combinar y conducir las fuerzas individuales con vistas al encuentro aislado. La estrategia, en su lugar, combinará estos encuentros para alcanzar el propósito militar final: "La táctica -decía Clausewitz- enseña el uso de las fuerzas armadas en los encuentros y la estrategia el uso de los encuentros para alcanzar el propósito de la guerra"
2.
En este sentido todo el pensamiento militar de Sarmiento estará atravesado por un modelo combinatorio. Hay combinaciones estratégicas y tácticas, e incluso, si pensarnos en el cuerpo mismo del soldado, su unidad relativa no será más que una máquina combinatoria: coordinación compleja y rigurosa de miembros, armonía de los gestos, corrección de las posturas, compacidad de los actos, etc.
La trinidad bélica se presenta, además, como un sistema jerárquico de mediaciones. En éste la noción antropológica de uso está a la orden del día. Hay en Sarmiento una primera "pragmática" de la guerra: el objetivo político se alcanza por medio de la estrategia militar; el propósito militar, a su vez, se conquista mediante la acción ordenada y eficaz de las unidades tácticas de asalto y resistencia. Esta pragmática plantea un uso proyectivo del arma o la herramienta. Está presente en las opiniones de Sarmiento acerca del ejército como "instrumento" de la política pero también, por ejemplo, acerca del cuchillo como "instrumento" del gaucho, prótesis agresiva o laboral de su cuerpo.
Aún así, habrá que considerar una jerarquía inversa, una segunda pragmática de la guerra. Ya no se tratará de un uso proyectivo del instrumento sino de un uso introductivo: la herramienta o el arma dejan de ser instrumentos y se convierten, como diría Marx, en "máquinas": se establece una nueva alianza entre el cuerpo y el arma. Un ejemplo lo tenemos en la "simbiosis" del gaucho y el caballo: el carácter de un individuo, sus deseos e ideas, dependerán, en este caso, de los medios que dispone para luchar o trabajar; como diría Hegel, las armas son la esencia misma de los combatientes. Desde este punto de vista, los progresos del poder armado condicionan el estatuto del propósito militar y, con ello, la inteligencia estratégica. Por lo mismo, varían los objetivos políticos alcanzables y las pretensiones de los gobernantes.
Claro que ya Clausewitz aludía a esto: el objetivo, afirmaba, "debe adaptarse a la naturaleza de los medios a su disposición y, de tal modo, cambiar a menudo completamente"
3. Pero para Clausewitz este ajuste era meramente coyuntural: la sagacidad política consistía en saber renunciar o postergar a tiempo las finalidades políticas inalcanzables por las restricciones en el poderío armado. Para una dialéctica de las pasiones esto quería decir: los sacrificios de la guerra pueden ser demasiado onerosos y vencer, en combate a muerte, a los motivos que la suscitaron.
Para Sarmiento, en cambio, el progreso tecnológico en los armamentos y en las tácticas que estos engendran, condicionan los objetivos postulables. Como veremos luego, la democracia como sistema político sólo fue posible, para Sarmiento, cuando las armas de fuego irrumpieron en occidente y tornaron inútiles a fortalezas y armaduras, cuando la infantería y la artillería triunfaron por sobre la caballería, cuando la plebe desplazó del campo de batalla a la nobleza.
La inteligencia estratégica no puede definirse de una vez para siempre a partir de reglas eternas: las categorías de deliberación estratégica se modifican con los progresos técnicos en el armamento. Tampoco las categorías esenciales de los ideales políticos pueden conocerse a priori, como pretendían los racionalistas y apráxicos unitarios: estas categorías se modificarán también junto con la evolución del armamento, junto con las variaciones eventuales de las estrategias posibles.
Primer axioma, pues, que nos interesa de Sarmiento: la voluntad política y el poder armado se hallan en una relación de determinación recíproca o de condicionamiento mutuo. La historia política de los pueblos estará indisociablemente unida al progreso tecnológico de sus armas: línea ascendente de poder y de provecho militar o económico de la energía.
Podemos adelantar, así, una primera definición de progreso, tal como subtiende al discurso sarmientino: la voluntad política no tiene un objetivo trascendente al sistema, su finalidad no es otra que el incremento ilimitado del poder de obrar del ejército, vale decir, el perfeccionamiento táctico de los medios disponibles. En la medida en que este poder se incrementa (o progresa), la voluntad podrá ambicionar nuevos objetivos, siempre y cuando éstos no sean fines en sí mismos sino medios idóneos para acrecentar aún más las capacidades operativas de ese ejército. El propósito militar era desarmar al enemigo, pero el objetivo político será armar y entrenar a los aliados.
Por ejemplo cuando debe hablar de los objetivos políticos de la educación popular, Sarmiento dirá: "El poder, la riqueza y la fuerza de una nación dependen de la capacidad industrial, moral e intelectual de los individuos que la componen; y la educación pública no debe tener otro fin que el de aumentar cada vez más el número de individuos que las posean"
4.
Por eso el pensamiento sarmientino aporta, entre nosotros, una buena cuota de novedad. Ya no confunde la finalidad política con la militar, como, según él, hacía Rosas. Unirá, esta vez, los destinos de la deliberación política a los del ordenamiento táctico. Gobernar no será tanto planificar una estrategia armada contra una población, como extender la maquinaria de una táctica militar sobre la sociedad.
De ahí el anti-rosismo o el anti-terrorismo de Sarmiento. Porque esta oposición histórica a la tiranía se deriva de aquel cambio en la perspectiva política y militar. El pueblo ya no será el propósito bélico, un ejército al que atacar o del cual defenderse. El gobernante establece ahora una alianza militar con el pueblo: éste deviene medio táctico. El estratega, entonces, ya no lo acosa: lo organiza. No lo amenaza: lo administra. Con Sarmiento el cuerpo social se convierte en un disciplinado cuerpo de tropa.
Rosas, el déspota, no gobernaba, había dicho Sarmiento. Encerrado por meses en su casa de Palermo él "dirigía la guerra": para él la política era la continuación de la guerra por los mismos medios. Imponía su voluntad a fuerza de verga y puñal, de terror y degüello: el Estado en ese entonces tenía la forma ingente y amenazante de un ejército sanguinario. Sarmiento, en cambio, no ve en la población el objeto de una conquista armada sino el sujeto de un poderío bélico y económico, si se los sabía disciplinar para tal fin. Por eso, más que con una estrategia letal, la política se confunde con una táctica funcional: orden y progreso.
Claro que, en líneas generales, podemos decir que estas dos actitudes bélicas corresponden a dos formas de gobierno -el despotismo y la república-: y esto se verificaría así en Sarmiento. Pero para ser precisos, no se trata tanto de formas de gobierno como de modalidades de dominación diversas, que van incluso más allá de una mera gestión estatal. Los modelos de dominación o de poder recorren todas las formas institucionales, desde el ejército y la escuela hasta la domesticación del caballo por parte del gaucho. Rosas debe mantener una fuerza permanente de represión interna: la Mazorca. Con ella mantiene vigente su amenaza de muerte y aniquilamiento sobre la población. El terrorismo estatal logra que la población se someta a cambio de conservar su vida: "Degüella, castra, descuartiza a sus enemigos para acabar de un solo golpe la guerra (...) el terror es un medio de gobierno que produce mayores resultados que el patriotismo y la espontaneidad"
5.
Cuando Alberdi lea a Sarmiento, algo no se le escapará: en sus concepciones el ejército se extiende e identifica, prácticamente, con el pueblo, como lo recomendaba Maquiavelo tres siglos antes. Excepto que, ahora, el objetivo político de estas tropas no será tanto la conquista violenta de otro reino o la defensa armada de la Soberanía, como una gestión de las propias fuerzas, el incremento ilimitado del poder de la población-ejército. La fuerza cambia aquí de naturaleza: la violencia era una fuerza que procuraba descomponer los cuerpos y limitar o neutralizar, con ello, la fuerza del enemigo; la disciplina será la fuerza que busque combinar o componer los cuerpos de manera que aumente su poder de obrar.
De este modo, estos dos modelos de dominación se distinguen, en principio, por tipos de intervención: si la violencia amenaza y mutila los cuerpos, la disciplina los sana, los instruye, los incentiva, los gestiona, los supervisa. El degüello separaba los cuerpos en pedazos: era una ablación sangrienta. La disciplina separa al cuerpo de su fuerza de trabajo acrecentada; al individuo, de su poder militar incrementado: como diría Marx, no busca la apropiación de los cuerpos sino el aprovechamiento de su poder de obrar.
Civilizar, en una primera acepción, será poner a un pueblo en marcha. La política Sarmientina, lejos de ser la paulatina desmilitarización del Estado, extiende la militarización a todas las combinaciones intra o inter-corporales de la vida social: una permanente e incruenta guerra sin combate. Ese punto intangible en donde la heroica "libertad de movimiento" que se oponía a la tiranía estanca, se convierte en una administración minuciosa del movimiento, en una inquieta política de movilización de masas.

 

 

2. Karl von Clausewitz: De la guerra, Barcelona, Labor, 1976, p.121.

3. Ibid.. p. 58.
4. Sarmiento: Educación popular, Bs. As., Lautaro, 1949, p.26, subrayamos.

5. Sarmiento: Facundo, Buenos Aires, Losada, 1963, p.233 y 139. Por supuesto, cada vez que en este ensayo nos referimos a Rosas, no hablamos de su figura histórica sino del "Rosas" de Sarmiento.

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II

OBJETIVO POLITICO

 

El aspecto conjunto de la vida no es la
indigencia, el estado de hambre, sino más
bien la riqueza, la abundancia, y hasta
la insensata dilapidación; donde se
combate, se combate por el poder.
Nietzsche

 


DETENGAMONOS ahora en el objetivo político de Sarmiento. "¿Por qué combatimos?" se pregunta en Facundo, y él mismo se contesta: "combatimos para volver a las ciudades su propia vida"
6. La voluntad política de Sarmiento será resucitar las ciudades arrasadas por la barbarie. Mientras el propósito militar sería quitar la vida, o al menos, debilitarla; el objetivo, al contrario, será fortalecerla.
Cuando le escribe a Paz, a raíz de la publicación de Facundo, Sarmiento dice claramente cuál es su finalidad: "Facundo no tiene otro objeto que ayudar a destruir un gobierno absurdo y preparar el camino a otro nuevo". Doble finalidad, pues: un propósito militar (cuyas evoluciones y conclusión serán relatadas en Campaña del Ejército Grande), y un objetivo político (prefigurado en Argirópolis). Amén de una salvedad: el propósito militar "prepara el camino" para el objetivo político, no se confunde con él.
De ahí la sinuosa disputa de Sarmiento con Alberdi en torno a la figura caudillesca de Urquiza. Es cierto, y Alberdi se lo achaca: detrás de los ataques de Sarmiento se esconden sus ambiciones personales. Pero las intenciones del autor exceden los límites de nuestro análisis. Si queremos ser rigurosos con nuestro objeto de estudio deberíamos oír, más bien, el argumento de Sarmiento: "Si antes de conocer al general Urquiza dije desde Chile `su nombre es la gloria más alta de la confederación (en cuanto instrumento de guerra para voltear a Rosas)', lo hice, sin embargo, con estas prudentes reservas: `¿Será él el único hombre que, habiendo sabido elevarse por su energía y talento, llegado a cierta altura (el caudillo) no ha alcanzado a medir el nuevo horizonte sometido a sus miradas, ni comprender que cada situación tiene sus deberes, que cada escalón de la vida conduce a otro más alto?"
7.
En opinión de Sarmiento, Alberdi confunde, en ese momento, al jefe militar con el político: Urquiza sólo cumple con el propósito castrense o, si se quiere, con el momento negativo del objetivo político, es un "instrumento de guerra para voltear a Rosas". Su bizarría -algo que, por otra parte, Sarmiento se encargará bien de poner en duda- no alcanza para legitimar sus ambiciones políticas: la nueva situación, que él posibilita, requiere de un escalón más alto en el podio de las conducciones: como Cincinato, Urquiza debería retirarse para poner en manos de un político (Sarmiento, claro) la gestación de la Organización Nacional. Nuevamente Sarmiento distingue fuerzas de dos naturalezas: de destrucción y de gestión
8.
El objetivo político es revitalizar las ciudades, incrementar su fuerza y su poder. Siguiendo la línea gradual de aumento de potencia, el objetivo de la política sarmientina será hacer avanzar la Historia (si, como veremos, la Barbarie tiene como aliada a la Naturaleza, la Civilización cuenta a su favor con la bendición de la Historia).
Esta idea repercute, primero, en toda la teoría sarmientina del deseo. El romanticismo había escindido radicalmente los fines de la naturaleza y los de la cultura. El utilitarismo, en cambio, los asimilaba, concibiendo a la cultura como un arsenal de útiles a través de los cuales la naturaleza humana realizaba sus fines. Sarmiento mantiene una relación problemática con ambas posturas. Por un lado adscribe a cierto funcionalismo decimonónico: la cultura como sistema de medios técnicos realiza los fines de la naturaleza. Es más: lo hace con el menor fastidio y la mayor prontitud. Hay aquí toda una ética del bienestar y el confort: el esfuerzo técnico disminuye el esfuerzo físico; la Civilización, por eso, es mucho más eficaz que la naturaleza y sus instintos. No hay verdadera renuncia, no hay contradicción entre apetito y virtud. Pero la Civilización no lleva a cabo los fines de la naturaleza sin cambiar y, acaso, plegar, la naturaleza del goce. El goce natural, animal, bárbaro, es el efecto del uso inmediato de los objetos para la satisfacción de una necesidad: tiene, pues, todo el aspecto del despilfarro, del consumo improductivo. El goce civilizado, en cambio, se alcanza con el consumo productivo, cuando el uso de un objeto permite aumentar el poder de obrar de un individuo, cuando ya no se busca una mera satisfacción sino un beneficio. Luego, no hablaremos ya de necesidades sino de intereses. Por último llamaremos voluntad al deseo que procura decidir sobre los medios a través de los cuales los hombres realizarán sus intereses: las instituciones. Pero como la voluntad "civilizada" desea el progreso de una nación, ella debe incrementar las posibilidades de cada una de sus partes.
Las necesidades buscan la satisfacción inmediata. Los intereses se procuran los medios que tienen a su alcance para obtener su beneficio: los intereses pueden ser económicos o sociales pero no son políticos porque no deliberan acerca de los medios; sólo la voluntad política lo hace (aunque a menudo Sarmiento use la palabra "interés" para referirse a la "voluntad" o a las "ideas" políticas : a nosotros no nos importan los términos sino los conceptos que ellos denotan).
De modo que la Organización Nacional es el objetivo de una voluntad política. Aunque no se trata solamente de un incremento en las fuerzas de acción de la nación: es la disposición de esta Organización lo que se desea imponer. Por eso imponer una voluntad no significa reprimir, por la violencia de Estado, los intereses individuales para favorecer al interés del Estado: se trata, más bien, de imponer conductas, medios o instituciones para cumplir, de la manera más eficaz y menos conflictiva, con esos intereses particulares.
La lucha de intereses definía un estado de guerra ("las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo"), mientras que la voluntad se vale de una guerra de Estado para conjurar ese conflicto: desde Hobbes, el aparato de Estado pone fin a la lucha de intereses egoístas. Sin embargo en Sarmiento, a diferencia de Hobbes, la guerra de Estado, ejercicio permanente del terror, no es una forma de gobierno; ella sólo allana el obstáculo para establecer, políticamente, un gobierno. Ese estado de guerra tiene un nombre en Facundo: Federación; aquella guerra de Estado, aquella guerra que domestica a la guerra, tiene otro: "preparar el camino para otro gobierno".
Pero en definitiva, hacerle la guerra al estado de guerra ¿no es obrar como Rosas, por el terror? Para Sarmiento este momento hobbesiano sólo tiene un propósito bélico. En efecto, como decía Hobbes, en el estado de guerra la oposición mutua de las fuerzas reduce su poder a cero; he ahí el problema: las partes se debilitan mutuamente. Al contrario, el Estado, lejos de obligar a una renuncia, debe ligar y complementar los intereses, dirá Sarmiento, a través de un sistema económico. Este sistema debe sustituir la "oposición mutua" de los intereses por un "beneficio mutuo": debe convertir el estado de guerra en un comercio. Si la guerra de Estado interviene es porque libra una batalla contra el sistema económico que permite " esa miserable condición de guerra". El propósito de esta guerra no será aniquilar al oponente o gobernarlo mediante una amenaza de muerte: prefiere desarmarlo, desposeerlo de sus medios, desarticular sus formas de posesión del suelo. Con lo que el estado de guerra, ese "robarse y expoliarse unos a otros", como diría Hobbes, no describe, para Sarmiento, la amarga situación de un mítico estadio natural sino la de un sistema económico y político bárbaro.
Por lo mismo, Civilización y Barbarie no representan un conflicto de intereses, los urbanos y los rurales: ciudad y campo no funcionan, en principio, como sujetos sociales en enfrentamiento polar. Son voluntades o proyectos políticos divergentes. Y estos proyectos inconciliables se caracterizan, precisamente, por dos formas antagónicas de hacer la guerra: Rosas no tiene otro objetivo político que imponerle su voluntad al pueblo con un ejército personal y una estrategia terrorista; Sarmiento, al contrario, tiene como instrumento al pueblo y como objetivo aumentar indefinidamente su poder de movilización. Como dirá Sarmiento, Rosas prefiere la inmovilidad, la inacción de la población; él, en cambio, quiere la acción incesante, la movilidad permanente.
Si los intereses pueden "ligarse", como propone Sarmiento en Argirópolis, significa que el estado de guerra practica un falso combate: la única verdadera guerra se desata entre voluntades políticas divergentes. Efectivamente, mientras que los intereses aparecen "puestos en juego", la voluntad procura establecer nuevas reglas de juego, nuevos medios. Claro que el nuevo sistema impuesto por esa política beneficiará ciertos intereses y perjudicará otros, con lo cual éstos se enfrentan, pero lo hacen sólo cuando se convierten en proyectos, en "ideas" o voluntades. La guerra política, para Sarmiento, es el deseo de crear un mundo, una nueva disposición de los medios para aumentar el poder económico y militar de una nación: todo conflicto verdaderamente político es un conflicto sin reglas.
9
En este sentido, el objetivo político de Sarmiento es doble, un doble gesto fundacional. Por un lado, organizar la Nación-Estado como estructura política-institucional ("hacer de esta inmensa extensión del país un Estado", dirá en Argirópolis) y, para ello, revitalizar las ciudades, es decir, favorecer el comercio. Por el otro, se trata de "organizar" la nueva subjetividad de sus pobladores para aumentar su capacidad de acción (misión propuesta en Educación Popular) y, para ello, moralizar o domesticar la superabundancia vital del gaucho: muerto Dios, esta moral dejará de ser asunto de creyentes y jesuitas; se convertirá en el monótono ritual sin mito del trabajo disciplinado.

6. Ibid., p.70.

7. Sarmiento: Campaña del Ejército Grande, México, Fondo de Cultura Económica, 1958, p.73, subrayamos.
8. Alberdi privilegia en las Cartas Quillotanas la capacidad militar por sobre el proyecto político: "No hay duda que haber escrito diez años contra el tirano de la República, es un título de gloria; pero es mucho mayor el haberle volteado en el campo de batalla". Para terminar comparando la espada con la pluma allí donde la primera lleva las de ganar: "La guerra de la prensa no ha tenido un general en jefe por parte de la oposición a Rosas; si la prensa hubiese derrocado al enemigo por una revolución popular -única victoria que la prensa puede llamar suya- la gloria del triunfo no habría sido de usted solo sino de veinte escritores iguales a usted en servicios (...) en esas publicaciones no estaba usted solo; está una emigración entera, que lo apoyaba no sólo por la suscripción sino por la inspiración. Pero sucede que en la prensa, como en la guerra, el jefe da su nombre a la columna", Bs. As., CEAL, 1967, pp. 69 y 90. Para un análisis de las relaciones entre jefe político y el militar es imprescindible consultar el libro de León Rozitchner: Perón: entre la sangre y el tiempo, Buenos Aires, CEAL, 1984.

9. En este sentido, Sarmiento se aparta aquí tanto de Hobbes como de Lévi-Strauss. Para el pensador inglés la sociedad primitiva, identificada con el estado de naturaleza, era la guerra de todos contra todos y, en consecuencia, la ausencia de toda verdadera sociedad. Para el antropólogo francés, en cambio, la sociedad primitiva era el intercambio de todos con todos, y significaba la base de toda verdadera sociedad. Sin embargo, aunque se opongan en lo que al estatus de las sociedades primitivas se refiere, coinciden en lo esencial: para ambos sociedad es sinónimo de intercambio y conjuración de la guerra. En "Guerra et comerce chez le Indiens de l'Amérique du Sud", unos de los pocos textos que dedica a las guerras tribales, Lévi-Strauss dice: "Los intercambios económicos representan guerras potenciales resueltas pacíficamente, y las guerras son el resultado de transacciones desgraciadas" (pág. 136). Precisamente, Sarmiento se acerca aquí a posiciones más actuales, como la del antropólogo Pierre Clastres: la guerra tiene un origen político y, al contrario de lo supuesto por Hobbes y Lévi-Strauss, es la condición para que exista comercio. Que tiene un origen político: la guerra no es algo que el Estado deba domesticar, la guerra comienza cuando se quiere someter a una comunidad al poder sobrecodificador de un Estado, la guerra se origina cuando la comunidad quiere defender la autonomía de sus instituciones, sus armas, sus formas de vida, contra el intento de un Estado de someterla a una ley de intercambio generalizado, a un equivalente general que elimine su diferencia, su singularidad. Para Sarmiento, como para Clastres, aunque desde valorizaciones opuestas, la sociedad primitiva no es tanto un Estado que conjura la guerra como una guerra que conjura al Estado. Y es en tanto busca aliados para oponerse a ese Otro que busca desautonomizarla, que surge el intercambio. El intercambio, contrariamente a la prédica lévi-straussiana, no se opone a la guerra: es un mecanismo de alianza bélica y política contra un "tercero". Para todos estos problemas se puede consultar la excepcional obra de Pierre Clastres: Investigaciones en antropología política, Barcelona, Gedisa, 1981.

 

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III

PROPOSITO MILITAR
 

Las armas no son otra cosa que la esencia
misma de los combatientes.
Hegel

 


PARA qué la guerra? Como vimos, para Sarmiento, el propósito de la intervención armada no era la liquidación lisa y llana del enemigo sino su desarme, el máximo debilitamiento de su poder de actuar. Desde el punto de vista de la defensa, en consecuencia, el propósito va a ser evitar, en la medida de lo posible, ese desarme, mantener intacta su capacidad operativa, conservar su posición en el territorio, sus armas, sus fuentes de aprovisionamiento, en síntesis: su sistema logístico.
El problema estratégico del ataque y la defensa distingue a la guerra de cualquier enfrentamiento vectorial de fuerzas: cuando dos fuerzas se enfrentan según un vector llegan a un punto muerto o de equilibrio donde la resultante es cero. No sucede lo mismo en la guerra, "ya que el ataque y la defensa son cosas de clase diferente y de fuerza desigual. Por eso la polaridad no les es aplicable"
10.
Si las treguas suelen ser más duraderas que las batallas, no es porque las partes hallen un punto de equilibrio en la equivalencia efectiva de sus fuerzas. Sucede que existe una superioridad de la defensa por sobre el ataque, lo que no significa que los defensores, lanzados a la ofensiva, sean superiores a los antiguos atacantes en situación defensiva.
Sin embargo, defensa y ataque son categorías exclusivas de las estrategia militar. Cuando se trata, en cambio, de la voluntad política de quienes utilizan estas estrategias, decimos que mediante la defensa se quiere preservar un orden de cosas; mientras que, por medio del ataque, se intenta imponer otro nuevo. Ahora bien, ataque y defensa, como vimos, no sólo están determinados por una decisión política, también pesan sobre ellos las condiciones materiales de las fuerzas armadas: la caballería, por ejemplo, ataca o contraataca, es fuerza de choque, pero no defiende, a lo sumo emprende una prudente retirada; en vez la infantería, frente a la caballería, adopta una actitud defensiva, pero toda retirada, en este caso, le resultaría fatal.
La defensa es la forma más fuerte de hacer la guerra. Ella dicta las leyes de la guerra, decía Clausewitz. La defensa "posee" el espacio y el tiempo. El ejército defensor está ya ubicado en el terreno que el atacante desea conquistar, tiene a mano sus recursos y sus fuentes de abastecimiento; no hace más que "esperar el golpe". Es dueño, luego, del tiempo, ya que cualquier demora en las acciones no hace más que jugar en su favor: el adversario consume sus recursos y, para colmo, se encuentra a merced de cualquier contraataque inesperado.
Así las cosas, ¿quién ataca y quién defiende en la guerra sarmientina? Esto sería simple de responder si el conflicto se redujera a un enfrentamiento dual entre Civilización y Barbarie. Pero éstas son fuerzas que se desprenden de un primer enfrentamiento revolucionario contra los españoles: "cuando un pueblo entra en revolución, dos intereses opuestos - y aquí Sarmiento utiliza el término "interés" para referirse al concepto de voluntad política y no tanto al de conveniencia económica o social- luchan en principio: el revolucionario y el conservador; entre nosotros se han denominado los partidos que los sostenían: patriotas y realistas. Natural es que después del triunfo el partido vencedor se subdividía en fracciones de moderados y exaltados; los unos que querrían llevar la revolución en todas sus consecuencias, lo otros que querrían mantenerla en ciertos límites. También es del carácter de las revoluciones que el partido vencido primitivamente vuelva a reorganizarse y triunfar merced a la división de los vencedores. Pero cuando en una revolución, una de las fuerzas llamadas en su auxilio se desprende, inmediatamente forma una tercera entidad, se muestra indiferentemente hostil a unos y otros combatientes, a realistas o patriotas; esta fuerza que se separa es heterogénea; la sociedad no ha conocido hasta entonces su existencia, y la revolución sólo ha servido para que se muestre y se desenvuelva"
11.

La Revolución cumple con el propósito militar destructivo, pero no con el objetivo político de síntesis u organización. Sarmiento parece seguir aquí la distinción saint-simoniana entre períodos críticos o destructivos y momentos orgánicos o constructivos. Lo cierto es que ese elemento heterogéneo, inclasificable, aparece cuando la etapa destructiva y carente de toda organización social o civil se prolonga y se convierte en un terrorífico sistema político: si la Rioja era "una máquina de guerra que irá donde la lleven"
12, con Rosas esa máquina de guerra se ha apropiado del Estado (en lugar de ser el Estado quien domestique a la máquina de guerra). La disolución de la asociación unitaria del país sobrevino por "el aflojamiento de todo vínculo nacional, producido por la revolución de la Independencia" 13. Es este "estado de transición" lo que se da en llamar "federalismo": "después de toda revolución y cambio consiguiente de autoridad, todas las naciones tienen sus días y sus intentos de federación" 14. Los caudillos abandonan el objetivo político de la revolución. Sarmiento, por ejemplo, evoca en Recuerdos de Provincia al negro Panta, un famoso bandido sentenciado a muerte por sus delitos. Sin otra autoridad que su fuerza, Panta lleva a cabo una revolución en San Juan. Pero esta revolución, dice Sarmiento, "no tenía objeto político ninguno", sólo se proponía saquear a los vecinos ricos. El problema post-revolucionario será para Sarmiento, y no sólo para él, el bandolerismo. Ya lo había advertido Maquiavelo: "la guerra hace al ladrón y la paz lo ahorca" 15. Si Rosas lleva este sistema a un molde más acabado se debe a que establece una organización planificada y centralizada del terror, el fraude y la rapacidad. Corrección, pues, de la primera propuesta: la guerra de Sarmiento no es tanto el conflicto entre dos voluntades políticas divergentes como la lucha de la política con la ausencia de política: "No se sabe bien por qué es que quiere gobernar -dice el epígrafe de Lamartine que encabeza el capítulo I de la Tercera Parte de Facundo-. Una sola cosa ha podido averiguarse, y es que está poseído de una furia que lo atormenta: ¡quiere gobernar! Es un oso que ha roto las rejas de la jaula, y desde que tenga en sus manos 'su gobierno' pondrá en fuga a todo el mundo. ¡Ay de aquel que caiga en sus manos! No lo largará hasta que expire bajo 'su gobierno'. Es una sanguijuela que no se desprende hasta que no está repleta de sangre" 16.

La guerra es doble: primero, dentro de la Civilización, dice Sarmiento, de las ciudades contra los españoles "a fin de dar mayor ensanche a la cultura"; luego, de los caudillos contra la Civilización en general, "a fin de liberarse de toda la sujeción civil"
17. En este caso, agrega Sarmiento, las virtudes guerreras degeneran en vandalismo, y la voluntad política en "odio de pura descomposición y desorden" 18.
Civilización y Barbarie distribuyen, de esta manera, una serie de enfrentamientos problemáticos, ya que no toda Civilización pertenece a lo que Sarmiento llama ciudad (la ciudad moderna del siglo XIX y no la reconcentrada y gótica ciudadela del siglo XII; Buenos Aires y no Córdoba). La ciudad española asume una actitud defensiva para preservar un "orden de cosas" colonial. De ahí Córdoba, esa fortaleza impenetrable para los ejércitos, las ideas y las mercancías . Buenos Aires, por el contrario, queriendo imponer un nuevo orden, el del comercio, el progreso y el movimiento, asume una actitud ofensiva. La campaña -y no toda ella, sino la pastora- para evitar todo ordenamiento civil, adopta una compleja estrategia de huidas y ataques sorpresivos (propios de la caballería): "Masas inmensas de jinetes que vagan por el desierto ofreciendo el combate a las fuerzas disciplinadas de las ciudades, si se sienten superiores en fuerzas; disipándose como la nube de cosacos, en todas las direcciones, si el combate es igual siquiera, para reunirse de nuevo, caer de improviso sobre los que duermen, arrebatarles los caballos, matar a los rezagados y las partidas avanzadas; presentes siempre, intangibles por su falta de cohesión, débiles en el combate, pero fuertes he invencibles en una larga campaña que al fin la fuerza organizada, el ejército, sucumbe diezmado por los encuentros parciales, las sorpresas, la fatiga, la extenuación"
19. Como diría Maquiavelo, desorden contra los demás y desorden entre ellos. Lo contrario del ejército civilizado que viene a imponer un orden y actúa disciplinadamente.
¿Cómo vencer, pues, al caudillo? Para Sarmiento el propósito militar es claro: no basta con matar o derrocar a los hombres (Facundo o Rosas). No basta con liquidar al enemigo como hace Rosas, como hizo Lavalle con Dorrego. Hay que desbaratar un "orden de cosas", hay que desarticular el sistema logístico del enemigo, el dispositivo que sostiene su poder de obrar.
Ya a Sun Tzu y Clausewitz se les ocurría que el uso del territorio era una ventaja para la defensa: la capacidad de resistencia de la población, decía Clausewitz, depende de "la extensión de la superficie expuesta"
20. Salvo que, como lo comprobó desastrosamente Napoleón, en Europa únicamente Rusia cumplía con este requisito 21. La pampa y el caballo son, en el proyecto sarmientino, los mayores obstáculos para alcanzar el propósito militar de la civilización: "El individualismo constituía su esencia, el caballo su arma exclusiva, la pampa inmensa su teatro" 22.
El orden de cosas que debe ser desbaratado, el sistema logístico del enemigo bárbaro, se concibe como una disposición táctica de los medios, instrumentos y vehículos con los que el gaucho se compone para mantenerse vivo (son los modos para satisfacerse y defenderse, para subsistir y aumentar su poder de obrar): "La clasificación que hace a mi objeto es la que resulta de los medios de vivir del pueblo de las campañas, que es lo que influye en su carácter y su espíritu"
23.
Puestos en funcionamiento para ofrecer al lector europeo una idea del universo pampeano, todos los analoga sarmientinos operan en dos niveles: uno, puramente imaginario, a partir de semejanzas sensibles (gaucho=beduino, pampa=mar, etc. ); el otro, condición del primero, se articula de acuerdo con la manera como las diversas comunidades cumplen y satisfacen su vida. Hay una fenomenología sarmientina en donde las visibilidades de objetos y sujetos se distribuyen de acuerdo con las tácticas y estrategias de los pueblos. Cada pueblo, en efecto, usa las armas que le son propias, su manera de morir refleja sus formas de vivir
24.

 

Desarmar un sector es mucho más que vencerlo en la guerra; es transformar su manera de ser, aniquilar su esencia en vez de su existencia. Los medios de vida son órdenes de cosas. Cada uno de estos órdenes, cada uno de estos sistemas característicos de asociación, producirán y reproducirán aquí o allá más Facundos y Rosas: "Cuando el mal existe es porque está en las cosas, y allí ha de ir a buscársele; si un hombre lo representa, haciendo desaparecer la personificación se le renueva" 25. Es más, agregará Sarmiento, "matando al cuerpo no se mata al alma; los personajes políticos traen su carácter y su existencia del fondo de las ideas, intereses y fines del partido que representan" 26.
Vamos a despejar los términos de esta ecuación. Cuando se mata a un hombre se elimina su cuerpo pero no su alma. Pero ¿qué es ese alma? Es el lugar donde está el "mal" verdaderamente: "en las cosas", en su disposición y en la intimidad que los hombres mantienen con ellas: lo que nosotros dimos en llamar el uso introyectivo de los medios, armas, herramientas o instituciones. A los hombres se los desgüella pero no a las ideas, las almas o los caracteres, la esencia del enemigo: "los gobernadores no eran causa, sino efecto de un mal que venía trabajando la República desde los tiempos de Artigas"
27. Los hombres son simples consecuencias de las formas en que la comunidad conserva su vida, del mismo modo que el carácter de un animal está determinado por las funciones que la especie es capaz de cumplir de acuerdo con los órganos de los que está provista. Esta es la "autoridad" de los medios: las ideas, los caracteres, ya no son reprimidos por el terror del déspota, ahora son moldeados, refundidos, por las máquinas sociales y técnicas. Hay un uso introyectivo de las estrategias militares y económicas de posesión del suelo (por ejemplo, montonera-pastoreo): "En alguna parte he reproducido la idea de Lecker (de la Escuela), de que un hombre no es autor del giro que toman sus ideas. Estas le vienen de la sociedad; y cuando más, el autor logra darles forma sensible, y anunciarlas" 28.
Comprendemos ahora la evocación ad mortem con que comienza Facundo: `;Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte , para que sacudiendo el polvo que cubre tus cenizas te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto: ¡Revélanoslo!"
29.

Como lo saben los campesinos, el cuerpo de Facundo ya es ceniza, pero su alma aún está viva, recorre como un fantasma las llanuras baldías del país. Es más, dice Sarmiento, "ha pasado a ese otro molde más acabado y perfecto" que es Rosas. Y es que, como con Dorrego, su alma, su sombra o su esencia no son más que un singular estado de cosas: la "vida secreta" de un pueblo. Sarmiento cumple, pues, su labor etológica y escatológica: será explorando ese alma representativa , esa disposición moral, esa voluntad política, como podrá desentrañarse la inextricable realidad de un orden dominante.
Ya no hará falta ejercer ninguna violencia inquisitorial para que el cuerpo confiese la verdad de esa "vida secreta". El alma no cesará de multiplicar sus síntomas, de inscribirlos en el cuerpo, en el rostro, como un indeleble y puntilloso jeroglífico. Un objeto que es casi un libro: la cabeza de Facundo. Una disciplina: la frenología. Y un alma que, para sintomatizar, deviene enfermedad, latencia, núcleo mórbido de verdad
30.
En este sentido toda la iconografía de Facundo conforma ya una compleja novela de espionaje. Intenta desentrañar el "secreto' de ese sistema logístico, el secreto de sus armas. Sarmiento estudia al enemigo, ubica sus debilidades , detecta las grietas de su defensa, espía las articulaciones de su estrategia. Como decía Lenin, la estrategia es la elección de los puntos de aplicación de la fuerza: "Necesitábase, empero, para desbaratar ese nudo que no ha podido cortar la espada, estudiar prolijamente las vueltas y revueltas de los hilos que lo forman y buscar en los antecedentes nacionales, en la fisonomía del suelo, en las costumbres y tradiciones populares, los puntos en que están pegados"
31.
La Civilización cambia las modalidades de dominación. Muda en consecuencia las zonas de intervención de su poder: ya no mutila los cuerpos; los separa, más bien, de lo que ellos pueden. El propósito militar es desarmar al enemigo. Esto significa desmantelar sus formas económicas y militares de subsistencia, como comprende inmediatamente Alberdi al leer a Sarmiento: "si el caudillo es una expresión necesaria y útil de la vida pastoral tal como hoy existe, no hay más remedio de acabarlo -según el sistema de Facundo- que concluir con el desierto, con las distancias, con el aislamiento material, con la nulidad industrial, que hacen existir al caudillo como su correlato lógico y normal"
32.
 

 

10. Clausewitz, op. cit., p. 52.

11. Facundo, p. 60.

12. Ibid., p. 97.
13. Ibid., p. 108. 14. Ibid., p. 108.
15. Nicolás Maquiavelo: Del arte de la guerra, Madrid, Ternos, 1988. p.36.

16. Facundo, p. 195.

17. lbid.. p. 61.
18. Sarmiento: Recuerdos de provincia, Buenos Aires, Kapeluz, 1953, p. 131. 19. Facundo, p.61.

20. "La naturaleza del terreno es el principal factor que contribuye a que un ejército logre la victoria", Sun Tzu, El arte de la guerra, Buenos Aires, Editorial Estaciones, 1989, p.84.
21. Casi un siglo más tarde Mao-Tse-Tung revivirá el uso estratégico de la extensión como arma de la guerra popular: "desde el punto de vista de la posibilidad de llevar a cabo la guerra de partisanos, esta condición (las grandes extensiones del terreno) es muy importante e incluso capital. En países pequeños, por ejemplo Bélgica, donde esta condición no existe, la posibilidad de llevar a cabo una guerra de partisanos es muy reducida, prácticamente nula. Pero en China esta condición es inmediata, no plantea ningún problema, viene dada por la naturaleza .v no tenernos más que aprovecharla". De Problemas Estratégicos, 1938, subrayamos.
Joseph Conrad, por su parte, recuerda en "El alma del guerrero" la calamitosa campaña napoleónica de Rusia: "El -el gran Napoleón- saltó sobre nosotros -cuenta el oficial ruso-, dispuesto a emular a Alejandro el Macedonio, seguido de un montón de naciones. Nosotros opusimos a la impetuosidad francesa los espacios desiertos y luego presentamos una batalla interminable, de modo que al final sus tropas acabaron dormidas en sus posiciones, acostadas sobre montones de cadáveres de sus propios compañeros".
22. Facundo, p.61
23. ibid., p.30, subrayamos.
24. Ver André Glucksmann: El discurso de la guerra, Barcelona, Anagrama, 1969, p. 92.

25. Facundo, p. 128.
26. Ibid., p. 128.
27. Recuerdos de Provincias, p. 136
28. Sarmiento: Conflictos y Armonías de Razas de América, Buenos Aires, La Cultura Argentina, 1915, p. 408
29. Facundo, p.13

30. Ver Facundo, p. 73, el análisis "frenológico" de la cabeza de Quiroga. 31. Facundo, p. 14 subrayamos.
32. Cartas Quillotanas, p.78


 

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IV

TACTICAS Y ARMAMENTO

La prontitud es la esencia misma
de la guerra.
Sun Tzu

La aptitud para la guerra es la aptitud
para del movimiento del ejército. Como en
mecánica, su masa se multiplica por su
velocidad.
Napoleón

 


ALBERDI nos sintetizó el propósito militar de Facundo. Hay que concluir, sin más, con la "morada sin límites" del gaucho. Hay que terminar con todo lo que significa el desierto: despoblación, inseguridad, falta de industria y gobierno.
El avance de la Civilización en el país tiene un único y formidable obstáculo: "El mal que aqueja a la República Argentina es la extensión". Sarmiento podría haber hablado de razas, culturas, lenguas, religiones y hasta de condiciones climáticas. Pero no: todo converge, todo se resume en un elemento invariante: la extensión. Ya el epígrafe de Head al capítulo I de Facundo hacía alusión a esto. Más adelante, incluso, Sarmiento va a aclarar por qué la extensión es un problema: contrariamente a lo que uno puede pensar, no es un problema de espacio sino de tiempo. Del tiempo que se pierde. No en el sentido de la memoria proustiana sino más bien de la ascesis protestante de Franklin: "time is money". Más aún, el inconveniente es la relación invertida que existe entre la distancia recorrida y el tiempo demorado, lo que conocemos como velocidad. Perdemos tiempo porque no somos suficientemente rápidos: las comunicaciones son lentas y las partidas no pueden dar caza a los Fierros y Moreiras que asolan el territorio: "No habiendo sociedad reunida, toda clase de gobierno se hace imposible; la municipalidad no existe, la policía no puede ejercerse y la justicia civil no tiene medios para alcanzar a los delincuentes"
33.
La extensión o, mejor aún, la lentitud, la demora, están en el origen de todos los males nacionales: como veremos más abajo, por la extensión se explica la inseguridad del territorio, el monopolio económico, las formas de posesión del suelo y la ausencia de toda organización política, ya que toda sociedad se ve disuelta en la inmensa superficie por donde se desparraman las familias: "Las llanuras -en este sentido- preparan las vías para el despotismo"
34.
Si una lucha puede resumir todo el problema de Facundo, ésta es el combate entre la extensión y la velocidad, o entre la naturaleza salvaje y el progreso técnico: las distancias se oponen al progreso, es decir, a la acción de avanzar aceleradamente y de ganar tiempo. La distancia (la Naturaleza) se opone a la Historia. De modo que la principal arma táctica de la Civilización no será tanto la violencia como la velocidad.
Hay un Sarmiento democrático, es cierto, pero no puede pensarse sin otro Sarmiento, "dromocrático" esta vez: el triunfo económico y militar depende de la velocidad de desplazamiento, de la rapidez en las informaciones, de la prontitud en los aprestos bélicos. La capacidad de imponerle una voluntad al adversario no está en manos de quien posee grandes extensiones de tierra: gobernar implica dominar la velocidad, poseer los vehículos y los caminos: gobernar es mover.
Un buen ejemplo del uso táctico de la velocidad lo brinda, con ritmo de thriller, el capítulo de Facundo dedicado a "Barranca Yaco". Se trata de la carrera librada entre Quiroga y el ominoso mensajero supuestamente enviado por Rosas a los Reinafé: "Quiroga debía ser asesinado en tal punto; los asesinos son N. y N.; las pistolas han sido compradas para encargarse de la ejecución y se han negado. Quiroga los ha sorprendido con la asombrosa rapidez de su marcha, pero no bien llega el chasque que anuncia el próximo arribo, cuando se presenta él mismo y hace abortar todos los preparativos"
35. Quiroga -sugiere Sarmiento- adivina la conspiración tramada por el Restaurador, presiente el estrépito de los disparos y el olor acre de la pólvora. De modo que "cruza la pampa como una exhalación", a pesar de los obstáculos de la lluvia, los caminos anegados, la falta de caballos en las postas. Es cuestión de velocidad. Si Facundo -mudado en un Ricardo III de la pampa, urgido por caballos frescos- logra trasladarse más rápido que su heraldo negro, estará salvado.
La marcha o maniobra táctica aparecía ya en Clausewitz como uno de los aspectos decisivos de la batalla. Lo mismo para Sun Tzu: el transporte de pertrechos (del latín pertractus, acarreado), de municiones y armas, era determinante para la ofensiva sobre el territorio. Tanto la marcha como el acarreado tienen como realidad táctica a la velocidad. En el Anti-During también Engels pondrá en evidencia esta relación entre la celeridad de las tropas y los progresos en el armamento. Los fusiles de chispa del siglo XVIII, decía, exigían un largo tiempo de recarga y únicamente permitían, por esta razón, una táctica lineal en donde la torpe masa de soldados "sólo podía desplazarse en orden en un terreno llano, y aún así con ritmo muy lento (setenta y cinco pasos por minuto)". Con las nuevas armas de martillo y las formaciones en columnas, las tropas podrán avanzar "con bastante orden y con mayor rapidez de marcha (a razón de cien pasos o más por minuto)". Mientras que las cureñas para los cañones darán a la artillería "una gran movilidad, condición que después llegó a serle imprescindible"
36.
De manera que el armamento y su disposición logística no sólo deben incrementar la fuerza de las cédulas tácticas, deben, además, acrecentar su velocidad de maniobra. Esto es casi un axioma en la obra de Sarmiento: la violencia es velocidad y la velocidad es violencia. O más precisamente: la velocidad es el aprovechamiento ilimitado de la violencia. La aptitud para el progreso es la capacidad de un sistema para convertir la violencia de un cuerpo en velocidad táctica, militar o laboral. Otro rasgo distintivo, pues, de la modalidad de dominación civilizada es esta forma de actualización de la fuerza.
Desde el punto de vista estratégico esta transformación de la violencia en velocidad convierte la "guerra absoluta" -la de una pulsión desvastadora y ciega- en "guerra total", controlada, medida, pero extendida a todo un territorio y a todos los órdenes de la vida social
37.
Pero además esta transformación de la violencia en velocidad, desde un punto de vista táctico, convierte al "instinto de destrucción" de los gauchos en el trabajo disciplinado, ordenado y continuo: "las masas están menos dispuestas al respeto de las vidas y de las propiedades a medida que su razón y sus sentimientos morales están menos cultivados. Por egoísmo, pues, de los que gozan hoy de mayores ventajas en la asociación, debe tratarse cuanto antes de embotar aquel instinto de destrucción que duerme ahora", es decir, cuando el niño todavía no ha alcanzado la edad en que ingresa a la "vida política"
38. A diferencia del terror, la disciplina no disminuye las fuerzas del cuerpo, sólo las docilita, convierte la agresividad en celeridad y, en consecuencia, la desvía de cualquier rumbo político, de cualquier tendencia a destruir el lazo social.
Para Sarmiento la velocidad distingue a la guerra de la simple caza. El guerrero ya no es un cazador antropófago. Como diría Virilio, la guerra no fue inventada por los nómades cazadores sino por los criadores. La guerra se vuelve posible cuando el hombre primitivo aprende a captar la fuerza del animal cazado, cuando le pone la montura al caballo para convertirlo en un proyector, en un vehículo, y no cuando mata al animal para alimentarse. Aprovechamiento de energía proteínica y no metabólica, la caza es el límite ambiguo entre la economía y la guerra: por un lado el recurso se convierte en enemigo; por el otro, y en dirección inversa, el arma se vuelve útil: como decía Fuller, es probable que, durante mucho tiempo, los instrumentos laborales y las armas de guerra hayan sido lo mismo; aún con la revolución industrial, los motores de vapor o de explosión deben su origen al cañón: una vez más, se trata de la transformación de la violencia balística en velocidad vehicular.
Para Sarmiento la guerra despierta cuando el hombre adquiere la destreza suficiente como para acumular la energía metabólica del animal capturado (doma), cuando puede aprovecharla y orientarla según un vector: por eso, dirá en Conflictos y Armonías de Razas en América, la introducción del caballo elevó al nativo por sobre el español. La guerra tendrá más que ver con la zoofilia domesticadora del gaucho que con la zoofobia cazadora del indio, quien mataba con el fin inmediato de alimentarse. La guerra nace y se acrecienta a medida que el hombre usa los otros cuerpos como instrumentos o aliados para aumentar su poder de obrar o su velocidad táctica y no cuando los usa como medios externos de satisfacción: como decía Engels, cercano aquí a Sarmiento, hasta cierto momento las comunidades se comían a los prisioneros de guerra "pero al llegar a esta etapa de la `situación económica', adquirieron valor; por eso se los dejó vivir y se aprovechó su trabajo"
39. Los progresos de la guerra no se distinguen de aquella línea gradual o cuantitativa de aprovechamiento de la energía animal o humana.
Sarmiento no sólo distingue las modalidades de dominación y las formas estatales de gobierno, sino que deriva éstas de aquéllas. Son los gobiernos quienes adoptarán maneras no estatales de ejercitar el poder. Por eso Sarmiento repite una y otra vez el diagrama de su política ecuestre: transformar la violencia en velocidad. No se trata de exterminar al gaucho -dirá en un artículo de El Mercurio- ni de mantenerlo ahí, inmóvil, como hace Rosas; hay que aprovechar su "exceso de vida" , hacer lo que el gaucho hace con su caballo y no con sus vacas.
Sin embargo, por la evolución táctica de los artefactos bélicos, el proyector de la caballería podrá ser contrarrestado por el proyectil de la infantería o la artillería: "en la batalla de Crécy habían ya hecho estragos en hombres y caballos las primeras bombardas que con grande estremecimiento arrojaban con fuego bolas de hierro. Castillos y corazas dejan de proteger a Barones y Caballeros. La guerra será plebeya y la inteligencia dará la victoria. Destrucción de las noblezas, por inútiles, y aparición de la democracia por el trabajo libre"
40. Las nuevas clases sociales tendrán como condición de aparición los nuevos dispositivos y máquinas de destrucción antes que los nuevos modos de producción. A medida que las armas de fuego se van perfeccionando la importancia de la caballería decrece en favor de la infantería y de los aspectos defensivos del combate. Desde un punto de vista social, esto redunda en la extensión de la lucha armada a las capas "plebeyas" de la sociedad y la posibilidad histórica de sublevación nacional. Lo mismo sucede con las armas de la caballería: el sable y la lanza llevan al cuerpo a cuerpo, al choque sangriento, mientras que el arma de fuego aleja al enemigo en la defensa, o, en la ofensiva, destruye su baluarte y deja la vía libre para el ataque final.
Sarmiento asiste a una situación inédita: la "plebe" rural se vale de la caballería y el arma blanca, como en el ejército de Quiroga; mientras que los generales de la civilización, como Paz, resisten sus cargas desde la infantería y la artillería (a propósito de la Tablada Sarmiento recuerda que Paz no sabe montar bien y que, siendo manco, no puede manejar la lanza: ergo, no es un señor feudal). Hará falta que la civilización ponga en funciones instrumentos tecnológicamente superiores (léase: más rápidos) para poder pasar a la ofensiva estratégica y desmantelar el sistema logístico de los caudillos. La navegación y el ferrocarril terminarán desplazando definitivamente al gaucho: no porque lo liquiden sino porque eliminarán su arma más poderosa: el territorio y sus distancias.

 

33. Facundo, p. 32.
34. Ibid., p.27
35. Ibid., p. 189.

36. Federico Engels: Anti-Dühring, Buenos Aires, Cartago, 1975, pp. 138 y 275.
37. La distinción entre "guerra absoluta" y "guerra total" está ya en Clausewitz. Es retornada recurrentemente por Paul Virilio y, a partir de éste, por Deleuze y Guattari.
38. Educación Popular, p.27.

39. Engels. op. cit., p. 148.

40. Conflictos y Armonías... 13.78
 

< índice >

 

V

ECONOMIA DE GUERRA

 

Preferimos la construcción de vías férreas
en lugar de fortificaciones.
Mariscal Von Moltke
 

Quiero despedirme de Ruán, tengo tomado
asiento en el ferrocarril y me estoy
comiendo por verme lanzado en aquel
torbellino de fuego, de huno y de ruedas
que se traga las leguas en un santiamén.
Sarmiento

 


RESULTA complejo puntuar los diversos aspectos de la vida económica y social recorridos por la espiral sarmientina del progreso. Pero con certeza el determinante eminente seguirá siendo el desierto y su extensión, esa ingente y sublime geografía de nuestra patria. A tres niveles. El primero tiene que ver con el modo de posesión del suelo: debido a las grandes propiedades, el pastoreo representa una actividad que requiere poca inversión y ausencia casi total de mano de obra; por otro lado, el rendimiento de la tierra disminuye ya que toneladas de pastos se ven aplastados por las patas de la hacienda cimarrona. El segundo tiene que ver con la forma de circulación de las mercancías: las grandes distancias elevan en demasía los gastos de transporte; luego, el comercio se convierte en una actividad vedada: el campesino, pues, no se preocupa por producir bienes de cambio o, para ajustarse más estrictamente al esquema sarmientino del progreso, su actividad no se convierte en trabajo: hay un "exceso de vida" desaprovechado en lo económico, peligroso en lo político: la falta de ocupación promueve el ejercicio descontrolado de la violencia. Esto tiene que ver, pues, con el tercer nivel o la modalidad de consumo y goce del gaucho: le basta con carnear una vaca para obtener lo que necesita: alimento, cuero para su vivienda, sus botas o su montura.
Desde un punto de vista económico, la extensión remite todo a un problema de rendimiento: a) no todo el territorio se convierte en tierra (renta): b) no toda la actividad se convierte en trabajo (ganancia); c) no existiendo comercio generalizado ni intercambio universalizado, el capital comercial no puede convertirse en fiscal (impuesto).
En las campañas agrícolas, en cambio, "un labrador colinda con otro, y los aperos de las labranza y la multitud de instrumentos, aparejos, bestias que ocupa, etc., lo variado de sus productos y las diversas artes que la agricultura llama en su auxilio" permiten un desarrollo material y social de la comunidad: el molino ya es una primitiva forma de industrialización y automatización del trabajo, un mayor aprovechamiento de la energía. Desde el punto de vista del modo de posesión del suelo, el territorio desaprovechado se reduce a un mínimo; desde el punto de vista de las modalidades de goce, el uso de los objetivos no termina en la satisfacción improductiva inmediata sino en un uso productivo: el útil, pues, convierte la actividad en trabajo, "stockea" actividad y, así, "civiliza" el goce, sustituye la necesidad por el interés. Finalmente, en cuanto a la forma de circulación, lo variado de los productos requeridos fomenta el desarrollo comercial, aunque sea al nivel de las pequeñas comunidades rurales.
Pero lo que por el momento nos interesa de esta comparación entre el pastoreo y la agricultura es establecer las relaciones que, en Sarmiento, las diversas formaciones económicas mantienen con las organizaciones militares y políticas.
Si la guerra no busca eliminar al enemigo sino desmantelar su disposición logística, desarmarlo, despojarlo de sus medios, es porque éstos no se distinguen de su manera de subsistir y generar riqueza. La tensión bélica se organiza en torno al modo de ocupación de los suelos, entre dos tipos de poblaciones, entre dos estrategias y dos tácticas. No hay combate sin lucha económica, y esto es tanto más cierto para Sarmiento que para ningún otro autor. De ahí la importancia de conocer la estrategia del vencedor para comprender la paz que el administrará: toda economía, en este sentido, es una economía de guerra
41.
Esta síntesis de lo económico y lo marcial se evidencia por la doble significación de la palabra "vago" tal como Sarmiento la usa. El gaucho vago es tanto el campesino ocioso y mal entretenido, sin trabajo ni domicilio fijo, como el vagabundo incurable que no cesa de ir de un lado para el otro. Reposo y movimiento se conjugan en él sin contradicción. Este reposo, esta quietud, esta morosidad, es la causa, dice Sarmiento, del estancamiento económico del país y de la aparición política de la tiranía: "Hay un momento fatal en la historia de los pueblos y es aquel en que, cansados los partidos de luchar, piden, antes de todo, el reposo de que por largos años han carecido, aun a expensas de la libertad o de los fines que ambicionaban; éste es el momento en que se alzan los tiranos que fundan dinastías e imperios"
42.
Aquel movimiento, aquella falta de inmueble, prefigura el origen de la inseguridad rural: resulta imposible ejercer con ellos la función policial. Vemos entonces que la supuesta contradicción no es tal: el gaucho no es "vago" porque se resista al movimiento o a la actividad (significación psicológica) sino porque se resiste a la conversión de su actividad en trabajo (significación política): el problema, pues, no es la ausencia de fuerzas físicas (Sarmiento no cesará de admirar la "superabundancia vital" del gaucho, sus impulsos hipercinéticos), la cuestión está en la disipación de esas fuerzas o, peor aún, en el uso disolvente por la actualización violenta.
Pero esta resistencia a dejarse stockear la actividad no distingue sólo a la vida económica del gaucho: caracteriza también su vida militar. Podría establecerse una ecuación sarmientina de la acción: a medida que la actividad se disciplina se convierte en trabajo o acción ordenada; a medida que se resiste al disciplinamiento se muda en violencia indómita. Así, a diferencia de los ejércitos "civilizados", la montonera huye desordenadamente y ataca por sorpresa, conmoviendo con sus maniobras inusitadas y ágiles a las tropas disciplinadas. Basta recordar los tártaros evocados por Victor Hugo en el epígrafe del capítulo IV de Facundo. La defensa del gaucho está en su retirada estratégica hacia ese refugio ilimitado que es la pampa. Ya Tito Livio planteaba la cuestión del uso geográfico de la estrategia defensiva. Como los bárbaros pastores del antiguo imperio, la montonera aparece y desaparece -diría Tito Livio- de manera desordenada y caótica. Y si esto resulta posible es porque el pastoreo, como modo de posesión del suelo, lo permite: sus bienes son inmediatamente transportables, sus hombres son diestros en el manejo de caballos y armas, sus vehículos de arreo son veloces.

La instantaneidad sin cálculo de la lucha bárbara, la incontrolable retirada pastoral, sus desbordes y efusiones, cierta diarrea táctica que los caracteriza, desaparecen con la implantación agrícola. Existe un cambio en la naturaleza de la riqueza: con la agricultura el producto ya no resulta inmediatamente transportable. La huida táctica debe ser sustituida por las estrategias y tácticas defensivas: hay una analidad agrícola, analidad, si se nos permite, de "contención" y "acumulación". Facundo y Paz, en la Tablada, son dignas personificaciones de estas dos actitudes bélicas: el primero encarna la "pulsión absoluta" hegeliana, mientras que el segundo es el representante de la guerra civilizada en donde la fuerza se concentra y orienta hacia ciertos puntos de aplicación.

Mientras el furor desvastador de la violencia bárbara se consume en el choque, en la irrupción desenfrenada, en el flujo absoluto de violencia; el ejército agrícola y disciplinado orienta y perpetúa el poder de esa violencia, lo extiende en el tiempo: "Facundo, ignorante, bárbaro, que ha llevado por largos años una vida errante que solo alumbra de vez en cuando los reflejos siniestros del puñal que gira en torno suyo, valiente hasta la temeridad, dotado de fuerzas hercúleas, gaucho de a caballo como el primero, dominándolo todo por la violencia y el terror, no conoce más poder que el de la fuerza brutal, no tiene fe sino en su caballo; todo lo espera del valor, de la lanza, del empuje terrible de sus cargas de caballería"
43. Por el contrario, Paz es un hijo de la ciudad, de la civilización, y en él se confunden los atributos para la guerra, el gobierno y la administración. En su caso, hacer la guerra implica saber administrar la violencia; todo lo sostiene, pues, en la táctica, en el movimiento acompasado y preciso de las tropas, en el ritual bélico de las marchas, en la prescripción obsesiva del detalle y en la danza mecánica de los movimientos; porque "es militar a la europea: no cree en el valor solo, sino se subordina a la táctica, la estrategia y la disciplina; apenas sabe andar a caballo; es, además manco y no puede manejar una lanza (...) es artillero y por tanto es matemático, científico, calculador (...) un militar hábil y un administrador honrado" 44.
A las cargas de caballería de Facundo (proyector), Paz opone sus descargas de artillería (proyectil); al cuerpo a cuerpo de la lanza y el sable, opone el distanciamiento del disparo; al valor, la disciplina; a la fuerza, el cálculo; a la acometida furiosa, la administración eficiente. Las confrontaciones entre Facundo y Paz son los mejores ejemplos de esta lucha entre dos estrategias, la americana y la europea; una libre de toda sujeción, la otra subordinada a la táctica.
Así que no debemos reírnos, si ante el encomio de Paz como "el buen manco que no mata a nadie", se nos ocurre recordar que su oficio era el de la guerra. Frente al terror sanguinario de Facundo y su avance "a degüello", el propósito de Paz no sería el exterminio sino el desarme; frente al desorden y la desbandada gaucha, la guerra de Paz, casi como un sarcástico designio de su nombre, anunciará la estrategia razonable y prudente o cierta domesticación táctica de la "pulsión absoluta": en esta guerra no se trata de medir el triunfo en litros de sangre sino en rinde de sudor.
La estrategia agrícola defensiva debe valerse de innumerables medios técnicos: empalizadas, zanjas y hasta de sus mismos sembradíos que obstaculizan el avance rápido de la caballería
45. Miradores y telescopios, por otro lado, sirven para anticiparse a los movimientos del enemigo: la velocidad para elegir entre múltiples actitudes militares según la importancia del grupo adverso sustituye a la velocidad de escape de la montonera: la decisión y la capacidad estratégica de previsión adquieren un nuevo estatus. La rapidez del caballo es reemplazada por la prontitud en las informaciones y la celeridad táctica en la organización disciplinada y coherente de las operaciones. Nace así, según Sarmiento, una nueva "libertad": libertad de deliberación y no ausencia de sujeción civil como en el gaucho, quien "no entiende eso de combinaciones estratégicas; y no es hombre se someterse a otra inspiración que la suya, libre y voluntariosa como los vientos" 46.

Este incremento estratégico y táctico de la velocidad es la condición, además, para el desarrollo político de la sociedad: siempre y cuando la actividad celerífera pueda aprovecharse, stockearse, invertirse. En este sentido, Sarmiento distingue dos modalidades del tiempo libre. Hay un ocio improductivo, el de los ganaderos que se contentan con hacer pastar su ganado sin mayor infraestructura e inversión. Se encuentran siempre "libres" para ir de un lado al otro, moverse, agitar, desvastar los campos, asediar las ciudades o ejercer gratuitamente la violencia en las pulperías, "malbaratando", dirá Sarmiento, ese "exceso de vida" que los inunda. Muy distinto es el ocio de los agricultores. Ellos precisan mano de obra ajena para dedicarse a la política, los negocios y el mejoramiento social de la comunidad. Lo de ellos no es desidia sino decisión: "El ciudadano libre de Esparta o Roma echaba sobre sus esclavos el peso de la vida material, el cuidado de proveer a la subsistencia, mientras que él vivía libre de cuidados en el foro, en la plaza pública, ocupándose exclusivamente de los intereses del Estado, de la paz, de la guerra, las luchas de partidos"
47. Mediante la captura y la domesticación, mediante la conversión de su actividad en trabajo o su violencia en velocidad, el esclavo se vuelve el vehículo que permite la "libertad de movimientos" del amo.
Por el contrario, con la estancia de ganado y pastoreo -forma dominante de posesión del suelo en nuestro país, dice Sarmiento- "los límites de la propiedad no están marcados, los ganados cuanto más numerosos son, menos brazos ocupan, la mujer se encarga de todas las faenas domésticas y fabriles. El hombre queda desocupado..." No sólo el tiempo libre aumenta y, en consecuencia, disminuye el tiempo de trabajo y de sobretrabajo, sino que además ese tiempo de actividad no stockeada no es usado para reproducir o mejorar el sistema: el gaucho deviene animal porque no goza invirtiendo su consumo.
El pastoreo presenta las mismas ventajas que la economía esclavista, sólo que en este caso "la función inhumana del ilota antiguo la desempeña el ganado" y la mujer. "La procreación espontánea -agrega Sarmiento- forma y acrece indefinidamente la fortuna, la mano del hombre está por demás, su trabajo, su inteligencia, su tiempo, no son necesarios para la conservación y aumento de los medios de vivir. Pero si nada de esto necesita para la vida material, las fuerzas que economiza no puede emplearlas como el romano; fáltale la ciudad, el municipio, la asociación íntima, y por lo tanto fáltale la base de todo desarrollo social, no tienen necesidades públicas que satisfacer: en una palabra, no hay res pública"
48.
Hay una capacidad o talento social para "acumular energía" o "ahorrar tiempo" bajo la forma económica de la producción de excedentes o valores de cambio. Existen modalidades de dominación para separar a los cuerpos de sus poderes, para stockear territorio, actividad o cambio. Estos talentos y modalidades miden, según Sarmiento, los avances de la civilización.
Sabrá presentar entonces un primer grupo: los indios, nómades cazadores o pescadores. Se contentan con las proteínas del animal cazado, su economía -remedo de animalismo- se sostiene en el goce inmediato: ellos no aprovechan la energía de un cuerpo sin desmembrarlo, flagelarlo, en fin, sin destruirlo. Por eso Sarmiento no cesa de trazar paralelos entre las modalidades de goce y las de dominación a partir de los tipos de intervención sobre los cuerpos y la naturaleza de sus fuerzas. En el capítulo de Facundo dedicado a Chacón, Sarmiento narra la historia del devenir-indio de Navarro: "se mezcla en las guerras de las tribus salvajes, se habitúa a comer carne cruda y beber en la degolladura de los caballos, hasta que en cuatro años se hace un salvaje hecho y derecho"
49. Por eso, aclara, los araucanos debieron haberse barbarizado cuando pasaron a la Pampa, ya que en su tierra natal, por necesidad "eran agricultores, no habiendo mulitas, ni guanacos, ni liebres que cazar, y teniendo, por no ser más nómades, ranchos fijos las familias" 50.
Los gauchos prosiguen esta línea evolutiva. Criadores de ganado con tiempo para combatir, aprovechan la energía metabólica de sus caballos y sus mujeres para favorecer su "libertad de movimientos": no tienen industria, ya que el cuero les basta y sobra para cubrir sus necesidades básicas. No tienen necesidad, entonces, de generar valores de cambio para adquirir otros productos. No sólo la relación territorio/tierra está desaprovechada, lo mismo sucede con la relación actividad/trabajo. Como en los indios, el salvajismo de su política es directamente proporcional a su consumo silvestre e improductivo, como diría Lamartine: quien manda "es una sanguijuela que no se desprende hasta que no está repleta de sangre"
51.
Un tercer grupo lo formarían los agricultores; ellos precisan abundante mano de obra y, en consecuencia, trabajo disciplinado: son donadores de hombres y acumulan tierra y trabajo, ya no en monturas sino en vasijas. Por otro lado, dada la diversidad de productos que precisan para la labranza, la comunidad se convierte en un incipiente y estrecho mercado. Allí se exige, para producir bienes de cambio, el usufructo de todo sobretrabajo.
Por último está la burguesía mercantil. Ella vehiculiza el excedente de todas las regiones y formas económicas a través del intercambio y el control de las vías de comunicación, stockeando ese cambio a través del control del patrón de intercambio: el impuesto. El proyecto sarmientino supone una estrecha alianza entre la burguesía mercantil y la burocracia metropolitana, entre el capital comercial y el fiscal.
En el modelo sarmientino el aumento del progreso es directamente proporcional al del comercio. A la manera de la economía política burguesa, reduce la reproducción social a la esfera de la circulación de las mercancías. Si Buenos Aires es una ciudad progresista, civilizada y, por qué no, europea, se debe a que "ella sola explota las ventajas del comercio, ella sola tiene el poder y las rentas"
52.
No hay que desestimar la influencia que el neomercantilismo manchesteriano tuvo sobre el pensamiento sarmientino. Pero si los economistas manchesterianos propiciaban el librecambio, se debía a que, de esta forma, lograban reducir los costos de reproducción del trabajo industrial. Los salarios bajaban al abaratarse el consumo por la importación de ciertos alimentos y materias primas: los industriales aumentaban comparativamente sus beneficios. El gaucho, en cambio, está "libre de necesidades": su problema no es el costo de reproducción, ya que los alimentos no son escasos. El comercio tendrá entonces un papel activo en la creación de nuevos intereses. Sólo existiendo intereses que puedan ser complementados, se dirigirá el "exceso de vida" del gaucho a la producción de valor de cambio y no a la violencia ciega de la montonera: "El elemento de orden de un país no es la coerción ni la comprensión del gobierno. Son los intereses comprendidos. La despoblación y la falta de industria prohijan las revueltas: poblad y cread intereses. Haced que el comercio penetre por todas partes, que mil empresas se inicien"
53.
Como dirían los fisiócratas, el interés personal impulsa a cada hombre en particular a perfeccionar y multiplicar las cosas que vende, a ensanchar así la gama de placeres que puede proporcionar a los demás y, por último, como diría Mercier de la Riviére, a ampliar la masa de placeres que los demás hombres pueden proporcionarle a él
54. Aunque, como vimos, la concepción librecambista de Sarmiento se acerca más -aún partiendo de problemas diversos- a las posturas de los manchesterianos, ya que el consumo se vuelca directamente sobre la producción: a medida que la variedad de productos consumidos aumenta, se acrecienta la proporción de actividad stockeada o convertida en trabajo.
El peor enemigo del comercio, entonces, es el monopolio; luego, deviene el mayor obstáculo para el progreso. En el caso de Argentina, el desierto y sus sublimes extensiones se vuelven cómplices del monopolio, adversarios del comercio y frenos para el progreso: si, como afirma Sarmiento, "las llanuras preparan las vías para el despotismo", estas vías son, paradójicamente, la ausencia patológica de caminos. Los fluidos vivificantes de la nación se estancan, la inacción y el sopor provinciano inundan el paisaje desértico, todo se convierte, para usar una imagen de Alberdi, en una silenciosa y eterna necrópolis.
"El monopolio llevará el sello de la vida pastoril, la expoliación y la violencia"
55. El monopolio, en efecto, es el mejor aliado de la "estancia de ganado", ya que ésta permanece ajena a la "variedad de productos" de la vida moderna. Y así explica Sarmiento que Rosas haya "restaurado" el monopolio colonial: Rosas, el propietario, el ganadero 56.
"El monopolio lleva el sello de la expoliación": los grandes estancieros, a la manera de los señores feudales evocados por Kleist en Michael Kohlaas, erigen una serie de aduanas internas o "secas", "estériles" como las llamará Alberdi, que dificultan la "libre circulación" de las mercancías, encareciendo los productos y tornándolos incompetentes en el mercado, debido a los altos costos. Así se obstaculiza el avance del comercio y del progreso: "en todos los países civilizados del mundo que tengan gobiernos racionales, no hay aduanas interiores. En las edades más bárbaras de Europa, los señores feudales que tenían establecidos sus castillos en las crestas de las montañas, en las gargantas de los valles, en las encrucijadas de los caminos, o en los vados de los ríos, tenían sus tropas de siervos armados para arrancar contribuciones a los pasantes y quitarles parte de lo que llevaban"
57. Si la expoliación y el impuesto se distinguen, se debe a sus modalidades de goce: una absorbe todos los flujos de mercancías o de dinero en provecho del señor y su cuerpo voluptuoso; la otra se convierte en propiedad pública y se reinvierte en el proceso a través de la construcción de caminos, puertos, correos, etc.
"El monopolio -por último- lleva el sello de la violencia": requiere un régimen político despótico no sólo para extraer mediante la coacción extraeconómica cualquier excedente sino además para impedir que otros propietarios vendan sus productos en el mercado del caudillo y lo obliguen, así, a rebajar sus precios. Sarmiento evoca cómo Facundo abastecía los mercados con su ganado cuando sus armas llegaban a alguna parte, "cuidando siempre de monopolizarlo en su favor por algún bando o un simple anuncio (...) En seguida de una batalla sangrienta que le ha abierto la entrada a una ciudad, lo primero que el general ordena es que nadie pueda abastecer de carne el mercado..."
58. Como veremos enseguida, si Rosas perfeccionó este sistema es porque supo usar como arma al territorio, y, en consecuencia, más que la agresividad, la morosidad de las comunicaciones.
Estancia de pastoreo-monopolio-despotismo forman la tríada que la guerra de Sarmiento se propone destruir. No se vencería al enemigo, a la Barbarie, si no se lograra acabar con ese orden de cosas: si toda economía es una economía de guerra, toda guerra es, paralelamente, una guerra económica.
Pero Sarmiento va incluso más allá: no se trata de decir solamente que la vida pastoril requiere el monopolio y el despotismo, como cuando decimos que los intereses económicos determinan las instituciones sociales y políticas. Hay un uso de la fuerza y un tipo de intervención comunes a la ganadería y el despotismo: la violencia como uso y la mutilación, el descuartizamiento, el desgüello como modalidad; por eso no es casual, decía Sarmiento, que la Mazorca se componga, como los cabochiens parisinos, de "los carniceros y desolladores de Buenos Aires"
59. Hay un isomorfismo en la modalidad de goce: consumo de carne, por un lado; absorción improductiva de mercancías y dinero a través del tributo monopólico, por el otro. Existe un paralelismo marcado en la modalidad de dominación del ganado y del pueblo que Sarmiento no cesa de hacer notar: `¡Las vacas dirigen la política argentina! ¿Qué son Rosas, Quiroga y Urquiza? Apacentadores de vacas, nada más" 60. La "vaca" resume toda la política bárbara: la bulimia felina del caudillo inspira su economía y su sistema de gobierno.
Rosas llevó este sistema a un estadio más perfecto y acabado, dice Sarmiento. Lo extendió por todo el país: convirtió esa precaria organización económico social de la campaña, hija del saqueo y el vandalismo post-revolucionario, en un Estado, reviviendo incluso algunas instituciones españolas como la Inquisición. Cuenta con una ventaja estratégica para ello: el territorio y su extensión.
Rosas tiene encerrados a los pueblos del interior "como el carcelero a los presos que custodia". Y es que domina el puerto, las comunicaciones y la información: "una medida administrativa que influía sobre toda la nación vino a servir de ensayo y manifestación de esta fusión unitaria y dependencia absoluta de Rosas"
61. Esta medida sintetiza, como una puesta en abismo, toda la estrategia del gobierno restaurador. En épocas de Rivadavia -representante, aquí, del progreso de las luces- se habían multiplicado los servicios de mensajeros hacia las provincias y hacia Chile y Bolivia, porque "los gobiernos civilizados del mundo ponen toda su solicitud en aumentar a costa de gastos inmensos los correos no sólo de ciudad a ciudad, día por día y hora por hora, sino en el seno mismo de las grandes ciudades, estableciendo estafetas de barrio, y entre todos los puntos de la Tierra por medio de líneas de vapores que atraviesan el Atlántico y costean el Mediterráneo" 62. Todo está determinado por la velocidad en el transporte o en la información, "porque la riqueza de los pueblos, la seguridad de las especulaciones de comercio, todo depende de la facilidad de adquirir noticias". La velocidad combate el monopolio y el despotismo, porque combate la extensión, "se traga las leguas en un santiamén". Rosas, pues, para reproducir su sistema y favorecer sus intereses económicos, debe impedir el desarrollo de estas velocidades; su guerra, en verdad, es contra la celeridad y sus vehículos: "En medio de este movimiento general del mundo para acelerar las comunicaciones de los pueblos, don Juan Manuel de Rosas -para mejor gobernar sus provincias- suprime los correos que existen en toda la República hace catorce años. En su lugar - continúa indignado Sarmiento- establece chasques de gobierno que despacha él, cuando hay una orden o una noticia que comunicar a sus subalternos". Existen mensajes de dos naturalezas, dos direcciones y dos velocidades: aquellos que deben ser demorados para no favorecer al enemigo, y los que deben ser acelerados para una respuesta táctica más rápida y efectiva de los subordinados (órdenes). Como dice Sarmiento, estas medidas produjeron las consecuencias más útiles para este sistema. El interior quedará sumido en la desinformación, la duda, la incertidumbre 63.
Sarmiento hace referencia a un hecho sintomático ocurrido en 1843. El precio de la harina había subido. Las provincias del interior lo ignoraban. Enterados por mensajeros privados, San Juan y Mendoza envían millares de cargas a Buenos Aires. Cuando terminan de atravesar la pampa, cuando lentamente logran llegar a la ciudad, se encuentran con que hacía dos meses que el precio de la harina había bajado, y ya ni siquiera podían costear los fletes: "Imagináos si podéis, pueblos colocados a inmensas distancias, ser gobernados de este modo!"
64.
No es casual que Rosas aplauda complacido la ruptura de las relaciones entre Chile y Cuyo: esto le permite cerrar las vías de comercio que no dependan de Buenos Aires. Así como tiene sitiado a Montevideo, Rosas tiene sitiada a toda la República ya que su modelo de administración económica al igual que su sistema de dominación política toma a la población como un ejército enemigo: "Rosas no administra, no gobierna en el sentido oficial de la palabra. Encerrado meses en su casa, sin dejarse ver por nadie, él solo dirige la guerra, las intrigas, el espionaje, la Mazorca, todos los diversos resortes de su tenebrosa política; todo lo que no es útil para la guerra, no forma parte del gobierno, no entra en la administración"
65.
Debido a esta alianza de Rosas con las lejanías, Borges podría haber visto en Sarmiento un precursor del Emperador de Kafka, o de ese joven que gasta toda su vida en cabalgar hasta el pueblo más cercano. ¿Y no tendría una doble inspiración, sarmientina y kafkiana, ese laberinto borgeano que es un desierto y donde perece un rey de sed y hambre?
El monopolio, la estancia y el despotismo tienen como cómplice a la naturaleza. El comercio, la agricultura y la democracia, en cambio, se enfrentan a la morosidad de los hombres, al ritmo perezoso y cansino del gaucho: "Para preparar vías de comunicación basta solo el esfuerzo del individuo y los resultados de la naturaleza bruta: si el arte quisiera prestarle auxilio, si las fuerzas de la sociedad intentaran suplir la debilidad del individuo, las dimensiones colosales de la obra arredrarían a los más emprendedores, y la incapacidad del esfuerzo lo haría oportuno. Así, en materia de caminos, la naturaleza salvaje dará la ley por mucho tiempo y la acción de la civilización permanecerá débil e ineficaz"
66.
La civilización se impondrá el día que la ciudad pueda extender sus redes sobre la campaña. ¿Pero no resultaría esto una contradicción? Es que hay que comprender que significa, para Sarmiento, el término ciudad. En principio, y en un sentido literal, Córdoba también es una ciudad. Sin embargo, y Sarmiento lo remarca, se distingue de Buenos Aires. Su diagrama estratégico es por completo divergente. Como la posición española frente a la Revolución, Córdoba erige una estrategia defensiva con vistas a preservar un orden colonial de cosas. Por eso, más que una ciudad, es una ciudadela fortificada. Impenetrable para los ejércitos y para las nuevas ideas, completamente incomunicada
67.
Córdoba es la ciudad-estacionamiento, la ciudad-proteccionista, abroqueleada en medio de un territorio hostil, rodeada por un mar proceloso de Barbarie. Algo muy diferente sucede con Buenos Aires. Su geometría urbana ya no es euclidiana sino euleriana: establece un nudo, un lugar en donde se concentran los caminos. Como en esta geometría, hija del puerto de Koennisberg, ya no limita un espacio interior de otro exterior sino que los conecta y comunica a través de redes de circulación. Buenos Aires es una encrucijada, una ciudad-compuerta, es el nombre propio de un diagrama de flujos, una estrategia territorial de control de la circulación de stocks e información. Como diría Virilio, con Buenos Aires "el lugar de la guerra no es más la frontera que limita el territorio, sino aquel donde se mueve la máquina de transporte"
68.
La ruta es un campo de concentración de la velocidad y de vectorización de las fuerzas o, como dirían Deleuze y Guattari, un "aparato de captura" del movimiento y la actividad. Ya no bajo la forma despótica de la apropiación monopólica de la renta y del encierro proteccionista. Al contrario, se trata de una acumulación del movimiento, de la violencia, bajo la forma de una apropiación unilateral de la transmisión (puerto) y de la emisión monetaria como forma de stockear el cambio a través del impuesto, del control directo del patrón de comparación de los objetos intercambiados. En efecto, también Alberdi en su Sistema económico y rentístico quiso distinguir entre la "aduana estéril", elemento de despoblación y despotismo que se vale de las prohibiciones y el impuesto exorbitante con fines proteccionistas; y la aduana de poblamiento que utiliza como medio la libertad de mercado y no tiene otro fin que el fiscal: las rentas permitirían convertir el capital comercial en capital financiero, para subsidiar el desarrollo del nuevo país: la construcción del puerto, los caminos, los medios de comunicación, etc. La ciudad, pues, es un medio de relevamiento y direccionamiento, de redistribución y difracción de flujos de mercancías y capitales, o de hombres, incluso. Su modalidad de dominación, de este modo, ya no es la embestida sangrienta, ni el encierro o la lentitud. La ciudad ejerce el poder a través de dos empleos de la fuerza: la aceleración de los movimientos de todo tipo; la conversión o transformación del territorio en tierra, de la actividad en trabajo, del intercambio en impuesto, del dinero fiscal en financiero.
A diferencia de la ciudadela medieval fortificada, conectada directamente con el cuerpo voluptuoso del Señor, la ciudad moderna cambia su modalidad de goce: se vuelve medio de inversión. Cuando el Estado se "urbaniza" deja de funcionar como un agujero negro que no termina de ser llenado y de gozar improductivamente. Con la ciudad moderna el Estado y la "autoridad" se desplazan: ella ya no pertenece al déspota, ni siquiera a una asamblea de ciudadanos, ella está en las "cosas", como dice Sarmiento, en el propio sistema.
La ciudad ya no se define por el majestuoso y ceñido espacio intramuros de la ciudadela medieval. Buenos Aires es el "correlato de la ruta". Y es que esta nueva urbe "no existe más que en función de una circulación y de circuitos; es un punto singular sobre circuitos que la crean y que ella crea. Se define por entradas y salidas, y hace falta algo que entre y salga. Impone una frecuencia. Opera una polarización de la materia, inerte, viviente o humana..."
69. Sarmiento, en este sentido, nunca fue un escritor del "espacio" urbano, sino de su "velocidad": fue siempre un poeta de la "ruta".
La ciudad, en Sarmiento, funciona como el teatro de una actividad hipercinética, de una danza vertiginosa. Ella controla movilidades de todo tipo: de comercio, por empezar, promotor de la producción de excedentes; de trabajo, pues, que requiere actividad disponible (flujo de inmigrantes) y novedades técnicas para aumentar su rendimiento, disminuir su fatiga y convertir el "exceso de vida" en trabajo (actividad stokeada); de saberes, entonces, que reclaman la capacitación disciplinaria, técnica y científica de los ciudadanos; de ideas políticas, también, para que las clases postergadas tengan acceso a posibilidades educativas y sanitarias sólo concedidas antaño a las castas dirigentes; de instituciones, por último, que puedan servir a los nuevos intereses sociales, ligarlos y comprenderlos. Esta espiral del progreso no se mueve, no se pone en marcha sin vías de comunicación, sin la eliminación cada vez más rápida de las distancias: "la provincia de San Juan en la República Argentina -por tomar sólo un ejemplo de los dados por Sarmiento- es una de las que están situadas a la falda de los Andes y por su colocación fuera de las grandes vías del tráfico sus hábitos domésticos permanecen estacionarios, conservando aún la sencillez colonial"
70.
Así la política unitaria de la Civilización y el progreso será por completo diferente a la "unidad bárbara" conquistada y defendida por Rosas y Quiroga. Esta unidad viene dada por el "encierro" del monopolio y el sitio armado. Argentina tiene el aspecto, en este caso, de una dilatada Bastilla; deberá ser liberada para imponer la nueva unidad, la de la polarización y la concentración de la circulación y la expansión del comercio: si la Argentina es unitaria se debe a que "está geográficamente constituida de esa manera", y ha de ser unitaria "aunque el rótulo de la botella diga lo contrario"
71. Estas dos formas de unidad están en estrecha correspondencia con las dos formas de circulación de las mercancías y con las dos modalidades de goce: monopolio-goce-del- déspota y librecambio-reinversión.
Esta justificación del fatalismo unitario del país debida a la confluencia geográfica de los ríos reaparece con toda su fuerza en Argirópolis. La ciudad utópica de Argirópolis estaría ubicada en la isla Martín García, punto de convergencia de las principales vías fluviales, compuerta geo-estratégica dominada en ese entonces por los franceses. Argirópolis es el ideal de ese punto singular sobre circuitos de comunicación, asedio militar y comercio: como dice Sarmiento, esta isla no es solamente una posible ciudad-almacén, es, por sobre todo, la `llave del país"
72. Al igual que Vauban, Sarmiento juzga la importancia estratégica de una posición no tanto por sus combinaciones más o menos hipotéticas sino por la configuración misma del país: "será un nudo importante de vías de comunicación, el punto de crecimiento de rutas numerosas o la confluencia de valles" 73.
Dos geografías se enfrentan en Sarmiento: las distancias secas -el desierto- y las vías húmedas -los ríos-; una Argentina de las extensiones inhóspitas, del pastoreo y la barbarie; otra fluvial, comercial y civilizada: "toda la vida va a transportarse a los ríos navegables, que son las arterias de los Estados, que llevan a todas partes y difunden a su alrededor movimiento, producción, artefactos, que improvisan en pocos años pueblos, ciudades, riquezas, naves, armas, ideas"
74.
Ahora bien, ya Alberdi le había reprochado este determinismo geográfico undimensional. Sarmiento, decía, confunde el origen político del poder porteño -ligado a su control del capital financiero- con un origen geográfico: la confluencia de los ríos. La autoridad de Buenos Aires sería vista como "natural": ella habría sido elegida por el sabio dedo de la Naturaleza.
Sin embargo, si en Sarmiento hay una determinación "en última instancia" de la geografía natural por sobre la geografía política, es que hay un uso estratégico del territorio que domina la lucha entre Civilización y Barbarie. Esta usa la llanura y sus colosales distancias como medio de defensa. Aquélla usa los ríos como instrumentos de ataque o invasión de la "morada sin límites" del caudillo. Pero como ya vimos, más que la extensión y los caminos, quienes se enfrentan en esta lucha son la lentitud y la velocidad.
Mucho antes que el Mariscal von Moltke, Sarmiento destacó la importancia estratégica de los caminos y la información. Todo el diagrama estratégico que buscaba terminar con los ataques de los malones en el sur de la provincia de Buenos Aires -y con las mismas naciones aborígenes- se basaba en la superioridad tecnológica de la Civilización. Se alejaba así del modelo aislacionista y proteccionista -puramente defensivo- de la célebre "zanja" de Alsina: "Dos vaporcitos echados en el Colorado, telégrafos de brazos elevados sobre fuertes para dar desde cada uno de ellos la Señal de alarma a los dos contiguos, son suficientes modos de mantener la seguridad y las comunicaciones"
75. Los medios que propagan el comercio no difieren, como lo demostrará Conrad, de aquellos que sostienen la seguridad militar.
Como lo señalara Robert Schnerb, la semántica económica utiliza un lenguaje militar para definir el comportamiento en materia de aduanas: "se habla de guerra tarifaria, de desarme aduanero, de nuevas armas, de contingentes"
76. Y no es casual que esto sea así. Desde el siglo XVII el mercantilismo británico unió los destinos de la estrategia militar a los de la circulación económica: fue lo que dio en llamarse el fleet in being 77. Esta estrategia, diseñada por el Almirante inglés Herbert, sustituye la guerra de efusión sangrienta por la presencia en el mar de una flota invisible y peligrosa, invisible por su velocidad y peligrosa por su información y su capacidad teletopológica de previsión de los movimientos de los filibusteros. Es decir, sustituye la violencia inmediata como fuerza estratégica por la celeridad en el desplazamiento. Como diría Marx, "un monstruoso despotismo que aspira a la dominación exclusiva de los océanos" (y no es casual que un filibustero como Laffitte financiara la publicación del Manifiesto).
Pocos años antes de Salgari, quien denunciará la guerra del fleet in being en sus aventuras del "Tigre de la Malasia", ya Sarmiento suscribía a ella para combatir al "Tigre de los Llanos".
El problema que intentaba resolver el fleet in being era sencillo: ya no se podía poseer el mar como se posee un territorio; no se podía alambrar un océano, ni ocuparlo, ni custodiar sus fronteras. Había que negar estos vastos espacios por la contracción vertiginosa de las distancias: la velocidad como nueva realidad estratégica. El fleet in being convierte la "guerra absoluta" de la Barbarie, en "guerra total", ubicua: "ello se realiza en primer lugar sobre el mar -dice Virilio- porque la explanada marítima no presenta naturalmente ningún obstáculo permanente para un movimiento..."
78.

Sarmiento remeda, pues, el diagrama militar y económico del imperialismo británico y su estrategia de dominación de los mares. Excepto que, esta vez, se trataría del dominio de Buenos Aires como urbe mercantil sobre las provincias-factorías a través de ese inmenso mar seco que es el desierto. Por eso la pampa puede convertirse en "la imagen del mar en la tierra", y los caudillos que la surcan en "filibusteros de la tierra"
79. Incluso nueve años después de Facundo todavía Urquiza denunciará al congreso la gravedad de ese "mal", el desierto, y hablará de las provincias como de "átomos sin cohesión ni gran valor social, que sobrenadan un inmenso espacio" (frase que suena o aturde a "consejo para el Príncipe" cuchicheado al oído de Urquiza por Alberdi).
Si la lentitud del desierto era la defensa natural de la Barbarie, los ríos navegables serán las vías de asalto naturales de la Civilización: los "conductores" del progreso a través de ese "malísimo conductor" que, según Sarmiento, es la pampa: los ríos son la causa, decía, "del rápido desenvolvimiento de Norteamérica"
80.
 

 

 

41. Para las relaciones entre economía y guerra se puede consultar el texto citado de Gluckmann, p.404. Nosotros preferimos los de Paul Virilio: L'insecurité du territoire, Paris, Stock, 1976, p.30; Vitesse et Politique, Paris, Galilée, 1977, pp. 36 y 60; Défense populaire et luttes écologiques, Paris, Galilée, 1978, pp. 17 y ss.; L'horizon negatif, Paris, Galilée, 1984, pp. 45, 67 y 256.
42. Facundo, P. 197.

43.16id.. p.132. Ya Maquiavelo hablaba de la superioridad ocasional de la caballería parta sobre los ejércitos disciplinados de Roma: "El ejército parto era completamente distinto del romano; constaba exclusivamente de caballería y luchaba confusa y desordenadamente. Se trataba de una táctica de combate inestable e imprevisible (...) El ejército romano, pesado y lento por su armamento y organización, no podía avanzar sino a costa de grandes penalidades. porque el enemigo disponía de caballería, lo que le daba tal movilidad que un día estaba en un sitio y al siguiente se encontraba a cincuenta millas de él" op. cit., p. 50.
44. Facundo, p. 132.
45. "Imaginaos qué haría Facundo en un terreno intransitable contra seiscientos infantes, una batería formidable de artillería y mil caballos por delante. ¿No es éste el convite del zorro y la garza? Pues bien, todos los jefes son argentinos, gente de a caballo; no hay gloria verdadera si no se conquista a sablazos; ante todo es preciso campo abierto para las cargas de caballería: he aquí el error de la estrategia argentina", Facundo, p.151.
La defensa de una población agrícola contra los furiosos ataques de una caballería de bandoleros fue inmortalizada por Kurosawa en Los siete samurais.
46. Sarmiento: Viajes, Buenos Aires, Hachette, 1955, p.105.
47. Facundo, p. 133
48. ibid., p.33, subrayamos.
49. ibid., p. 157
50. Conflictos y Armonías..., p.109.

51. Facundo, p.195, ver supra, nota 16.
52. Ibid.. p.26
53. Sarmiento: Argirópolis, Buenos Aires, La Cultura Argentina, 1916, p.192.
54. Mereier de la Riviére L'ordre natural et essentiel des societés politiques, 1767, Editions Doire.
55. Facundo, p.90
56. Contrariamente a lo propuesto por Sarmiento, históricamente el librecambio benefició a los sectores ganaderos que pudieron vender sus productos en el extranjero sin aranceles y consumir los productos europeos elaborados. Se puede consultar a Chiaramonte: Nacionalismo y Liberalismo Económico 1869-1880, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986.

57. Campaña del Ejército Grande. p.5
58. Facundo, p.91
59. Ibid., p.202

60. Campaña del Ejército Grande. p.311
61 Facundo, p.211. 62. Ibid., p.211

63. Históricamente sabemos que Rosas se vuelca al proteccionismo por las presiones del Interior y no por los ganaderos del Litoral, quienes están, como De Angelis, a favor del librecambio. Ver Chiaramonte, op.cit., p.22
64. Facundo, p. 212
65. Ibid., p. 230
66. Ibid., p. 27
67. La estrategia defensiva de Córdoba está determinada por su ubicación geográfica, en una hondonada, lo que la obligó, dice Sarmiento, a "replegarse sobre sí misma, a estrechar y reunir sus regulares edificios de ladrillo". Sarmiento ansía encontrar en ella la reproducción fiel de una fortaleza medieval. Tanto es así que, como lo señala Henríquez Ureña, comete un error: la catedral de Córdoba no es, como él cree, de orden gótico, "único modelo en la América del Sur de la arquitectura de la Edad Media". El templo fue construido siguiendo las normas del barroco español. Más acorde, incluso, con el jesuitismo embozado con que Sarmiento pinta la ciudad. En Conflictos y Armonías... Sarmiento usará similares conceptos para referirse a España: "La España es una península que se aparta en cuanto puede de la Europa a que pertenece por su geografía, aunque por su geología sea africana o atlántica. Sepáranla del continente los Pirineos, que habitan aún los vascos, de estirpe tan primitiva que las lenguas arias que han alcanzado de uno y otro lado hasta sus faldas, no pudieron penetrar en sus valles ni escalar sus elevadas crestas. Por estas barreras continentales ha debido la España quedar sustraída a los movimientos de ideas, salvo cuando civilizaciones exóticas hacían agujero y traspasaban la línea vasca", P.208.
68. Paul Virilio: L'horizon negatif, p. 66

69. Deleuze-Guattari: Mille Plateaux, Paris, Minuit, 1980, p.539.

70. Educación Popular, p.114
71. Facundo, p. 108
72. Ya en el capítulo XXIII del Libro Cuatro, Clausewitz criticaba la idea de la "Llave del país": en un territorio no había ningún punto, afirmaba, cuya posesión decidiera la conquista de todo el país.
73. Vauban: Curso de fortificación permanente de la Escuela de aplicación del genio y de la artillería, 1888; citado por Virilio en Vitesse et Politique, p.21. Sarmiento cita a Vauban en Conflictos y Armonías..."El arte del ataque y de la defensa de las ciudades estaba en toda su científica práctica antes de Vauban por los cobrizos héroes de Arauco..." ironiza Sarmiento refriéndose a la fantasiosa Araucana de Ercilla. Ver p. 108
74. Argirópolis, p. 37

75. Ibid., p. 76
76. R. Schnerb: Libre-échange et protectionisme, Paris, P.U.F., 1963, p.79.
77. Para un análisis de la estrategia del fleet in being se puede consultar a Paul Virilio: Vitesse et Politique, p. 46 y L'insecurité du territoire p. 26

78. Virilio: Vitesse et Politique, p.57
79. Facundo, pp. 24 y 28. En el mismo sentido, Alberdi dirá en las Bases: "Los grandes ríos, esos caminos que andan, como decía Pascal, son otro medio de intentar la acción civilizadora de Europa (...) es necesario entregarlos a la ley de los mares, es decir, a la libertad absoluta", edición de Plus Ultra, 1977 p. 100
80. Facundo, p.25

 



 

< índice >

CONCLUSIONES

 

Temor y libertad no son cosas contradictorias
Hobbes
Este espíritu muerto es una igualdad en la
cual todos valen como cada uno.
Hegel


LAS lecturas litúrgicas del pensamiento argentino nos dicen: Sarmiento pertenece a la generación romántica. Es contemporáneo de Alberdi y Echeverría, no de los iluministas, no de Moreno, Belgrano o Rivadavia. Sea. Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de romanticismo? Máxime cuando no se trata tanto de una concepción estética sino de una nueva síntesis de la política y la guerra...
El romanticismo le había impuesto un giro original a esta síntesis. Y es que la estampa clásica del individuo resultaba ya un poco pusilánime. Para ellos esta cobardía -bovina, agregaría Sarmiento- civilizaba a los hombres, les permitía vivir en un orden civil, a la sombra (terrible) de un Estado (Civitas).
Napoleón trajo la buena nueva: los hombres se civilizan por su osadía romántica y no por sus mecánicos temblores clásicos. Después de todo, para vivir como un hombre, había que saber morir como tal.
Para Hobbes, en cambio, los hombres renunciaban a sus pasiones, a sus deseos naturales de poder, por el terror: primero, y debido a la inseguridad del estado de naturaleza, "esa miserable condición de guerra", accedían al contrato; luego, por la eficaz disuasión del Estado, por temor al castigo y al suplicio, se sujetaban a ese contrato. Las pasiones se convertían en deberes gracias a otra pasión más fuerte y contraria, diría Spinoza: la política, como arte del gobierno, era la gestión estratégica de las coacciones, una continuación de la guerra por medíos similares. La política, como con Rosas, era entonces una poliorcética, el Estado un estado de sitio, "porque el mando de las militae sin otra institución hace soberano a quien lo detenta", decía Hobbes.
De algún modo, por el contrato o la conquista, el hombre, para devenir ciudadano (civilizado) precisaba de un enemigo más fuerte que él: la guerra de estado concedía la vida a cambio de la sumisión. Y sí alguno no estaba muy convencido de la conveniencia de este intercambio, bueno, podía asistir a una cruenta pedagogía del terror: el suplicio público, las ejecuciones espectaculares. El espacio público no era un lugar de discusión sino de observación, un teatro. La política no era el arte de la persuasión sino el de la disuasión. A raíz del fusilamiento de Camila O'Gorman y del cura Gutiérrez, Sarmiento señalará que un hecho tan horroroso había sido ejecutado para recordar a los espíritus olvidadizos que la Mazorca estaba ahí, que Rosas mantenía su poder.
Para los románticos en general, y para Hegel en particular, las pasiones vienen a convertirse en deberes ya no por el terror sino por el valor: el hombre es capaz de renunciar, primero, a su existencia, de superar su instinto natural de conservación, para defender su sentido, su esencia, su identidad: desprovista de toda "necesidad vital", la lucha a muerte es la guerra por el puro prestigio, por el reconocimiento. Buscando el reconocimiento de los otros, los hombres se libran de cualquier determinación sensible de sus apetitos: hay una forma superior del desear que separa al hombre de sus pulsiones, que convierte al apetito en interés, y ya no es el ascetismo del santo, sino el coraje del guerrero: es en este sentido que no hay nada menos pasional y más racional que la guerra. Al mismo tiempo, mediante la lucha a muerte y el deseo de reconocimiento, el hombre se vuelve capaz de negar o deponer lo dado en favor de sus derechos sobre él: adquiere, de este modo, el curioso valor de arriesgar su cuerpo y sus posesiones -su goce- para conquistar el reconocimiento de su propiedad sobre ellos: asienta en todas las cosas el signo de su nombre.
Puede especularse, y de hecho se lo hizo, que no serán los nómades cazadores quienes comiencen esta guerra y, con ello, la Historia; ni siquiera, tal vez, los criadores: fueron más bien los agricultores, los fundadores del Urstaat y de la escritura. Para los cazadores el meum y el tuum eran en vano, sólo negaban lo dado para gozar de él; sus luchas con un animal, o con un hombre, llegado el caso, estaban determinadas por una "necesidad vital" y desprovistas de cualquier demanda de consideración: no había límites prescriptos -rigurosas escrituras catastrales sobreimpresas en el mapa-, había recorridos territoriales, rutas, circuitos.

Para Hegel será el propio pueblo, por fin, quien encontrará su identidad, su conciencia de sí como Volkgeist, cuando procure el reconocimiento del enemigo en la guerra: la lucha armada será el "estadio del espejo" de los pueblos. No es que la constitución de un Estado no tenga su momento negativo, su Terror, su guillotina y su Robespierre: los individuos deben renunciar, un poco a desgano, a sus intereses privados. Pero la libertad civil sólo se conquista realmente cuando este individuo participa activamente de la guerra del pueblo, es decir, cuando tiene parte del Estado y su Poder: es nuevamente por la guerra que el individuo se vuelve virtuoso, pero por la guerra, ahora, contra otro Estado. La política romántica quedará, así, apresada en la épica napoleónica y en la gesta popular: el hombre alcanza su libertad histórica cuando forma parte, a riesgo de su vida, de la vida del Estado, de la vida de la Historia. Los románticos supieron hacerse de su propia iglesia laica: el Hombre sólo comienza a existir auténticamente como Sujeto -y no como objeto, mero cuero animal- cuando es capaz de ofrendar su vida a la Patria o a la Historia; la vida no vale nada porque nunca vale por sí misma: tiene que verse justificada, redimida por otra Vida que siempre está más allá de la Muerte.
Como el oro en el mercado, la Muerte será aquí el equivalente general con relación al cual se miden todos los valores: el verdadero duelo, como el intercambio comercial, será aquél en que los contendientes corran el mismo peligro de muerte
115. Sería redundante señalar la importancia que esta posición tuvo en toda la literatura desde el siglo XIX. Bastará tomar a Borges y su culto orillero del duelo: la auténtica elección, aquella que bifurca los mundos posibles, es la que se realiza en el instante inminente y eterno de mirar de frente a la Muerte; cuando, como Dahlmann en "El Sur", se sale a la llanura con un cuchillo que ni siquiera se sabe manejar, para lavar una injuria. 116
Pero la higiene del prestigio no parece importar mucho cuando el capitalismo se pone cínico, cuando, como dijo Marx, manifiesta su verdadero carácter. Ya Alberdi atribuía la asignación de valor y de libertad a la transacción comercial y no más al intercambio bélico: "El oro -decía- es la libertad, es decir, el poder de ser independiente y libre..." El señorío de los nobles guerreros comienza a declinar: se convertirán en caudillos, aspirantes de tiranos, causas de la anarquía. Anchorena sí, decía Alberdi, San Martín no. A lo que Hegel respondería: un Estado pacífico, lamentablemente, deja de ser un Estado propiamente dicho y se convierte en una asociación privada industrial y comercial cuyo fin supremo es el bienestar de sus miembros, la satisfacción eficiente y variada de sus necesidades, el goce.
Esta disyunción entre el goce epicúreo y la voluntad guerrera no parece convenir al discurso de Sarmiento. En primer lugar, para él, la guerra ya no se definirá por su momento decisivo, el duelo o el intercambio bélico, el pago al contado o la liquidación, sino, más bien, por los modos de destrucción o formas sociales de hacer la guerra: armamentos, dispositivos y disposiciones. La lucha no es la simple agonística de los intereses: toda guerra es el conflicto entre modalidades tácticas y económicas de hacer la guerra o poseer el suelo, entre dos "ideas": por eso no es tanto un combate entre hombres como entre sistemas, estados de cosas, "ideas" (a los hombres se los degüella, a las ideas no). Como vimos con los ejemplos de Facundo y Paz, Sarmiento opondrá al valor y arrojo de los gauchos, la disciplina de los soldados y la capacidad táctica y estratégica del jefe para administrar sus movimientos: el ideal de esta guerra sería una prolongada movilización sin combate.
La lucha por el reconocimiento, por el puro prestigio, ese enfrentamiento "romántico" como lo llama Sarmiento, será el combate de los gauchos en la pulpería, es decir, el ejemplo más acabado de Barbarie (con Francisco Real, en cambio, Borges invertirá la valorización sarmientina de estos enfrentamientos).
Por lo mismo, para Sarmiento, la Nación no consistirá, ni por mucho, en una implícita identidad espiritual: "esa idea de nacionalidad que es el patrimonio del hombre desde la tribu salvaje y que la hace mirar con horror al extranjero"
117. En este sentido, nada más cercano a la épica popular romántica que la política de Rosas, nada más imbuido de espíritu medieval y gótico.
La libertad no se conquistará por la renuncia al goce individual: al contrario, tomo vimos, es la naturaleza quien nos restringe esos goces y es la sociedad -dirá Sarmiento-, a través del comercio, quien los satisface en forma variada (= civilizada) y sin fastidio (= tecnificada): los límites no están dentro de la sociedad sino fuera de ella, en la naturaleza, en la Barbarie.

Tampoco será preciso una renuncia a los intereses privados en favor del interés general o del Estado: la unidad de la Nación se alcanza, de hecho, por la comprensión recíproca de los intereses en el mercado. Más que la instancia de la Muerte, el Estado representa la tasa de la Moneda, del equivalente general, conciliando el dinero mercantil y el fiscal.
Pero no se trata, simplemente, de una contracara de la política romántica. Si el goce que provoca la vida civilizada no se confunde con el de la vida bárbara es porque este último se alcanza a través de la satisfacción inmediata o el consumo improductivo. Aquél, en cambio, es el gozo por el aumento de la capacidad industrial, de la riqueza: el lujo se convierte, para Sarmiento, en un medio de inversión: hay goce cuando hay rendimiento, realimentación, feed-back.
El consumo improductivo caracteriza, al contrario, al rudimentario goce felino; de ahí que las figuras del déspota y el bárbaro se encuentren emparentadas y hallen su síntesis histórica en Rosas. No son tanto los súbditos quienes son separados del estado de naturaleza y de goce por el déspota, es más bien el déspota quien se animaliza porque no cesa de "llenarse" con los excedentes que se apropia: el impuesto es tributo, la muerte una ofrenda. ¿No eran ya Rosas y sus secuaces quienes en "El matadero" estaban exentos, por gracia divina, de la abstención en el consumo de carne?
Ya nadie goza como el déspota en el sistema sarmientino, nadie se "llena" verdaderamente; porque todos, de una u otra forma, no dejan de volcar sus excedentes sobre la producción, convirtiendo al consumo en una "producción de producción". Nadie goza como el déspota salvo el mismo Capital, el mismo Sistema: el amo abandona su dominio trascendente (encerrado en Palermo, sin dejarse ver por nadie) y se vuelve inmanente: "La autoridad se funda en el asentimiento indeliberado que una nación da a un hecho permanente"
118. La "autoridad", dirá una y otra vez Sarmiento, está en el "orden de cosas" y no en un hombre, sea Rosas o Facundo. Nadie es propietario del poder: por eso ya no es cuestión de tomarlo o perderlo en una súbita acción bélica.
Aunque no por esto la nueva autoridad inmanente dejará de tener su corte de funcionarios. Ellos se encargarán de vigilar ese circuito de retroalimentación, ellos supervisarán que el máximo de consumo se vuelque a la producción y reproducción del sistema: los "monitores" y los "inspectores" de escuela, los militares en el ejército, los burócratas en la metrópoli, los capataces en la fábrica, etc. Ellos ya no ejecutarán las órdenes trascendentes del déspota. Más que una comunicación vertical, en donde una mano maneja las marionetas, el sistema funciona horizontalmente: una corte de decididores bailando sobre una explanada caliente de inmanencia.
Hay un uso violento de la fuerza para conquistar o conservar un orden institucional. Pero al cambiar el lugar de la autoridad, del déspota al sistema, cambiará también la naturaleza de la fuerza: hay un uso disciplinario de la fuerza, una conversión de la violencia en velocidad, del combate en movilización, una introyección del enemigo: ya no se trata de derribar los muros de los señores sino de atravesar la pampa como una exhalación o de intensificar el trabajo para generar excedentes.
Este incremento de la velocidad pareciera no tener fin: correr hasta que la llanura se contraiga tanto que desaparezca, hasta que se esfume incluso el vehículo. ¿No habrá en Sarmiento un deseo kafkiano de convertirse en indio? ¿Su ideal no es, por lo mismo, que la intensificación del trabajo se vuelva infinita y su extensión, en consecuencia, se reduzca a cero? Pero la reducción del tiempo de trabajo y la renuncia a la plusvalía absoluta lo significan que se deje de stockear la actividad. Al contrario, cada vez más el tiempo libre será capturado por el sistema: nada de pulperías, dice Sarmiento, nada de recargarse ociosamente en el farol de la esquila, ¿es que no tienen algo más útil que hacer?
Sarmiento había aprendido bien el precepto de Franklin: el tiempo es dinero. Toda hora perdida es una hora que se sustrae al trabajo dedicado ad gloriam Dei. Y es tanto más perdida si lo se la gasta para Su goce: puesto que todo viene de El, todo debe volver hacia El. En este sentido, la tesis de Weber sobre el protestantismo se ajusta a Sarmiento, a condición de sustituir a Dios por el Capital filiativo.
Ya no nos redime la Historia, ni el Estado. Sarmiento nunca creyó demasiado en ellos. Ya no nos salva ni el terror ni el coraje (tampoco la esperanza). La vida se ve justificada y bendecida por el Capital: lavada en el agua bautismal que le deparará el cielo de la Civilización.

 

 

 

115. Ya Calusewitz había establecido el paralelo entre la guerra y el comercio: "En la guerra -decía-, la decisión por las armas es en todas las operaciones grandes y pequeñas lo que el pago al contado en las transacciones comerciales. Por más remotas que sean estas relaciones, por mas que las liquidaciones rara vez se produzcan, al final deben realizarse", De la guerra, p.74, subrayamos.
116. Por supuesto que el ejemplo mayor de esta conducta fue el narrado por Joseph Conrad en El Duelo. Y no es casual que los "duelistas", D'Hubert y Feraud, fueran oficiales de caballería del ejército de Napoleón

117. Facundo, P. 224
118. Ibid., p.108. Al concebir el deseo ligado al modelo de la satisfacción y no del poder, el romanticismo vive el consumo productivo como una "renuncia" al goce, o, mejor aún, al objeto del goce, al cual ven definitivamente perdido. De ahí el tema de la Amada romántica y ese amor particularmente nostálgico o melancólico: hay una carencia que nunca puede ser colmada. Y es que todos los objetos no son más que sustitutos imaginarios de Ella, el verdadero objeto perdido del deseo. Existe, pues, una cierta organización paranoica: todos los signos remiten a un único gran significante despótico, "todo me recuerda a ella" dice este añorante enamorado. Como diría F. Scott Fitzgerald en "Sueño de invierno", no debemos engañarnos, no lamentamos haber perdido a la mujer que amábamos, lo que lamentamos es no ser capaces de amar tan intensamente, como cuando amábamos a esa mujer.



 

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