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Diseño de tapa: Alejandra Benítez Composición y armado: Andrea Di Cione
Impreso en Argentina • Printed in Argentina
Ediciones El Cielo por Asalto
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INDICE
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I
EL DISCURSO DE LA GUERRA
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Escribo como medio y
arma de combate,
que combatir es realizar el pensamiento.
Sarmiento
Vamos
a intentar aquí distinguir y analizar las dos modalidades bélicas
enfrentadas en la literatura sarmientina: Civilización y Barbarie. Se nos
permitirá para ello que a menudo echemos mano de Clausewitz, cuando hagamos
referencia categorías pertenecientes a la teoría de la guerra. Al igual que
Clausewitz, Sarmiento verá en la guerra un instrumento de violencia para
alcanzar una finalidad política: la guerra será un acto de fuerza para
imponer una voluntad a un adversario.
Pero como decía ya Clausewitz no hay que confundir el objetivo político (Zweck)
con el propósito militar (Ziel), por más que aquél se alcance a través de
éste: la guerra es la continuación de la política pero por otros medios. El
objetivo es imponerle una voluntad al otro, y podría llevarse a cabo
pacíficamente si el otro, obstinado en su resistencia, no se armara para
impedirlo: como dice Clausewitz, la guerra siempre comienza por la defensa.
Sólo cuando el otro se convierte en adversario militar, el político
recurrirá a su brazo armado. Los propósitos militares, entonces, pueden ser
ya aniquilar al enemigo, ya desarmarlo (y veremos que Sarmiento opta por lo
segundo).
El triunfo militar, luego, creará las condiciones necesarias para imponer
una voluntad política. No es casual que Sarmiento haga hincapié en esta
distinción entre objetivo y propósito: quiere tomar distancia de Rosas para
quien la política era la gestión estratégica de las coacciones ya que se
confundía con el propósito militar: su política era una poliorcética.
Esto no quiere decir, claro, que la política de Sarmiento no nos depare
algún que otro temblor.
Así podrán distinguirse en Sarmiento tres sujetos. Cada uno de ellos, como
en Clausewitz, ocupará un lugar jerárquico en la trilogía bélica: el jefe
político postula el objetivo; el comandante militar diseña la estrategia
para alcanzar el propósito marcial; el soldado, por último, usa su fuerza y
sus armas en la maniobra táctica. La guerra reúne, pues, esta "sorprendente
trinidad": la voluntad política, la inteligencia estratégica y la violencia
armada.
Recordemos que la táctica es el arte de combinar y conducir las fuerzas
individuales con vistas al encuentro aislado. La estrategia, en su lugar,
combinará estos encuentros para alcanzar el propósito militar final: "La
táctica -decía Clausewitz- enseña el uso de las fuerzas armadas en los
encuentros y la estrategia el uso de los encuentros para alcanzar el
propósito de la guerra"
2.
En este sentido todo el pensamiento militar de Sarmiento estará atravesado
por un modelo combinatorio. Hay combinaciones estratégicas y tácticas, e
incluso, si pensarnos en el cuerpo mismo del soldado, su unidad relativa no
será más que una máquina combinatoria: coordinación compleja y rigurosa de
miembros, armonía de los gestos, corrección de las posturas, compacidad de
los actos, etc.
La trinidad bélica se presenta, además, como un sistema jerárquico de
mediaciones. En éste la noción antropológica de uso está a la orden del día.
Hay en Sarmiento una primera "pragmática" de la guerra: el objetivo político
se alcanza por medio de la estrategia militar; el propósito militar, a su
vez, se conquista mediante la acción ordenada y eficaz de las unidades
tácticas de asalto y resistencia. Esta pragmática plantea un uso proyectivo
del arma o la herramienta. Está presente en las opiniones de Sarmiento
acerca del ejército como "instrumento" de la política pero también, por
ejemplo, acerca del cuchillo como "instrumento" del gaucho, prótesis
agresiva o laboral de su cuerpo.
Aún así, habrá que considerar una jerarquía inversa, una segunda pragmática
de la guerra. Ya no se tratará de un uso proyectivo del instrumento sino de
un uso introductivo: la herramienta o el arma dejan de ser instrumentos y se
convierten, como diría Marx, en "máquinas": se establece una nueva alianza
entre el cuerpo y el arma. Un ejemplo lo tenemos en la "simbiosis" del
gaucho y el caballo: el carácter de un individuo, sus deseos e ideas,
dependerán, en este caso, de los medios que dispone para luchar o trabajar;
como diría Hegel, las armas son la esencia misma de los combatientes. Desde
este punto de vista, los progresos del poder armado condicionan el estatuto
del propósito militar y, con ello, la inteligencia estratégica. Por lo
mismo, varían los objetivos políticos alcanzables y las pretensiones de los
gobernantes.
Claro que ya Clausewitz aludía a esto: el objetivo, afirmaba, "debe
adaptarse a la naturaleza de los medios a su disposición y, de tal modo,
cambiar a menudo completamente"
3. Pero para Clausewitz este ajuste era
meramente coyuntural: la sagacidad política consistía en saber renunciar o
postergar a tiempo las finalidades políticas inalcanzables por las
restricciones en el poderío armado. Para una dialéctica de las pasiones esto
quería decir: los sacrificios de la guerra pueden ser demasiado onerosos y
vencer, en combate a muerte, a los motivos que la suscitaron.
Para Sarmiento, en cambio, el progreso tecnológico en los armamentos y en
las tácticas que estos engendran, condicionan los objetivos postulables.
Como veremos luego, la democracia como sistema político sólo fue posible,
para Sarmiento, cuando las armas de fuego irrumpieron en occidente y
tornaron inútiles a fortalezas y armaduras, cuando la infantería y la
artillería triunfaron por sobre la caballería, cuando la plebe desplazó del
campo de batalla a la nobleza.
La inteligencia estratégica no puede definirse de una vez para siempre a
partir de reglas eternas: las categorías de deliberación estratégica se
modifican con los progresos técnicos en el armamento. Tampoco las categorías
esenciales de los ideales políticos pueden conocerse a priori, como
pretendían los racionalistas y apráxicos unitarios: estas categorías se
modificarán también junto con la evolución del armamento, junto con las
variaciones eventuales de las estrategias posibles.
Primer axioma, pues, que nos interesa de Sarmiento: la voluntad política y
el poder armado se hallan en una relación de determinación recíproca o de
condicionamiento mutuo. La historia política de los pueblos estará
indisociablemente unida al progreso tecnológico de sus armas: línea
ascendente de poder y de provecho militar o económico de la energía.
Podemos adelantar, así, una primera definición de progreso, tal como
subtiende al discurso sarmientino: la voluntad política no tiene un objetivo
trascendente al sistema, su finalidad no es otra que el incremento ilimitado
del poder de obrar del ejército, vale decir, el perfeccionamiento táctico de
los medios disponibles. En la medida en que este poder se incrementa (o
progresa), la voluntad podrá ambicionar nuevos objetivos, siempre y cuando
éstos no sean fines en sí mismos sino medios idóneos para acrecentar aún más
las capacidades operativas de ese ejército. El propósito militar era
desarmar al enemigo, pero el objetivo político será armar y entrenar a los
aliados.
Por ejemplo cuando debe hablar de los objetivos políticos de la educación
popular, Sarmiento dirá: "El poder, la riqueza y la fuerza de una nación
dependen de la capacidad industrial, moral e intelectual de los individuos
que la componen; y la educación pública no debe tener otro fin que el de
aumentar cada vez más el número de individuos que las posean"
4.
Por eso el pensamiento sarmientino aporta, entre nosotros, una buena cuota
de novedad. Ya no confunde la finalidad política con la militar, como, según
él, hacía Rosas. Unirá, esta vez, los destinos de la deliberación política a
los del ordenamiento táctico. Gobernar no será tanto planificar una
estrategia armada contra una población, como extender la maquinaria de una
táctica militar sobre la sociedad.
De ahí el anti-rosismo o el anti-terrorismo de Sarmiento. Porque esta
oposición histórica a la tiranía se deriva de aquel cambio en la perspectiva
política y militar. El pueblo ya no será el propósito bélico, un ejército al
que atacar o del cual defenderse. El gobernante establece ahora una alianza
militar con el pueblo: éste deviene medio táctico. El estratega, entonces,
ya no lo acosa: lo organiza. No lo amenaza: lo administra. Con Sarmiento el
cuerpo social se convierte en un disciplinado cuerpo de tropa.
Rosas, el déspota, no gobernaba, había dicho Sarmiento. Encerrado por meses
en su casa de Palermo él "dirigía la guerra": para él la política era la
continuación de la guerra por los mismos medios. Imponía su voluntad a
fuerza de verga y puñal, de terror y degüello: el Estado en ese entonces
tenía la forma ingente y amenazante de un ejército sanguinario. Sarmiento,
en cambio, no ve en la población el objeto de una conquista armada sino el
sujeto de un poderío bélico y económico, si se los sabía disciplinar para
tal fin. Por eso, más que con una estrategia letal, la política se confunde
con una táctica funcional: orden y progreso.
Claro que, en líneas generales, podemos decir que estas dos actitudes
bélicas corresponden a dos formas de gobierno -el despotismo y la
república-: y esto se verificaría así en Sarmiento. Pero para ser precisos,
no se trata tanto de formas de gobierno como de modalidades de dominación
diversas, que van incluso más allá de una mera gestión estatal. Los modelos
de dominación o de poder recorren todas las formas institucionales, desde el
ejército y la escuela hasta la domesticación del caballo por parte del
gaucho. Rosas debe mantener una fuerza permanente de represión interna: la
Mazorca. Con ella mantiene vigente su amenaza de muerte y aniquilamiento
sobre la población. El terrorismo estatal logra que la población se someta a
cambio de conservar su vida: "Degüella, castra, descuartiza a sus enemigos
para acabar de un solo golpe la guerra (...) el terror es un medio de
gobierno que produce mayores resultados que el patriotismo y la
espontaneidad" 5.
Cuando Alberdi lea a Sarmiento, algo no se le escapará: en sus concepciones
el ejército se extiende e identifica, prácticamente, con el pueblo, como lo
recomendaba Maquiavelo tres siglos antes. Excepto que, ahora, el objetivo
político de estas tropas no será tanto la conquista violenta de otro reino o
la defensa armada de la Soberanía, como una gestión de las propias fuerzas,
el incremento ilimitado del poder de la población-ejército. La fuerza cambia
aquí de naturaleza: la violencia era una fuerza que procuraba descomponer
los cuerpos y limitar o neutralizar, con ello, la fuerza del enemigo; la
disciplina será la fuerza que busque combinar o componer los cuerpos de
manera que aumente su poder de obrar.
De este modo, estos dos modelos de dominación se distinguen, en principio,
por tipos de intervención: si la violencia amenaza y mutila los cuerpos, la
disciplina los sana, los instruye, los incentiva, los gestiona, los
supervisa. El degüello separaba los cuerpos en pedazos: era una ablación
sangrienta. La disciplina separa al cuerpo de su fuerza de trabajo
acrecentada; al individuo, de su poder militar incrementado: como diría Marx,
no busca la apropiación de los cuerpos sino el aprovechamiento de su poder
de obrar.
Civilizar, en una primera acepción, será poner a un pueblo en marcha. La
política Sarmientina, lejos de ser la paulatina desmilitarización del
Estado, extiende la militarización a todas las combinaciones intra o inter-corporales
de la vida social: una permanente e incruenta guerra sin combate. Ese punto
intangible en donde la heroica "libertad de movimiento" que se oponía a la
tiranía estanca, se convierte en una administración minuciosa del
movimiento, en una inquieta política de movilización de masas.
2. Karl
von Clausewitz: De la guerra, Barcelona, Labor, 1976, p.121.
3. Ibid..
p. 58.
4. Sarmiento: Educación popular, Bs. As., Lautaro, 1949, p.26, subrayamos.
5.
Sarmiento: Facundo, Buenos Aires, Losada, 1963, p.233 y 139. Por supuesto,
cada vez que en este ensayo nos referimos a Rosas, no hablamos de su figura
histórica sino del "Rosas" de Sarmiento.
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II
OBJETIVO
POLITICO
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El aspecto conjunto
de la vida no es la
indigencia, el estado de hambre, sino más
bien la riqueza, la abundancia, y hasta
la insensata dilapidación; donde se
combate, se combate por el poder.
Nietzsche
DETENGAMONOS ahora en el objetivo político de Sarmiento. "¿Por qué
combatimos?" se pregunta en Facundo, y él mismo se contesta: "combatimos
para volver a las ciudades su propia vida"
6. La voluntad política de
Sarmiento será resucitar las ciudades arrasadas por la barbarie. Mientras el
propósito militar sería quitar la vida, o al menos, debilitarla; el
objetivo, al contrario, será fortalecerla.
Cuando le escribe a Paz, a raíz de la publicación de Facundo, Sarmiento dice
claramente cuál es su finalidad: "Facundo no tiene otro objeto que ayudar a
destruir un gobierno absurdo y preparar el camino a otro nuevo". Doble
finalidad, pues: un propósito militar (cuyas evoluciones y conclusión serán
relatadas en Campaña del Ejército Grande), y un objetivo político
(prefigurado en Argirópolis). Amén de una salvedad: el propósito militar
"prepara el camino" para el objetivo político, no se confunde con él.
De ahí la sinuosa disputa de Sarmiento con Alberdi en torno a la figura
caudillesca de Urquiza. Es cierto, y Alberdi se lo achaca: detrás de los
ataques de Sarmiento se esconden sus ambiciones personales. Pero las
intenciones del autor exceden los límites de nuestro análisis. Si queremos
ser rigurosos con nuestro objeto de estudio deberíamos oír, más bien, el
argumento de Sarmiento: "Si antes de conocer al general Urquiza dije desde
Chile `su nombre es la gloria más alta de la confederación (en cuanto
instrumento de guerra para voltear a Rosas)', lo hice, sin embargo, con
estas prudentes reservas: `¿Será él el único hombre que, habiendo sabido
elevarse por su energía y talento, llegado a cierta altura (el caudillo) no
ha alcanzado a medir el nuevo horizonte sometido a sus miradas, ni
comprender que cada situación tiene sus deberes, que cada escalón de la vida
conduce a otro más alto?"
7.
En opinión de Sarmiento, Alberdi confunde, en ese momento, al jefe militar
con el político: Urquiza sólo cumple con el propósito castrense o, si se
quiere, con el momento negativo del objetivo político, es un "instrumento de
guerra para voltear a Rosas". Su bizarría -algo que, por otra parte,
Sarmiento se encargará bien de poner en duda- no alcanza para legitimar sus
ambiciones políticas: la nueva situación, que él posibilita, requiere de un
escalón más alto en el podio de las conducciones: como Cincinato, Urquiza
debería retirarse para poner en manos de un político (Sarmiento, claro) la
gestación de la Organización Nacional. Nuevamente Sarmiento distingue
fuerzas de dos naturalezas: de destrucción y de gestión
8.
El objetivo político es revitalizar las ciudades, incrementar su fuerza y su
poder. Siguiendo la línea gradual de aumento de potencia, el objetivo de la
política sarmientina será hacer avanzar la Historia (si, como veremos, la
Barbarie tiene como aliada a la Naturaleza, la Civilización cuenta a su
favor con la bendición de la Historia).
Esta idea repercute, primero, en toda la teoría sarmientina del deseo. El
romanticismo había escindido radicalmente los fines de la naturaleza y los
de la cultura. El utilitarismo, en cambio, los asimilaba, concibiendo a la
cultura como un arsenal de útiles a través de los cuales la naturaleza
humana realizaba sus fines. Sarmiento mantiene una relación problemática con
ambas posturas. Por un lado adscribe a cierto funcionalismo decimonónico: la
cultura como sistema de medios técnicos realiza los fines de la naturaleza.
Es más: lo hace con el menor fastidio y la mayor prontitud. Hay aquí toda
una ética del bienestar y el confort: el esfuerzo técnico disminuye el
esfuerzo físico; la Civilización, por eso, es mucho más eficaz que la
naturaleza y sus instintos. No hay verdadera renuncia, no hay contradicción
entre apetito y virtud. Pero la Civilización no lleva a cabo los fines de la
naturaleza sin cambiar y, acaso, plegar, la naturaleza del goce. El goce
natural, animal, bárbaro, es el efecto del uso inmediato de los objetos para
la satisfacción de una necesidad: tiene, pues, todo el aspecto del
despilfarro, del consumo improductivo. El goce civilizado, en cambio, se
alcanza con el consumo productivo, cuando el uso de un objeto permite
aumentar el poder de obrar de un individuo, cuando ya no se busca una mera
satisfacción sino un beneficio. Luego, no hablaremos ya de necesidades sino
de intereses. Por último llamaremos voluntad al deseo que procura decidir
sobre los medios a través de los cuales los hombres realizarán sus
intereses: las instituciones. Pero como la voluntad "civilizada" desea el
progreso de una nación, ella debe incrementar las posibilidades de cada una
de sus partes.
Las necesidades buscan la satisfacción inmediata. Los intereses se procuran
los medios que tienen a su alcance para obtener su beneficio: los intereses
pueden ser económicos o sociales pero no son políticos porque no deliberan
acerca de los medios; sólo la voluntad política lo hace (aunque a menudo
Sarmiento use la palabra "interés" para referirse a la "voluntad" o a las
"ideas" políticas : a nosotros no nos importan los términos sino los
conceptos que ellos denotan).
De modo que la Organización Nacional es el objetivo de una voluntad
política. Aunque no se trata solamente de un incremento en las fuerzas de
acción de la nación: es la disposición de esta Organización lo que se desea
imponer. Por eso imponer una voluntad no significa reprimir, por la
violencia de Estado, los intereses individuales para favorecer al interés
del Estado: se trata, más bien, de imponer conductas, medios o instituciones
para cumplir, de la manera más eficaz y menos conflictiva, con esos
intereses particulares.
La lucha de intereses definía un estado de guerra ("las convulsiones
internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo"), mientras que la
voluntad se vale de una guerra de Estado para conjurar ese conflicto: desde
Hobbes, el aparato de Estado pone fin a la lucha de intereses egoístas. Sin
embargo en Sarmiento, a diferencia de Hobbes, la guerra de Estado, ejercicio
permanente del terror, no es una forma de gobierno; ella sólo allana el
obstáculo para establecer, políticamente, un gobierno. Ese estado de guerra
tiene un nombre en Facundo: Federación; aquella guerra de Estado, aquella
guerra que domestica a la guerra, tiene otro: "preparar el camino para otro
gobierno".
Pero en definitiva, hacerle la guerra al estado de guerra ¿no es obrar como
Rosas, por el terror? Para Sarmiento este momento hobbesiano sólo tiene un
propósito bélico. En efecto, como decía Hobbes, en el estado de guerra la
oposición mutua de las fuerzas reduce su poder a cero; he ahí el problema:
las partes se debilitan mutuamente. Al contrario, el Estado, lejos de
obligar a una renuncia, debe ligar y complementar los intereses, dirá
Sarmiento, a través de un sistema económico. Este sistema debe sustituir la
"oposición mutua" de los intereses por un "beneficio mutuo": debe convertir
el estado de guerra en un comercio. Si la guerra de Estado interviene es
porque libra una batalla contra el sistema económico que permite " esa
miserable condición de guerra". El propósito de esta guerra no será
aniquilar al oponente o gobernarlo mediante una amenaza de muerte: prefiere
desarmarlo, desposeerlo de sus medios, desarticular sus formas de posesión
del suelo. Con lo que el estado de guerra, ese "robarse y expoliarse unos a
otros", como diría Hobbes, no describe, para Sarmiento, la amarga situación
de un mítico estadio natural sino la de un sistema económico y político
bárbaro.
Por lo mismo, Civilización y Barbarie no representan un conflicto de
intereses, los urbanos y los rurales: ciudad y campo no funcionan, en
principio, como sujetos sociales en enfrentamiento polar. Son voluntades o
proyectos políticos divergentes. Y estos proyectos inconciliables se
caracterizan, precisamente, por dos formas antagónicas de hacer la guerra:
Rosas no tiene otro objetivo político que imponerle su voluntad al pueblo
con un ejército personal y una estrategia terrorista; Sarmiento, al
contrario, tiene como instrumento al pueblo y como objetivo aumentar
indefinidamente su poder de movilización. Como dirá Sarmiento, Rosas
prefiere la inmovilidad, la inacción de la población; él, en cambio, quiere
la acción incesante, la movilidad permanente.
Si los intereses pueden "ligarse", como propone Sarmiento en Argirópolis,
significa que el estado de guerra practica un falso combate: la única
verdadera guerra se desata entre voluntades políticas divergentes.
Efectivamente, mientras que los intereses aparecen "puestos en juego", la
voluntad procura establecer nuevas reglas de juego, nuevos medios. Claro que
el nuevo sistema impuesto por esa política beneficiará ciertos intereses y
perjudicará otros, con lo cual éstos se enfrentan, pero lo hacen sólo cuando
se convierten en proyectos, en "ideas" o voluntades. La guerra política,
para Sarmiento, es el deseo de crear un mundo, una nueva disposición de los
medios para aumentar el poder económico y militar de una nación: todo
conflicto verdaderamente político es un conflicto sin reglas.
9
En este sentido, el objetivo político de Sarmiento es doble, un doble gesto
fundacional. Por un lado, organizar la Nación-Estado como estructura
política-institucional ("hacer de esta inmensa extensión del país un
Estado", dirá en Argirópolis) y, para ello, revitalizar las ciudades, es
decir, favorecer el comercio. Por el otro, se trata de "organizar" la nueva
subjetividad de sus pobladores para aumentar su capacidad de acción (misión
propuesta en Educación Popular) y, para ello, moralizar o domesticar la
superabundancia vital del gaucho: muerto Dios, esta moral dejará de ser
asunto de creyentes y jesuitas; se convertirá en el monótono ritual sin mito
del trabajo disciplinado.
6. Ibid., p.70.
7.
Sarmiento: Campaña del Ejército Grande, México, Fondo de Cultura Económica,
1958, p.73, subrayamos.
8. Alberdi privilegia en las Cartas Quillotanas la capacidad militar por
sobre el proyecto político: "No hay duda que haber escrito diez años contra
el tirano de la República, es un título de gloria; pero es mucho mayor el
haberle volteado en el campo de batalla". Para terminar comparando la espada
con la pluma allí donde la primera lleva las de ganar: "La guerra de la
prensa no ha tenido un general en jefe por parte de la oposición a Rosas; si
la prensa hubiese derrocado al enemigo por una revolución popular -única
victoria que la prensa puede llamar suya- la gloria del triunfo no habría
sido de usted solo sino de veinte escritores iguales a usted en servicios
(...) en esas publicaciones no estaba usted solo; está una emigración
entera, que lo apoyaba no sólo por la suscripción sino por la inspiración.
Pero sucede que en la prensa, como en la guerra, el jefe da su nombre a la
columna", Bs. As., CEAL, 1967, pp. 69 y 90. Para un análisis de las
relaciones entre jefe político y el militar es imprescindible consultar el
libro de León Rozitchner: Perón: entre la sangre y el tiempo, Buenos Aires,
CEAL, 1984.
9. En
este sentido, Sarmiento se aparta aquí tanto de Hobbes como de Lévi-Strauss.
Para el pensador inglés la sociedad primitiva, identificada con el estado de
naturaleza, era la guerra de todos contra todos y, en consecuencia, la
ausencia de toda verdadera sociedad. Para el antropólogo francés, en cambio,
la sociedad primitiva era el intercambio de todos con todos, y significaba
la base de toda verdadera sociedad. Sin embargo, aunque se opongan en lo que
al estatus de las sociedades primitivas se refiere, coinciden en lo
esencial: para ambos sociedad es sinónimo de intercambio y conjuración de la
guerra. En "Guerra et comerce chez le Indiens de l'Amérique du Sud", unos de
los pocos textos que dedica a las guerras tribales, Lévi-Strauss dice: "Los
intercambios económicos representan guerras potenciales resueltas
pacíficamente, y las guerras son el resultado de transacciones desgraciadas"
(pág. 136). Precisamente, Sarmiento se acerca aquí a posiciones más
actuales, como la del antropólogo Pierre Clastres: la guerra tiene un origen
político y, al contrario de lo supuesto por Hobbes y Lévi-Strauss, es la
condición para que exista comercio. Que tiene un origen político: la guerra
no es algo que el Estado deba domesticar, la guerra comienza cuando se
quiere someter a una comunidad al poder sobrecodificador de un Estado, la
guerra se origina cuando la comunidad quiere defender la autonomía de sus
instituciones, sus armas, sus formas de vida, contra el intento de un Estado
de someterla a una ley de intercambio generalizado, a un equivalente general
que elimine su diferencia, su singularidad. Para Sarmiento, como para
Clastres, aunque desde valorizaciones opuestas, la sociedad primitiva no es
tanto un Estado que conjura la guerra como una guerra que conjura al Estado.
Y es en tanto busca aliados para oponerse a ese Otro que busca
desautonomizarla, que surge el intercambio. El intercambio, contrariamente a
la prédica lévi-straussiana, no se opone a la guerra: es un mecanismo de
alianza bélica y política contra un "tercero". Para todos estos problemas se
puede consultar la excepcional obra de Pierre Clastres: Investigaciones en
antropología política, Barcelona, Gedisa, 1981.
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III
PROPOSITO MILITAR
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Las
armas no son otra cosa que la esencia
misma de los combatientes.
Hegel
PARA qué la guerra? Como vimos, para Sarmiento, el propósito de la
intervención armada no era la liquidación lisa y llana del enemigo sino su
desarme, el máximo debilitamiento de su poder de actuar. Desde el punto de
vista de la defensa, en consecuencia, el propósito va a ser evitar, en la
medida de lo posible, ese desarme, mantener intacta su capacidad operativa,
conservar su posición en el territorio, sus armas, sus fuentes de
aprovisionamiento, en síntesis: su sistema logístico.
El problema estratégico del ataque y la defensa distingue a la guerra de
cualquier enfrentamiento vectorial de fuerzas: cuando dos fuerzas se
enfrentan según un vector llegan a un punto muerto o de equilibrio donde la
resultante es cero. No sucede lo mismo en la guerra, "ya que el ataque y la
defensa son cosas de clase diferente y de fuerza desigual. Por eso la
polaridad no les es aplicable"
10.
Si las treguas suelen ser más duraderas que las batallas, no es porque las
partes hallen un punto de equilibrio en la equivalencia efectiva de sus
fuerzas. Sucede que existe una superioridad de la defensa por sobre el
ataque, lo que no significa que los defensores, lanzados a la ofensiva, sean
superiores a los antiguos atacantes en situación defensiva.
Sin embargo, defensa y ataque son categorías exclusivas de las estrategia
militar. Cuando se trata, en cambio, de la voluntad política de quienes
utilizan estas estrategias, decimos que mediante la defensa se quiere
preservar un orden de cosas; mientras que, por medio del ataque, se intenta
imponer otro nuevo. Ahora bien, ataque y defensa, como vimos, no sólo están
determinados por una decisión política, también pesan sobre ellos las
condiciones materiales de las fuerzas armadas: la caballería, por ejemplo,
ataca o contraataca, es fuerza de choque, pero no defiende, a lo sumo
emprende una prudente retirada; en vez la infantería, frente a la
caballería, adopta una actitud defensiva, pero toda retirada, en este caso,
le resultaría fatal.
La defensa es la forma más fuerte de hacer la guerra. Ella dicta las leyes
de la guerra, decía Clausewitz. La defensa "posee" el espacio y el tiempo.
El ejército defensor está ya ubicado en el terreno que el atacante desea
conquistar, tiene a mano sus recursos y sus fuentes de abastecimiento; no
hace más que "esperar el golpe". Es dueño, luego, del tiempo, ya que
cualquier demora en las acciones no hace más que jugar en su favor: el
adversario consume sus recursos y, para colmo, se encuentra a merced de
cualquier contraataque inesperado.
Así las cosas, ¿quién ataca y quién defiende en la guerra sarmientina? Esto
sería simple de responder si el conflicto se redujera a un enfrentamiento
dual entre Civilización y Barbarie. Pero éstas son fuerzas que se desprenden
de un primer enfrentamiento revolucionario contra los españoles: "cuando un
pueblo entra en revolución, dos intereses opuestos - y aquí Sarmiento
utiliza el término "interés" para referirse al concepto de voluntad política
y no tanto al de conveniencia económica o social- luchan en principio: el
revolucionario y el conservador; entre nosotros se han denominado los
partidos que los sostenían: patriotas y realistas. Natural es que después
del triunfo el partido vencedor se subdividía en fracciones de moderados y
exaltados; los unos que querrían llevar la revolución en todas sus
consecuencias, lo otros que querrían mantenerla en ciertos límites. También
es del carácter de las revoluciones que el partido vencido primitivamente
vuelva a reorganizarse y triunfar merced a la división de los vencedores.
Pero cuando en una revolución, una de las fuerzas llamadas en su auxilio se
desprende, inmediatamente forma una tercera entidad, se muestra
indiferentemente hostil a unos y otros combatientes, a realistas o
patriotas; esta fuerza que se separa es heterogénea; la sociedad no ha
conocido hasta entonces su existencia, y la revolución sólo ha servido para
que se muestre y se desenvuelva"
11.
La Revolución cumple con el propósito militar destructivo, pero no con el
objetivo político de síntesis u organización. Sarmiento parece seguir aquí
la distinción saint-simoniana entre períodos críticos o destructivos y
momentos orgánicos o constructivos. Lo cierto es que ese elemento
heterogéneo, inclasificable, aparece cuando la etapa destructiva y carente
de toda organización social o civil se prolonga y se convierte en un
terrorífico sistema político: si la Rioja era "una máquina de guerra que irá
donde la lleven"
12, con Rosas esa máquina de guerra se ha apropiado del
Estado (en lugar de ser el Estado quien domestique a la máquina de guerra).
La disolución de la asociación unitaria del país sobrevino por "el
aflojamiento de todo vínculo nacional, producido por la revolución de la
Independencia"
13. Es este "estado de transición" lo que se da en llamar
"federalismo": "después de toda revolución y cambio consiguiente de
autoridad, todas las naciones tienen sus días y sus intentos de federación"
14. Los caudillos abandonan el objetivo político de la revolución.
Sarmiento, por ejemplo, evoca en Recuerdos de Provincia al negro Panta, un
famoso bandido sentenciado a muerte por sus delitos. Sin otra autoridad que
su fuerza, Panta lleva a cabo una revolución en San Juan. Pero esta
revolución, dice Sarmiento, "no tenía objeto político ninguno", sólo se
proponía saquear a los vecinos ricos. El problema post-revolucionario será
para Sarmiento, y no sólo para él, el bandolerismo. Ya lo había advertido
Maquiavelo: "la guerra hace al ladrón y la paz lo ahorca"
15. Si Rosas lleva
este sistema a un molde más acabado se debe a que establece una organización
planificada y centralizada del terror, el fraude y la rapacidad. Corrección,
pues, de la primera propuesta: la guerra de Sarmiento no es tanto el
conflicto entre dos voluntades políticas divergentes como la lucha de la
política con la ausencia de política: "No se sabe bien por qué es que quiere
gobernar -dice el epígrafe de Lamartine que encabeza el capítulo I de la
Tercera Parte de Facundo-. Una sola cosa ha podido averiguarse, y es que
está poseído de una furia que lo atormenta: ¡quiere gobernar! Es un oso que
ha roto las rejas de la jaula, y desde que tenga en sus manos 'su gobierno'
pondrá en fuga a todo el mundo. ¡Ay de aquel que caiga en sus manos! No lo
largará hasta que expire bajo 'su gobierno'. Es una sanguijuela que no se
desprende hasta que no está repleta de sangre"
16.
La guerra es doble: primero, dentro de la Civilización, dice Sarmiento, de
las ciudades contra los españoles "a fin de dar mayor ensanche a la
cultura"; luego, de los caudillos contra la Civilización en general, "a fin
de liberarse de toda la sujeción civil"
17. En este caso, agrega Sarmiento,
las virtudes guerreras degeneran en vandalismo, y la voluntad política en
"odio de pura descomposición y desorden"
18.
Civilización y Barbarie distribuyen, de esta manera, una serie de
enfrentamientos problemáticos, ya que no toda Civilización pertenece a lo
que Sarmiento llama ciudad (la ciudad moderna del siglo XIX y no la
reconcentrada y gótica ciudadela del siglo XII; Buenos Aires y no Córdoba).
La ciudad española asume una actitud defensiva para preservar un "orden de
cosas" colonial. De ahí Córdoba, esa fortaleza impenetrable para los
ejércitos, las ideas y las mercancías . Buenos Aires, por el contrario,
queriendo imponer un nuevo orden, el del comercio, el progreso y el
movimiento, asume una actitud ofensiva. La campaña -y no toda ella, sino la
pastora- para evitar todo ordenamiento civil, adopta una compleja estrategia
de huidas y ataques sorpresivos (propios de la caballería): "Masas inmensas
de jinetes que vagan por el desierto ofreciendo el combate a las fuerzas
disciplinadas de las ciudades, si se sienten superiores en fuerzas;
disipándose como la nube de cosacos, en todas las direcciones, si el combate
es igual siquiera, para reunirse de nuevo, caer de improviso sobre los que
duermen, arrebatarles los caballos, matar a los rezagados y las partidas
avanzadas; presentes siempre, intangibles por su falta de cohesión, débiles
en el combate, pero fuertes he invencibles en una larga campaña que al fin
la fuerza organizada, el ejército, sucumbe diezmado por los encuentros
parciales, las sorpresas, la fatiga, la extenuación"
19. Como diría Maquiavelo, desorden contra los demás y desorden entre ellos. Lo contrario
del ejército civilizado que viene a imponer un orden y actúa
disciplinadamente.
¿Cómo vencer, pues, al caudillo? Para Sarmiento el propósito militar es
claro: no basta con matar o derrocar a los hombres (Facundo o Rosas). No
basta con liquidar al enemigo como hace Rosas, como hizo Lavalle con Dorrego.
Hay que desbaratar un "orden de cosas", hay que desarticular el sistema
logístico del enemigo, el dispositivo que sostiene su poder de obrar.
Ya a Sun Tzu y Clausewitz se les ocurría que el uso del territorio era una
ventaja para la defensa: la capacidad de resistencia de la población, decía
Clausewitz, depende de "la extensión de la superficie expuesta"
20. Salvo
que, como lo comprobó desastrosamente Napoleón, en Europa únicamente Rusia
cumplía con este requisito
21. La pampa y el caballo son, en el proyecto sarmientino, los mayores obstáculos para alcanzar el propósito militar de la
civilización: "El individualismo constituía su esencia, el caballo su arma
exclusiva, la pampa inmensa su teatro"
22.
El orden de cosas que debe ser desbaratado, el sistema logístico del enemigo
bárbaro, se concibe como una disposición táctica de los medios, instrumentos
y vehículos con los que el gaucho se compone para mantenerse vivo (son los
modos para satisfacerse y defenderse, para subsistir y aumentar su poder de
obrar): "La clasificación que hace a mi objeto es la que resulta de los
medios de vivir del pueblo de las campañas, que es lo que influye en su
carácter y su espíritu"
23.
Puestos en funcionamiento para ofrecer al lector europeo una idea del
universo pampeano, todos los analoga sarmientinos operan en dos niveles:
uno, puramente imaginario, a partir de semejanzas sensibles (gaucho=beduino,
pampa=mar, etc. ); el otro, condición del primero, se articula de acuerdo
con la manera como las diversas comunidades cumplen y satisfacen su vida.
Hay una fenomenología sarmientina en donde las visibilidades de objetos y
sujetos se distribuyen de acuerdo con las tácticas y estrategias de los
pueblos. Cada pueblo, en efecto, usa las armas que le son propias, su manera
de morir refleja sus formas de vivir
24.
Desarmar un sector es mucho más que vencerlo en la guerra; es transformar su
manera de ser, aniquilar su esencia en vez de su existencia. Los medios de
vida son órdenes de cosas. Cada uno de estos órdenes, cada uno de estos
sistemas característicos de asociación, producirán y reproducirán aquí o
allá más Facundos y Rosas: "Cuando el mal existe es porque está en las
cosas, y allí ha de ir a buscársele; si un hombre lo representa, haciendo
desaparecer la personificación se le renueva"
25. Es más, agregará
Sarmiento, "matando al cuerpo no se mata al alma; los personajes políticos
traen su carácter y su existencia del fondo de las ideas, intereses y fines
del partido que representan"
26.
Vamos a despejar los términos de esta ecuación. Cuando se mata a un hombre
se elimina su cuerpo pero no su alma. Pero ¿qué es ese alma? Es el lugar
donde está el "mal" verdaderamente: "en las cosas", en su disposición y en
la intimidad que los hombres mantienen con ellas: lo que nosotros dimos en
llamar el uso introyectivo de los medios, armas, herramientas o
instituciones. A los hombres se los desgüella pero no a las ideas, las almas
o los caracteres, la esencia del enemigo: "los gobernadores no eran causa,
sino efecto de un mal que venía trabajando la República desde los tiempos de
Artigas"
27. Los hombres son simples consecuencias de las formas en que la
comunidad conserva su vida, del mismo modo que el carácter de un animal está
determinado por las funciones que la especie es capaz de cumplir de acuerdo
con los órganos de los que está provista. Esta es la "autoridad" de los
medios: las ideas, los caracteres, ya no son reprimidos por el terror del
déspota, ahora son moldeados, refundidos, por las máquinas sociales y
técnicas. Hay un uso introyectivo de las estrategias militares y económicas
de posesión del suelo (por ejemplo, montonera-pastoreo): "En alguna parte he
reproducido la idea de Lecker (de la Escuela), de que un hombre no es autor
del giro que toman sus ideas. Estas le vienen de la sociedad; y cuando más,
el autor logra darles forma sensible, y anunciarlas"
28.
Comprendemos ahora la evocación ad mortem con que comienza Facundo: `;Sombra
terrible de Facundo, voy a evocarte , para que sacudiendo el polvo que cubre
tus cenizas te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones
internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Tú posees el
secreto: ¡Revélanoslo!"
29.
Como lo saben los campesinos, el cuerpo de Facundo ya es ceniza, pero su
alma aún está viva, recorre como un fantasma las llanuras baldías del país.
Es más, dice Sarmiento, "ha pasado a ese otro molde más acabado y perfecto"
que es Rosas. Y es que, como con Dorrego, su alma, su sombra o su esencia no
son más que un singular estado de cosas: la "vida secreta" de un pueblo.
Sarmiento cumple, pues, su labor etológica y escatológica: será explorando
ese alma representativa , esa disposición moral, esa voluntad política, como
podrá desentrañarse la inextricable realidad de un orden dominante.
Ya no hará falta ejercer ninguna violencia inquisitorial para que el cuerpo
confiese la verdad de esa "vida secreta". El alma no cesará de multiplicar
sus síntomas, de inscribirlos en el cuerpo, en el rostro, como un indeleble
y puntilloso jeroglífico. Un objeto que es casi un libro: la cabeza de
Facundo. Una disciplina: la frenología. Y un alma que, para sintomatizar,
deviene enfermedad, latencia, núcleo mórbido de verdad
30.
En este sentido toda la iconografía de Facundo conforma ya una compleja
novela de espionaje. Intenta desentrañar el "secreto' de ese sistema
logístico, el secreto de sus armas. Sarmiento estudia al enemigo, ubica sus
debilidades , detecta las grietas de su defensa, espía las articulaciones de
su estrategia. Como decía Lenin, la estrategia es la elección de los puntos
de aplicación de la fuerza: "Necesitábase, empero, para desbaratar ese nudo
que no ha podido cortar la espada, estudiar prolijamente las vueltas y
revueltas de los hilos que lo forman y buscar en los antecedentes
nacionales, en la fisonomía del suelo, en las costumbres y tradiciones
populares, los puntos en que están pegados"
31.
La Civilización cambia las modalidades de dominación. Muda en consecuencia
las zonas de intervención de su poder: ya no mutila los cuerpos; los separa,
más bien, de lo que ellos pueden. El propósito militar es desarmar al
enemigo. Esto significa desmantelar sus formas económicas y militares de
subsistencia, como comprende inmediatamente Alberdi al leer a Sarmiento: "si
el caudillo es una expresión necesaria y útil de la vida pastoral tal como
hoy existe, no hay más remedio de acabarlo -según el sistema de Facundo- que
concluir con el desierto, con las distancias, con el aislamiento material,
con la nulidad industrial, que hacen existir al caudillo como su correlato
lógico y normal"
32.
10.
Clausewitz, op. cit., p. 52.
11.
Facundo, p. 60.
12. Ibid.,
p. 97.
13. Ibid., p. 108. 14. Ibid., p. 108.
15. Nicolás Maquiavelo: Del arte de la guerra, Madrid, Ternos, 1988. p.36.
16.
Facundo, p. 195.
17. lbid..
p. 61.
18. Sarmiento: Recuerdos de provincia, Buenos Aires, Kapeluz, 1953, p. 131.
19. Facundo, p.61.
20. "La
naturaleza del terreno es el principal factor que contribuye a que un
ejército logre la victoria", Sun Tzu, El arte de la guerra, Buenos Aires,
Editorial Estaciones, 1989, p.84.
21. Casi un siglo más tarde Mao-Tse-Tung revivirá el uso estratégico de la
extensión como arma de la guerra popular: "desde el punto de vista de la
posibilidad de llevar a cabo la guerra de partisanos, esta condición (las
grandes extensiones del terreno) es muy importante e incluso capital. En
países pequeños, por ejemplo Bélgica, donde esta condición no existe, la
posibilidad de llevar a cabo una guerra de partisanos es muy reducida,
prácticamente nula. Pero en China esta condición es inmediata, no plantea
ningún problema, viene dada por la naturaleza .v no tenernos más que
aprovecharla". De Problemas Estratégicos, 1938, subrayamos.
Joseph Conrad, por su parte, recuerda en "El alma del guerrero" la
calamitosa campaña napoleónica de Rusia: "El -el gran Napoleón- saltó sobre
nosotros -cuenta el oficial ruso-, dispuesto a emular a Alejandro el
Macedonio, seguido de un montón de naciones. Nosotros opusimos a la
impetuosidad francesa los espacios desiertos y luego presentamos una batalla
interminable, de modo que al final sus tropas acabaron dormidas en sus
posiciones, acostadas sobre montones de cadáveres de sus propios
compañeros".
22. Facundo, p.61
23. ibid., p.30, subrayamos.
24. Ver André Glucksmann: El discurso de la guerra, Barcelona, Anagrama,
1969, p. 92.
25.
Facundo, p. 128.
26. Ibid., p. 128.
27. Recuerdos de Provincias, p. 136
28. Sarmiento: Conflictos y Armonías de Razas de América, Buenos Aires, La
Cultura Argentina, 1915, p. 408
29. Facundo, p.13
30. Ver
Facundo, p. 73, el análisis "frenológico" de la cabeza de Quiroga. 31.
Facundo, p. 14 subrayamos.
32. Cartas Quillotanas, p.78
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IV
TACTICAS
Y ARMAMENTO |
La prontitud es la
esencia misma
de la guerra.
Sun Tzu
La aptitud para la guerra es la aptitud
para del movimiento del ejército. Como en
mecánica, su masa se multiplica por su
velocidad.
Napoleón
ALBERDI nos sintetizó el propósito militar de Facundo. Hay que concluir, sin
más, con la "morada sin límites" del gaucho. Hay que terminar con todo lo
que significa el desierto: despoblación, inseguridad, falta de industria y
gobierno.
El avance de la Civilización en el país tiene un único y formidable
obstáculo: "El mal que aqueja a la República Argentina es la extensión".
Sarmiento podría haber hablado de razas, culturas, lenguas, religiones y
hasta de condiciones climáticas. Pero no: todo converge, todo se resume en
un elemento invariante: la extensión. Ya el epígrafe de Head al capítulo I
de Facundo hacía alusión a esto. Más adelante, incluso, Sarmiento va a
aclarar por qué la extensión es un problema: contrariamente a lo que uno
puede pensar, no es un problema de espacio sino de tiempo. Del tiempo que se
pierde. No en el sentido de la memoria proustiana sino más bien de la
ascesis protestante de Franklin: "time is money". Más aún, el inconveniente
es la relación invertida que existe entre la distancia recorrida y el tiempo
demorado, lo que conocemos como velocidad. Perdemos tiempo porque no somos
suficientemente rápidos: las comunicaciones son lentas y las partidas no
pueden dar caza a los Fierros y Moreiras que asolan el territorio: "No
habiendo sociedad reunida, toda clase de gobierno se hace imposible; la
municipalidad no existe, la policía no puede ejercerse y la justicia civil
no tiene medios para alcanzar a los delincuentes"
33.
La extensión o, mejor aún, la lentitud, la demora, están en el origen de
todos los males nacionales: como veremos más abajo, por la extensión se
explica la inseguridad del territorio, el monopolio económico, las formas de
posesión del suelo y la ausencia de toda organización política, ya que toda
sociedad se ve disuelta en la inmensa superficie por donde se desparraman
las familias: "Las llanuras -en este sentido- preparan las vías para el
despotismo" 34.
Si una lucha puede resumir todo el problema de Facundo, ésta es el combate
entre la extensión y la velocidad, o entre la naturaleza salvaje y el
progreso técnico: las distancias se oponen al progreso, es decir, a la
acción de avanzar aceleradamente y de ganar tiempo. La distancia (la
Naturaleza) se opone a la Historia. De modo que la principal arma táctica de
la Civilización no será tanto la violencia como la velocidad.
Hay un Sarmiento democrático, es cierto, pero no puede pensarse sin otro
Sarmiento, "dromocrático" esta vez: el triunfo económico y militar depende
de la velocidad de desplazamiento, de la rapidez en las informaciones, de la
prontitud en los aprestos bélicos. La capacidad de imponerle una voluntad al
adversario no está en manos de quien posee grandes extensiones de tierra:
gobernar implica dominar la velocidad, poseer los vehículos y los caminos:
gobernar es mover.
Un buen ejemplo del uso táctico de la velocidad lo brinda, con ritmo de
thriller, el capítulo de Facundo dedicado a "Barranca Yaco". Se trata de la
carrera librada entre Quiroga y el ominoso mensajero supuestamente enviado
por Rosas a los Reinafé: "Quiroga debía ser asesinado en tal punto; los
asesinos son N. y N.; las pistolas han sido compradas para encargarse de la
ejecución y se han negado. Quiroga los ha sorprendido con la asombrosa
rapidez de su marcha, pero no bien llega el chasque que anuncia el próximo
arribo, cuando se presenta él mismo y hace abortar todos los preparativos"
35. Quiroga -sugiere Sarmiento- adivina la conspiración tramada por el
Restaurador, presiente el estrépito de los disparos y el olor acre de la
pólvora. De modo que "cruza la pampa como una exhalación", a pesar de los
obstáculos de la lluvia, los caminos anegados, la falta de caballos en las
postas. Es cuestión de velocidad. Si Facundo -mudado en un Ricardo III de la
pampa, urgido por caballos frescos- logra trasladarse más rápido que su
heraldo negro, estará salvado.
La marcha o maniobra táctica aparecía ya en Clausewitz como uno de los
aspectos decisivos de la batalla. Lo mismo para Sun Tzu: el transporte de
pertrechos (del latín pertractus, acarreado), de municiones y armas, era
determinante para la ofensiva sobre el territorio. Tanto la marcha como el
acarreado tienen como realidad táctica a la velocidad. En el Anti-During
también Engels pondrá en evidencia esta relación entre la celeridad de las
tropas y los progresos en el armamento. Los fusiles de chispa del siglo
XVIII, decía, exigían un largo tiempo de recarga y únicamente permitían, por
esta razón, una táctica lineal en donde la torpe masa de soldados "sólo
podía desplazarse en orden en un terreno llano, y aún así con ritmo muy
lento (setenta y cinco pasos por minuto)". Con las nuevas armas de martillo
y las formaciones en columnas, las tropas podrán avanzar "con bastante orden
y con mayor rapidez de marcha (a razón de cien pasos o más por minuto)".
Mientras que las cureñas para los cañones darán a la artillería "una gran
movilidad, condición que después llegó a serle imprescindible"
36.
De manera que el armamento y su disposición logística no sólo deben
incrementar la fuerza de las cédulas tácticas, deben, además, acrecentar su
velocidad de maniobra. Esto es casi un axioma en la obra de Sarmiento: la
violencia es velocidad y la velocidad es violencia. O más precisamente: la
velocidad es el aprovechamiento ilimitado de la violencia. La aptitud para
el progreso es la capacidad de un sistema para convertir la violencia de un
cuerpo en velocidad táctica, militar o laboral. Otro rasgo distintivo, pues,
de la modalidad de dominación civilizada es esta forma de actualización de
la fuerza.
Desde el punto de vista estratégico esta transformación de la violencia en
velocidad convierte la "guerra absoluta" -la de una pulsión
desvastadora y
ciega- en "guerra total", controlada, medida, pero extendida a todo un
territorio y a todos los órdenes de la vida social
37.
Pero además esta transformación de la violencia en velocidad, desde un punto
de vista táctico, convierte al "instinto de destrucción" de los gauchos en
el trabajo disciplinado, ordenado y continuo: "las masas están menos
dispuestas al respeto de las vidas y de las propiedades a medida que su
razón y sus sentimientos morales están menos cultivados. Por egoísmo, pues,
de los que gozan hoy de mayores ventajas en la asociación, debe tratarse
cuanto antes de embotar aquel instinto de destrucción que duerme ahora", es
decir, cuando el niño todavía no ha alcanzado la edad en que ingresa a la
"vida política"
38. A diferencia del terror, la disciplina no disminuye las
fuerzas del cuerpo, sólo las docilita, convierte la agresividad en celeridad
y, en consecuencia, la desvía de cualquier rumbo político, de cualquier
tendencia a destruir el lazo social.
Para Sarmiento la velocidad distingue a la guerra de la simple caza. El
guerrero ya no es un cazador antropófago. Como diría Virilio, la guerra no
fue inventada por los nómades cazadores sino por los criadores. La guerra se
vuelve posible cuando el hombre primitivo aprende a captar la fuerza del
animal cazado, cuando le pone la montura al caballo para convertirlo en un
proyector, en un vehículo, y no cuando mata al animal para alimentarse.
Aprovechamiento de energía proteínica y no metabólica, la caza es el límite
ambiguo entre la economía y la guerra: por un lado el recurso se convierte
en enemigo; por el otro, y en dirección inversa, el arma se vuelve útil:
como decía Fuller, es probable que, durante mucho tiempo, los instrumentos
laborales y las armas de guerra hayan sido lo mismo; aún con la revolución
industrial, los motores de vapor o de explosión deben su origen al cañón:
una vez más, se trata de la transformación de la violencia balística en
velocidad vehicular.
Para Sarmiento la guerra despierta cuando el hombre adquiere la destreza
suficiente como para acumular la energía metabólica del animal capturado
(doma), cuando puede aprovecharla y orientarla según un vector: por eso,
dirá en Conflictos y Armonías de Razas en América, la introducción del
caballo elevó al nativo por sobre el español. La guerra tendrá más que ver
con la zoofilia domesticadora del gaucho que con la zoofobia cazadora del
indio, quien mataba con el fin inmediato de alimentarse. La guerra nace y se
acrecienta a medida que el hombre usa los otros cuerpos como instrumentos o
aliados para aumentar su poder de obrar o su velocidad táctica y no cuando
los usa como medios externos de satisfacción: como decía Engels, cercano
aquí a Sarmiento, hasta cierto momento las comunidades se comían a los
prisioneros de guerra "pero al llegar a esta etapa de la `situación
económica', adquirieron valor; por eso se los dejó vivir y se aprovechó su
trabajo" 39. Los progresos de la guerra no se distinguen de aquella línea
gradual o cuantitativa de aprovechamiento de la energía animal o humana.
Sarmiento no sólo distingue las modalidades de dominación y las formas
estatales de gobierno, sino que deriva éstas de aquéllas. Son los gobiernos
quienes adoptarán maneras no estatales de ejercitar el poder. Por eso
Sarmiento repite una y otra vez el diagrama de su política ecuestre:
transformar la violencia en velocidad. No se trata de exterminar al gaucho
-dirá en un artículo de El Mercurio- ni de mantenerlo ahí, inmóvil, como
hace Rosas; hay que aprovechar su "exceso de vida" , hacer lo que el gaucho
hace con su caballo y no con sus vacas.
Sin embargo, por la evolución táctica de los artefactos bélicos, el
proyector de la caballería podrá ser contrarrestado por el proyectil de la
infantería o la artillería: "en la batalla de Crécy habían ya hecho estragos
en hombres y caballos las primeras bombardas que con grande estremecimiento
arrojaban con fuego bolas de hierro. Castillos y corazas dejan de proteger a
Barones y Caballeros. La guerra será plebeya y la inteligencia dará la
victoria. Destrucción de las noblezas, por inútiles, y aparición de la
democracia por el trabajo libre"
40. Las nuevas clases sociales tendrán como
condición de aparición los nuevos dispositivos y máquinas de destrucción
antes que los nuevos modos de producción. A medida que las armas de fuego se
van perfeccionando la importancia de la caballería decrece en favor de la
infantería y de los aspectos defensivos del combate. Desde un punto de vista
social, esto redunda en la extensión de la lucha armada a las capas
"plebeyas" de la sociedad y la posibilidad histórica de sublevación
nacional. Lo mismo sucede con las armas de la caballería: el sable y la
lanza llevan al cuerpo a cuerpo, al choque sangriento, mientras que el arma
de fuego aleja al enemigo en la defensa, o, en la ofensiva, destruye su
baluarte y deja la vía libre para el ataque final.
Sarmiento asiste a una situación inédita: la "plebe" rural se vale de la
caballería y el arma blanca, como en el ejército de Quiroga; mientras que
los generales de la civilización, como Paz, resisten sus cargas desde la
infantería y la artillería (a propósito de la Tablada Sarmiento recuerda que
Paz no sabe montar bien y que, siendo manco, no puede manejar la lanza:
ergo, no es un señor feudal). Hará falta que la civilización ponga en
funciones instrumentos tecnológicamente superiores (léase: más rápidos) para
poder pasar a la ofensiva estratégica y desmantelar el sistema logístico de
los caudillos. La navegación y el ferrocarril terminarán desplazando
definitivamente al gaucho: no porque lo liquiden sino porque eliminarán su
arma más poderosa: el territorio y sus distancias.
33.
Facundo, p. 32.
34. Ibid., p.27
35. Ibid., p. 189.
36.
Federico Engels: Anti-Dühring, Buenos Aires, Cartago, 1975, pp. 138 y 275.
37. La distinción entre "guerra absoluta" y "guerra total" está ya en
Clausewitz. Es retornada recurrentemente por Paul Virilio y, a partir de
éste, por Deleuze y Guattari.
38. Educación Popular, p.27.
39.
Engels. op. cit., p. 148.
40.
Conflictos y Armonías... 13.78
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V
ECONOMIA DE GUERRA
|
Preferimos la
construcción de vías férreas
en lugar de fortificaciones.
Mariscal Von Moltke
Quiero despedirme de
Ruán, tengo tomado
asiento en el ferrocarril y me estoy
comiendo por verme lanzado en aquel
torbellino de fuego, de huno y de ruedas
que se traga las leguas en un santiamén.
Sarmiento
RESULTA complejo puntuar los diversos aspectos de la vida económica y social
recorridos por la espiral sarmientina del progreso. Pero con certeza el
determinante eminente seguirá siendo el desierto y su extensión, esa ingente
y sublime geografía de nuestra patria. A tres niveles. El primero tiene que
ver con el modo de posesión del suelo: debido a las grandes propiedades, el
pastoreo representa una actividad que requiere poca inversión y ausencia
casi total de mano de obra; por otro lado, el rendimiento de la tierra
disminuye ya que toneladas de pastos se ven aplastados por las patas de la
hacienda cimarrona. El segundo tiene que ver con la forma de circulación de
las mercancías: las grandes distancias elevan en demasía los gastos de
transporte; luego, el comercio se convierte en una actividad vedada: el
campesino, pues, no se preocupa por producir bienes de cambio o, para
ajustarse más estrictamente al esquema sarmientino del progreso, su
actividad no se convierte en trabajo: hay un "exceso de vida" desaprovechado
en lo económico, peligroso en lo político: la falta de ocupación promueve el
ejercicio descontrolado de la violencia. Esto tiene que ver, pues, con el
tercer nivel o la modalidad de consumo y goce del gaucho: le basta con
carnear una vaca para obtener lo que necesita: alimento, cuero para su
vivienda, sus botas o su montura.
Desde un punto de vista económico, la extensión remite todo a un problema de
rendimiento: a) no todo el territorio se convierte en tierra (renta): b) no
toda la actividad se convierte en trabajo (ganancia); c) no existiendo
comercio generalizado ni intercambio universalizado, el capital comercial no
puede convertirse en fiscal (impuesto).
En las campañas agrícolas, en cambio, "un labrador colinda con otro, y los
aperos de las labranza y la multitud de instrumentos, aparejos, bestias que
ocupa, etc., lo variado de sus productos y las diversas artes que la
agricultura llama en su auxilio" permiten un desarrollo material y social
de la comunidad: el molino ya es una primitiva forma de industrialización y
automatización del trabajo, un mayor aprovechamiento de la energía. Desde el
punto de vista del modo de posesión del suelo, el territorio desaprovechado
se reduce a un mínimo; desde el punto de vista de las modalidades de goce,
el uso de los objetivos no termina en la satisfacción improductiva inmediata
sino en un uso productivo: el útil, pues, convierte la actividad en trabajo,
"stockea" actividad y, así, "civiliza" el goce, sustituye la necesidad por
el interés. Finalmente, en cuanto a la forma de circulación, lo variado de
los productos requeridos fomenta el desarrollo comercial, aunque sea al
nivel de las pequeñas comunidades rurales.
Pero lo que por el momento nos interesa de esta comparación entre el
pastoreo y la agricultura es establecer las relaciones que, en Sarmiento,
las diversas formaciones económicas mantienen con las organizaciones
militares y políticas.
Si la guerra no busca eliminar al enemigo sino desmantelar su disposición
logística, desarmarlo, despojarlo de sus medios, es porque éstos no se
distinguen de su manera de subsistir y generar riqueza. La tensión bélica se
organiza en torno al modo de ocupación de los suelos, entre dos tipos de
poblaciones, entre dos estrategias y dos tácticas. No hay combate sin lucha
económica, y esto es tanto más cierto para Sarmiento que para ningún otro
autor. De ahí la importancia de conocer la estrategia del vencedor para
comprender la paz que el administrará: toda economía, en este sentido, es
una economía de guerra 41.
Esta síntesis de lo económico y lo marcial se evidencia por la doble
significación de la palabra "vago" tal como Sarmiento la usa. El gaucho vago
es tanto el campesino ocioso y mal entretenido, sin trabajo ni domicilio
fijo, como el vagabundo incurable que no cesa de ir de un lado para el otro.
Reposo y movimiento se conjugan en él sin contradicción. Este reposo, esta
quietud, esta morosidad, es la causa, dice Sarmiento, del estancamiento
económico del país y de la aparición política de la tiranía: "Hay un momento
fatal en la historia de los pueblos y es aquel en que, cansados los partidos
de luchar, piden, antes de todo, el reposo de que por largos años han
carecido, aun a expensas de la libertad o de los fines que ambicionaban;
éste es el momento en que se alzan los tiranos que fundan dinastías e
imperios" 42.
Aquel movimiento, aquella falta de inmueble, prefigura el origen de la
inseguridad rural: resulta imposible ejercer con ellos la función policial.
Vemos entonces que la supuesta contradicción no es tal: el gaucho no es
"vago" porque se resista al movimiento o a la actividad (significación
psicológica) sino porque se resiste a la conversión de su actividad en
trabajo (significación política): el problema, pues, no es la ausencia de
fuerzas físicas (Sarmiento no cesará de admirar la "superabundancia vital"
del gaucho, sus impulsos hipercinéticos), la cuestión está en la disipación
de esas fuerzas o, peor aún, en el uso disolvente por la actualización
violenta.
Pero esta resistencia a dejarse stockear la actividad no distingue sólo a la
vida económica del gaucho: caracteriza también su vida militar. Podría
establecerse una ecuación sarmientina de la acción: a medida que la
actividad se disciplina se convierte en trabajo o acción ordenada; a medida
que se resiste al disciplinamiento se muda en violencia indómita. Así, a
diferencia de los ejércitos "civilizados", la montonera huye
desordenadamente y ataca por sorpresa, conmoviendo con sus maniobras
inusitadas y ágiles a las tropas disciplinadas. Basta recordar los tártaros
evocados por Victor Hugo en el epígrafe del capítulo IV de Facundo. La
defensa del gaucho está en su retirada estratégica hacia ese refugio
ilimitado que es la pampa. Ya Tito Livio planteaba la cuestión del uso
geográfico de la estrategia defensiva. Como los bárbaros pastores del
antiguo imperio, la montonera aparece y desaparece -diría Tito Livio- de
manera desordenada y caótica. Y si esto resulta posible es porque el
pastoreo, como
modo de posesión del suelo, lo permite: sus bienes son inmediatamente
transportables, sus hombres son diestros en el manejo de caballos y armas,
sus vehículos de arreo son veloces.
La instantaneidad sin cálculo de la lucha bárbara, la incontrolable retirada
pastoral, sus desbordes y efusiones, cierta diarrea táctica que los
caracteriza, desaparecen con la implantación agrícola. Existe un cambio en
la naturaleza de la riqueza: con la agricultura el producto ya no resulta
inmediatamente transportable. La huida táctica debe ser sustituida por las
estrategias y tácticas defensivas: hay una analidad agrícola, analidad, si
se nos permite, de "contención" y "acumulación". Facundo y Paz, en la
Tablada, son dignas personificaciones de estas dos actitudes bélicas: el
primero encarna la "pulsión absoluta" hegeliana, mientras que el segundo es
el representante de la guerra civilizada en donde la fuerza se concentra y
orienta hacia ciertos puntos de aplicación.
Mientras el furor desvastador de la violencia bárbara se consume en el
choque, en la irrupción desenfrenada, en el flujo absoluto de violencia; el
ejército agrícola y disciplinado orienta y perpetúa el poder de esa
violencia, lo extiende en el tiempo: "Facundo, ignorante, bárbaro, que ha
llevado por largos años una vida errante que solo alumbra de vez en cuando
los reflejos siniestros del puñal que gira en torno suyo, valiente hasta la
temeridad, dotado de fuerzas hercúleas, gaucho de a caballo como el primero,
dominándolo todo por la violencia y el terror, no conoce más poder que el de
la fuerza brutal, no tiene fe sino en su caballo; todo lo espera del valor,
de la lanza, del empuje terrible de sus cargas de caballería"
43. Por el
contrario, Paz es un hijo de la ciudad, de la civilización, y en él se
confunden los atributos para la guerra, el gobierno y la administración. En
su caso, hacer la guerra implica saber administrar la violencia; todo lo
sostiene, pues, en la táctica, en el movimiento acompasado y preciso de las
tropas, en el ritual bélico de las marchas, en la prescripción obsesiva del
detalle y en la danza mecánica de los movimientos; porque "es militar a la
europea: no cree en el valor solo, sino se subordina a la táctica, la
estrategia y la disciplina; apenas sabe andar a caballo; es, además manco y
no puede manejar una lanza (...) es artillero y por tanto es matemático,
científico, calculador (...) un militar hábil y un administrador honrado"
44.
A las cargas de caballería de Facundo (proyector), Paz opone sus descargas
de artillería (proyectil); al cuerpo a cuerpo de la lanza y el sable, opone
el distanciamiento del disparo; al valor, la disciplina; a la fuerza, el
cálculo; a la acometida furiosa, la administración eficiente. Las
confrontaciones entre Facundo y Paz son los mejores ejemplos de esta lucha
entre dos estrategias, la americana y la europea; una libre de toda
sujeción, la otra subordinada a la táctica.
Así que no debemos reírnos, si ante el encomio de Paz como "el buen manco
que no mata a nadie", se nos ocurre recordar que su oficio era el de la
guerra. Frente al terror sanguinario de Facundo y su avance "a degüello", el
propósito de Paz no sería el exterminio sino el desarme; frente al desorden
y la desbandada gaucha, la guerra de Paz, casi como un sarcástico designio
de su nombre, anunciará la estrategia razonable y prudente o cierta
domesticación táctica de la "pulsión absoluta": en esta guerra no se trata
de medir el triunfo en litros de sangre sino en rinde de sudor.
La estrategia agrícola defensiva debe valerse de innumerables medios
técnicos: empalizadas, zanjas y hasta de sus mismos sembradíos que
obstaculizan el avance rápido de la caballería
45. Miradores y telescopios,
por otro lado, sirven para anticiparse a los movimientos del enemigo: la
velocidad para elegir entre múltiples actitudes militares según la
importancia del grupo adverso sustituye a la velocidad de escape de la
montonera: la decisión y la capacidad estratégica de previsión adquieren un
nuevo estatus. La rapidez del caballo es reemplazada por la prontitud en las
informaciones y la celeridad táctica en la organización disciplinada y
coherente de las operaciones. Nace así, según Sarmiento, una nueva
"libertad": libertad de deliberación y no ausencia de sujeción civil como en
el gaucho, quien "no entiende eso de combinaciones estratégicas; y no es
hombre se someterse a otra inspiración que la suya, libre y voluntariosa
como los vientos" 46.
Este incremento estratégico y táctico de la velocidad es la condición,
además, para el desarrollo político de la sociedad: siempre y cuando la
actividad celerífera pueda aprovecharse, stockearse, invertirse. En este
sentido, Sarmiento distingue dos modalidades del tiempo libre. Hay un ocio
improductivo, el de los ganaderos que se contentan con hacer pastar su
ganado sin mayor infraestructura e inversión. Se encuentran siempre "libres"
para ir de un lado al otro, moverse, agitar, desvastar los campos, asediar
las ciudades o ejercer gratuitamente la violencia en las pulperías, "malbaratando",
dirá Sarmiento, ese "exceso de vida" que los inunda. Muy distinto es el ocio
de los agricultores. Ellos precisan mano de obra ajena para dedicarse a la
política, los negocios y el mejoramiento social de la comunidad. Lo de ellos
no es desidia sino decisión: "El ciudadano libre de Esparta o Roma echaba
sobre sus esclavos el peso de la vida material, el cuidado de proveer a la
subsistencia, mientras que él vivía libre de cuidados en el foro, en la
plaza pública, ocupándose exclusivamente de los intereses del Estado, de la
paz, de la guerra, las luchas de partidos"
47. Mediante la captura y la
domesticación, mediante la conversión de su actividad en trabajo o su
violencia en velocidad, el esclavo se vuelve el vehículo que permite la
"libertad de movimientos" del amo.
Por el contrario, con la estancia de ganado y pastoreo -forma dominante de
posesión del suelo en nuestro país, dice Sarmiento- "los límites de la
propiedad no están marcados, los ganados cuanto más numerosos son, menos
brazos ocupan, la mujer se encarga de todas las faenas domésticas y
fabriles. El hombre queda desocupado..." No sólo el tiempo libre aumenta y,
en consecuencia, disminuye el tiempo de trabajo y de sobretrabajo, sino que
además ese tiempo de actividad no stockeada no es usado para reproducir o
mejorar el sistema: el gaucho deviene animal porque no goza invirtiendo su
consumo.
El pastoreo presenta las mismas ventajas que la economía esclavista, sólo
que en este caso "la función inhumana del ilota antiguo la desempeña el
ganado" y la mujer. "La procreación espontánea -agrega Sarmiento- forma y
acrece indefinidamente la fortuna, la mano del hombre está por demás, su
trabajo, su inteligencia, su tiempo, no son necesarios para la conservación
y aumento de los medios de vivir. Pero si nada de esto necesita para la vida
material, las fuerzas que economiza no puede emplearlas como el romano;
fáltale la ciudad, el municipio, la asociación íntima, y por lo tanto
fáltale la base de todo desarrollo social, no tienen necesidades públicas que satisfacer: en una palabra, no hay
res pública" 48.
Hay una capacidad o talento social para "acumular energía" o "ahorrar
tiempo" bajo la forma económica de la producción de excedentes o valores de
cambio. Existen modalidades de dominación para separar a los cuerpos de sus
poderes, para stockear territorio, actividad o cambio. Estos talentos y
modalidades miden, según Sarmiento, los avances de la civilización.
Sabrá presentar entonces un primer grupo: los indios, nómades cazadores o
pescadores. Se contentan con las proteínas del animal cazado, su economía
-remedo de animalismo- se sostiene en el goce inmediato: ellos no aprovechan
la energía de un cuerpo sin desmembrarlo, flagelarlo, en fin, sin
destruirlo. Por eso Sarmiento no cesa de trazar paralelos entre las
modalidades de goce y las de dominación a partir de los tipos de
intervención sobre los cuerpos y la naturaleza de sus fuerzas. En el
capítulo de Facundo dedicado a Chacón, Sarmiento narra la historia del
devenir-indio de Navarro: "se mezcla en las guerras de las tribus salvajes,
se habitúa a comer carne cruda y beber en la degolladura de los caballos,
hasta que en cuatro años se hace un salvaje hecho y derecho" 49. Por eso,
aclara, los araucanos debieron haberse barbarizado cuando pasaron a la
Pampa, ya que en su tierra natal, por necesidad "eran agricultores, no
habiendo mulitas, ni guanacos, ni liebres que cazar, y teniendo, por no ser
más nómades, ranchos fijos las familias"
50.
Los gauchos prosiguen esta línea evolutiva. Criadores de ganado con tiempo
para combatir, aprovechan la energía metabólica de sus caballos y sus
mujeres para favorecer su "libertad de movimientos": no tienen industria, ya
que el cuero les basta y sobra para cubrir sus necesidades básicas. No
tienen necesidad, entonces, de generar valores de cambio para adquirir otros
productos. No sólo la relación territorio/tierra está desaprovechada, lo
mismo sucede con la relación actividad/trabajo. Como en los indios, el
salvajismo de su política es directamente proporcional a su consumo
silvestre e improductivo, como diría Lamartine: quien manda "es una
sanguijuela que no se desprende hasta que no está repleta de sangre"
51.
Un tercer grupo lo formarían los agricultores; ellos precisan abundante mano
de obra y, en consecuencia, trabajo disciplinado: son donadores de
hombres y acumulan tierra y trabajo, ya no en monturas sino en vasijas. Por
otro lado, dada la diversidad de productos que precisan para la labranza, la
comunidad se convierte en un incipiente y estrecho mercado. Allí se exige,
para producir bienes de cambio, el usufructo de todo sobretrabajo.
Por último está la burguesía mercantil. Ella vehiculiza el excedente de
todas las regiones y formas económicas a través del intercambio y el control
de las vías de comunicación, stockeando ese cambio a través del control del
patrón de intercambio: el impuesto. El proyecto sarmientino supone una
estrecha alianza entre la burguesía mercantil y la burocracia metropolitana,
entre el capital comercial y el fiscal.
En el modelo sarmientino el aumento del progreso es directamente
proporcional al del comercio. A la manera de la economía política burguesa,
reduce la reproducción social a la esfera de la circulación de las
mercancías. Si Buenos Aires es una ciudad progresista, civilizada y, por qué
no, europea, se debe a que "ella sola explota las ventajas del comercio,
ella sola tiene el poder y las rentas"
52.
No hay que desestimar la influencia que el neomercantilismo manchesteriano
tuvo sobre el pensamiento sarmientino. Pero si los economistas
manchesterianos propiciaban el librecambio, se debía a que, de esta forma,
lograban reducir los costos de reproducción del trabajo industrial. Los
salarios bajaban al abaratarse el consumo por la importación de ciertos
alimentos y materias primas: los industriales aumentaban comparativamente
sus beneficios. El gaucho, en cambio, está "libre de necesidades": su
problema no es el costo de reproducción, ya que los alimentos no son
escasos. El comercio tendrá entonces un papel activo en la creación de
nuevos intereses. Sólo existiendo intereses que puedan ser complementados,
se dirigirá el "exceso de vida" del gaucho a la producción de valor de
cambio y no a la violencia ciega de la montonera: "El elemento de orden de
un país no es la coerción ni la comprensión del gobierno. Son los intereses
comprendidos. La despoblación y la falta de industria prohijan las
revueltas: poblad y cread intereses. Haced que el comercio penetre por todas
partes, que mil empresas se inicien"
53.
Como dirían los fisiócratas, el interés personal impulsa a cada hombre en
particular a perfeccionar y multiplicar las cosas que vende, a ensanchar así
la gama de placeres que puede proporcionar a los demás y, por último, como
diría Mercier de la Riviére, a ampliar la masa de placeres que los demás hombres pueden proporcionarle a él
54. Aunque, como vimos,
la concepción librecambista de Sarmiento se acerca más -aún partiendo de
problemas diversos- a las posturas de los manchesterianos, ya que el consumo
se vuelca directamente sobre la producción: a medida que la variedad de
productos consumidos aumenta, se acrecienta la proporción de actividad
stockeada o convertida en trabajo.
El peor enemigo del comercio, entonces, es el monopolio; luego, deviene el
mayor obstáculo para el progreso. En el caso de Argentina, el desierto y sus
sublimes extensiones se vuelven cómplices del monopolio, adversarios del
comercio y frenos para el progreso: si, como afirma Sarmiento, "las llanuras
preparan las vías para el despotismo", estas vías son, paradójicamente, la
ausencia patológica de caminos. Los fluidos vivificantes de la nación se
estancan, la inacción y el sopor provinciano inundan el paisaje desértico,
todo se convierte, para usar una imagen de Alberdi, en una silenciosa y
eterna necrópolis.
"El monopolio llevará el sello de la vida pastoril, la expoliación y la
violencia" 55. El monopolio, en efecto, es el mejor aliado de la "estancia
de ganado", ya que ésta permanece ajena a la "variedad de productos" de la
vida moderna. Y así explica Sarmiento que Rosas haya "restaurado" el
monopolio colonial: Rosas, el propietario, el ganadero
56.
"El monopolio lleva el sello de la expoliación": los grandes estancieros, a
la manera de los señores feudales evocados por Kleist en Michael Kohlaas,
erigen una serie de aduanas internas o "secas", "estériles" como las llamará
Alberdi, que dificultan la "libre circulación" de las mercancías,
encareciendo los productos y tornándolos incompetentes en el mercado, debido
a los altos costos. Así se obstaculiza el avance del comercio y del
progreso: "en todos los países civilizados del mundo que tengan gobiernos
racionales, no hay aduanas interiores. En las edades más bárbaras de Europa,
los señores feudales que tenían establecidos sus castillos en las crestas de
las montañas, en las gargantas de los valles, en las encrucijadas de los
caminos, o en los vados de los ríos, tenían sus tropas de siervos armados
para arrancar contribuciones a los pasantes y quitarles parte de lo que llevaban"
57. Si la expoliación y el impuesto se distinguen, se
debe a sus modalidades de goce: una absorbe todos los flujos de mercancías o
de dinero en provecho del señor y su cuerpo voluptuoso; la otra se convierte
en propiedad pública y se reinvierte en el proceso a través de la
construcción de caminos, puertos, correos, etc.
"El monopolio -por último- lleva el sello de la violencia": requiere un
régimen político despótico no sólo para extraer mediante la coacción
extraeconómica cualquier excedente sino además para impedir que otros
propietarios vendan sus productos en el mercado del caudillo y lo obliguen,
así, a rebajar sus precios. Sarmiento evoca cómo Facundo abastecía los
mercados con su ganado cuando sus armas llegaban a alguna parte, "cuidando
siempre de monopolizarlo en su favor por algún bando o un simple anuncio
(...) En seguida de una batalla sangrienta que le ha abierto la entrada a
una ciudad, lo primero que el general ordena es que nadie pueda abastecer de
carne el mercado..."
58. Como veremos enseguida, si Rosas perfeccionó este
sistema es porque supo usar como arma al territorio, y, en consecuencia, más
que la agresividad, la morosidad de las comunicaciones.
Estancia de pastoreo-monopolio-despotismo forman la tríada que la guerra de
Sarmiento se propone destruir. No se vencería al enemigo, a la Barbarie, si
no se lograra acabar con ese orden de cosas: si toda economía es una
economía de guerra, toda guerra es, paralelamente, una guerra económica.
Pero Sarmiento va incluso más allá: no se trata de decir solamente que la
vida pastoril requiere el monopolio y el despotismo, como cuando decimos que
los intereses económicos determinan las instituciones sociales y políticas.
Hay un uso de la fuerza y un tipo de intervención comunes a la ganadería y
el despotismo: la violencia como uso y la mutilación, el descuartizamiento,
el desgüello como modalidad; por eso no es casual, decía Sarmiento, que la
Mazorca se componga, como los cabochiens parisinos, de "los carniceros y
desolladores de Buenos Aires"
59. Hay un isomorfismo en la modalidad de
goce: consumo de carne, por un lado; absorción improductiva de mercancías y
dinero a través del tributo monopólico, por el otro. Existe un paralelismo
marcado en la modalidad de dominación del ganado y del pueblo que Sarmiento
no cesa de hacer notar: `¡Las vacas dirigen la política argentina! ¿Qué son
Rosas, Quiroga y Urquiza? Apacentadores de
vacas, nada más" 60. La "vaca" resume toda la política bárbara: la bulimia
felina del caudillo inspira su economía y su sistema de gobierno.
Rosas llevó este sistema a un estadio más perfecto y acabado, dice
Sarmiento. Lo extendió por todo el país: convirtió esa precaria organización
económico social de la campaña, hija del saqueo y el vandalismo
post-revolucionario, en un Estado, reviviendo incluso algunas instituciones
españolas como la Inquisición. Cuenta con una ventaja estratégica para ello:
el territorio y su extensión.
Rosas tiene encerrados a los pueblos del interior "como el carcelero a los
presos que custodia". Y es que domina el puerto, las comunicaciones y la
información: "una medida administrativa que influía sobre toda la nación
vino a servir de ensayo y manifestación de esta fusión unitaria y
dependencia absoluta de Rosas"
61. Esta
medida sintetiza, como una puesta en abismo, toda la estrategia del gobierno
restaurador. En épocas de Rivadavia -representante, aquí, del progreso de
las luces- se habían multiplicado los servicios de mensajeros hacia las
provincias y hacia Chile y Bolivia, porque "los gobiernos civilizados del
mundo ponen toda su solicitud en aumentar a costa de gastos inmensos los
correos no sólo de ciudad a ciudad, día por día y hora por hora, sino en el
seno mismo de las grandes ciudades, estableciendo estafetas de barrio, y
entre todos los puntos de la Tierra por medio de líneas de vapores que
atraviesan el Atlántico y costean el Mediterráneo"
62. Todo está determinado por la velocidad en el transporte o
en la información, "porque la riqueza de los pueblos, la seguridad de las
especulaciones de comercio, todo depende de la facilidad de adquirir
noticias". La velocidad combate el monopolio y el despotismo, porque combate
la extensión, "se traga las leguas en un santiamén". Rosas, pues, para
reproducir su sistema y favorecer sus intereses económicos, debe impedir el
desarrollo de estas velocidades; su guerra, en verdad, es contra la
celeridad y sus vehículos: "En medio de este movimiento general del mundo
para acelerar las comunicaciones de los pueblos, don Juan Manuel de Rosas
-para mejor gobernar sus provincias- suprime los correos que existen en toda
la República hace catorce años. En su lugar - continúa indignado Sarmiento-
establece chasques de gobierno que despacha él, cuando hay una orden o una
noticia que comunicar a sus subalternos". Existen mensajes de dos
naturalezas, dos direcciones y dos velocidades: aquellos que deben ser
demorados para no favorecer al enemigo, y los
que deben ser acelerados para una respuesta táctica más rápida y efectiva de
los subordinados (órdenes). Como dice Sarmiento, estas medidas produjeron
las consecuencias más útiles para este sistema. El interior quedará sumido
en la desinformación, la duda, la incertidumbre
63.
Sarmiento hace referencia a un hecho sintomático ocurrido en 1843. El precio
de la harina había subido. Las provincias del interior lo ignoraban.
Enterados por mensajeros privados, San Juan y Mendoza envían millares de
cargas a Buenos Aires. Cuando terminan de atravesar la pampa, cuando
lentamente logran llegar a la ciudad, se encuentran con que hacía dos meses
que el precio de la harina había bajado, y ya ni siquiera podían costear los
fletes: "Imagináos si podéis, pueblos colocados a inmensas distancias, ser
gobernados de este modo!"
64.
No es casual que Rosas aplauda complacido la ruptura de las relaciones entre
Chile y Cuyo: esto le permite cerrar las vías de comercio que no dependan de
Buenos Aires. Así como tiene sitiado a Montevideo, Rosas tiene sitiada a
toda la República ya que su modelo de administración económica al igual que
su sistema de dominación política toma a la población como un ejército
enemigo: "Rosas no administra, no gobierna en el sentido oficial de la
palabra. Encerrado meses en su casa, sin dejarse ver por nadie, él solo
dirige la guerra, las intrigas, el espionaje, la Mazorca, todos los diversos
resortes de su tenebrosa política; todo lo que no es útil para la guerra, no
forma parte del gobierno, no entra en la administración"
65.
Debido a esta alianza de Rosas con las lejanías, Borges podría haber visto
en Sarmiento un precursor del Emperador de Kafka, o de ese joven que gasta
toda su vida en cabalgar hasta el pueblo más cercano. ¿Y no tendría una
doble inspiración, sarmientina y kafkiana, ese laberinto borgeano que es un
desierto y donde perece un rey de sed y hambre?
El monopolio, la estancia y el despotismo tienen como cómplice a la
naturaleza. El comercio, la agricultura y la democracia, en cambio, se
enfrentan a la morosidad de los hombres, al ritmo perezoso y cansino del
gaucho: "Para preparar vías de comunicación basta solo el esfuerzo del
individuo y los resultados de la naturaleza bruta: si el arte quisiera
prestarle auxilio, si las fuerzas de la sociedad intentaran suplir la
debilidad del individuo, las dimensiones colosales de la obra arredrarían a
los más
emprendedores, y la incapacidad del esfuerzo lo haría oportuno. Así, en
materia de caminos, la naturaleza salvaje dará la ley por mucho tiempo y la
acción de la civilización permanecerá débil e ineficaz"
66.
La civilización se impondrá el día que la ciudad pueda extender sus redes
sobre la campaña. ¿Pero no resultaría esto una contradicción? Es que hay que
comprender que significa, para Sarmiento, el término ciudad. En principio, y
en un sentido literal, Córdoba también es una ciudad. Sin embargo, y
Sarmiento lo remarca, se distingue de Buenos Aires. Su diagrama estratégico
es por completo divergente. Como la posición española frente a la
Revolución, Córdoba erige una estrategia defensiva con vistas a preservar un
orden colonial de cosas. Por eso, más que una ciudad, es una ciudadela
fortificada. Impenetrable para los ejércitos y para las nuevas ideas,
completamente incomunicada
67.
Córdoba es la ciudad-estacionamiento, la ciudad-proteccionista, abroqueleada
en medio de un territorio hostil, rodeada por un mar proceloso de Barbarie.
Algo muy diferente sucede con Buenos Aires. Su geometría urbana ya no es
euclidiana sino euleriana: establece un nudo, un lugar en donde se
concentran los caminos. Como en esta geometría, hija del puerto de Koennisberg, ya no limita un espacio interior de otro exterior sino que los
conecta y comunica a través de redes de circulación. Buenos Aires es una
encrucijada, una ciudad-compuerta, es el nombre propio de un diagrama de
flujos, una estrategia territorial de control de la circulación de stocks e
información. Como diría Virilio, con Buenos Aires "el lugar de la guerra no
es más la frontera que limita el territorio, sino aquel donde se mueve la
máquina de transporte"
68.
La ruta es un campo de concentración de la velocidad y de vectorización de
las fuerzas o, como dirían Deleuze y Guattari, un "aparato de captura" del
movimiento y la actividad. Ya no bajo la forma despótica de la apropiación
monopólica de la renta y del encierro proteccionista. Al contrario, se trata
de una acumulación del movimiento, de la violencia, bajo la forma de una
apropiación unilateral de la transmisión (puerto) y de la emisión monetaria
como forma de stockear el cambio a través del impuesto, del control directo
del patrón de comparación de los objetos intercambiados. En efecto, también
Alberdi en su Sistema económico y rentístico quiso distinguir entre la
"aduana estéril", elemento de despoblación y despotismo que se vale de las
prohibiciones y el impuesto exorbitante con fines proteccionistas; y la
aduana de poblamiento que utiliza como medio la libertad de mercado y no
tiene otro fin que el fiscal: las rentas permitirían convertir el capital
comercial en capital financiero, para subsidiar el desarrollo del nuevo
país: la construcción del puerto, los caminos, los medios de comunicación,
etc. La ciudad, pues, es un medio de relevamiento y direccionamiento, de
redistribución y difracción de flujos de mercancías y capitales, o de
hombres, incluso. Su modalidad de dominación, de este modo, ya no es la
embestida sangrienta, ni el encierro o la lentitud. La ciudad ejerce el
poder a través de dos empleos de la fuerza: la aceleración de los
movimientos de todo tipo; la conversión o transformación del territorio en
tierra, de la actividad en trabajo, del intercambio en impuesto, del dinero
fiscal en financiero.
A diferencia de la ciudadela medieval fortificada, conectada directamente
con el cuerpo voluptuoso del Señor, la ciudad moderna cambia su modalidad de
goce: se vuelve medio de inversión. Cuando el Estado se "urbaniza" deja de
funcionar como un agujero negro que no termina de ser llenado y de gozar
improductivamente. Con la ciudad moderna el Estado y la "autoridad" se
desplazan: ella ya no pertenece al déspota, ni siquiera a una asamblea de
ciudadanos, ella está en las "cosas", como dice Sarmiento, en el propio
sistema.
La ciudad ya no se define por el majestuoso y ceñido espacio intramuros de
la ciudadela medieval. Buenos Aires es el "correlato de la ruta". Y es que
esta nueva urbe "no existe más que en función de una circulación y de
circuitos; es un punto singular sobre circuitos que la crean y que ella
crea. Se define por entradas y salidas, y hace falta algo que entre y salga.
Impone una frecuencia. Opera una polarización de la materia, inerte,
viviente o humana..."
69. Sarmiento, en este sentido, nunca fue un escritor
del "espacio" urbano, sino de su "velocidad": fue siempre un poeta de la
"ruta".
La ciudad, en Sarmiento, funciona como el teatro de una actividad
hipercinética, de una danza vertiginosa. Ella controla movilidades de todo
tipo: de comercio, por empezar, promotor de la producción de excedentes; de
trabajo, pues, que requiere actividad disponible (flujo de inmigrantes) y
novedades técnicas para aumentar su rendimiento, disminuir su fatiga y
convertir el "exceso de vida" en trabajo (actividad stokeada); de saberes,
entonces, que reclaman la capacitación disciplinaria, técnica y científica
de los ciudadanos; de ideas políticas, también, para que las clases
postergadas tengan acceso a posibilidades educativas y sanitarias sólo
concedidas antaño a las castas dirigentes; de instituciones, por último, que
puedan servir a los nuevos intereses sociales, ligarlos y comprenderlos.
Esta espiral del progreso no se mueve, no se pone en marcha sin vías de
comunicación, sin la eliminación cada vez más rápida de las distancias: "la
provincia de San Juan en la República Argentina -por tomar sólo un ejemplo
de los dados por Sarmiento- es una de las que están situadas a la falda de
los Andes y por su colocación fuera de las grandes vías del tráfico sus
hábitos domésticos permanecen estacionarios, conservando aún la sencillez
colonial" 70.
Así la política unitaria de la Civilización y el progreso será por completo
diferente a la "unidad bárbara" conquistada y defendida por Rosas y Quiroga.
Esta unidad viene dada por el "encierro" del monopolio y el sitio armado.
Argentina tiene el aspecto, en este caso, de una dilatada Bastilla; deberá
ser liberada para imponer la nueva unidad, la de la polarización y la
concentración de la circulación y la expansión del comercio: si la Argentina
es unitaria se debe a que "está geográficamente constituida de esa manera",
y ha de ser unitaria "aunque el rótulo de la botella diga lo contrario"
71.
Estas dos formas de unidad están en estrecha correspondencia con las dos
formas de circulación de las mercancías y con las dos modalidades de goce:
monopolio-goce-del- déspota y librecambio-reinversión.
Esta justificación del fatalismo unitario del país debida a la confluencia
geográfica de los ríos reaparece con toda su fuerza en Argirópolis. La
ciudad utópica de Argirópolis estaría ubicada en la isla Martín García,
punto de convergencia de las principales vías fluviales, compuerta geo-estratégica
dominada en ese entonces por los franceses. Argirópolis es el ideal de ese
punto singular sobre circuitos de comunicación, asedio militar y comercio:
como dice Sarmiento, esta isla no es solamente una posible
ciudad-almacén, es, por sobre todo, la `llave del país"
72. Al igual que Vauban, Sarmiento juzga la importancia estratégica de una posición no tanto
por sus combinaciones más o menos hipotéticas sino por la configuración
misma del país: "será un nudo importante de vías de comunicación, el punto
de crecimiento de rutas numerosas o la confluencia de valles"
73.
Dos geografías se enfrentan en Sarmiento: las distancias secas -el desierto-
y las vías húmedas -los ríos-; una Argentina de las extensiones inhóspitas,
del pastoreo y la barbarie; otra fluvial, comercial y civilizada: "toda la
vida va a transportarse a los ríos navegables, que son las arterias de los
Estados, que llevan a todas partes y difunden a su alrededor movimiento,
producción, artefactos, que improvisan en pocos años pueblos, ciudades,
riquezas, naves, armas, ideas"
74.
Ahora bien, ya Alberdi le había reprochado este determinismo geográfico
undimensional. Sarmiento, decía, confunde el origen político del poder
porteño -ligado a su control del capital financiero- con un origen
geográfico: la confluencia de los ríos. La autoridad de Buenos Aires sería
vista como "natural": ella habría sido elegida por el sabio dedo de la
Naturaleza.
Sin embargo, si en Sarmiento hay una determinación "en última instancia" de
la geografía natural por sobre la geografía política, es que hay un uso
estratégico del territorio que domina la lucha entre Civilización y
Barbarie. Esta usa la llanura y sus colosales distancias como medio de
defensa. Aquélla usa los ríos como instrumentos de ataque o invasión de la
"morada sin límites" del caudillo. Pero como ya vimos, más que la extensión
y los caminos, quienes se enfrentan en esta lucha son la lentitud y la
velocidad.
Mucho antes que el Mariscal von Moltke, Sarmiento destacó la importancia
estratégica de los caminos y la información. Todo el diagrama estratégico
que buscaba terminar con los ataques de los malones en el sur de la
provincia de Buenos Aires -y con las mismas naciones aborígenes- se basaba
en la superioridad tecnológica de la Civilización. Se alejaba así
del modelo aislacionista y proteccionista -puramente defensivo- de la
célebre "zanja" de Alsina: "Dos vaporcitos echados en el Colorado,
telégrafos de brazos elevados sobre fuertes para dar desde cada uno de ellos
la Señal de alarma a los dos contiguos, son suficientes modos de mantener la
seguridad y las comunicaciones"
75. Los medios que propagan el comercio no
difieren, como lo demostrará Conrad, de aquellos que sostienen la seguridad
militar.
Como lo señalara Robert Schnerb, la semántica económica utiliza un lenguaje
militar para definir el comportamiento en materia de aduanas: "se habla de
guerra tarifaria, de desarme aduanero, de nuevas armas, de contingentes"
76.
Y no es casual que esto sea así. Desde el siglo XVII el mercantilismo
británico unió los destinos de la estrategia militar a los de la circulación
económica: fue lo que dio en llamarse el fleet in being
77. Esta estrategia,
diseñada por el Almirante inglés Herbert, sustituye la guerra de efusión
sangrienta por la presencia en el mar de una flota invisible y peligrosa,
invisible por su velocidad y peligrosa por su información y su capacidad
teletopológica de previsión de los movimientos de los filibusteros. Es
decir, sustituye la violencia inmediata como fuerza estratégica por la
celeridad en el desplazamiento. Como diría Marx, "un monstruoso despotismo
que aspira a la dominación exclusiva de los océanos" (y no es casual que un
filibustero como Laffitte financiara la publicación del Manifiesto).
Pocos años antes de Salgari, quien denunciará la guerra del fleet in being
en sus aventuras del "Tigre de la Malasia", ya Sarmiento suscribía a ella
para combatir al "Tigre de los Llanos".
El problema que intentaba resolver el fleet in being era sencillo: ya no se
podía poseer el mar como se posee un territorio; no se podía alambrar un
océano, ni ocuparlo, ni custodiar sus fronteras. Había que negar estos
vastos espacios por la contracción vertiginosa de las distancias: la
velocidad como nueva realidad estratégica. El fleet in being convierte la
"guerra absoluta" de la Barbarie, en "guerra total", ubicua: "ello se
realiza en primer lugar sobre el mar -dice Virilio- porque la explanada
marítima no presenta naturalmente ningún obstáculo permanente para un movimiento..."
78.
Sarmiento remeda, pues, el diagrama militar y económico del imperialismo
británico y su estrategia de dominación de los mares. Excepto que, esta vez,
se trataría del dominio de Buenos Aires como urbe mercantil sobre las
provincias-factorías a través de ese inmenso mar seco que es el desierto.
Por eso la pampa puede convertirse en "la imagen del mar en la tierra", y
los caudillos que la surcan en "filibusteros de la tierra"
79. Incluso nueve
años después de Facundo todavía Urquiza denunciará al congreso la gravedad
de ese "mal", el desierto, y hablará de las provincias como de "átomos sin
cohesión ni gran valor social, que sobrenadan un inmenso espacio" (frase que
suena o aturde a "consejo para el Príncipe" cuchicheado al oído de Urquiza
por Alberdi).
Si la lentitud del desierto era la defensa natural de la Barbarie, los ríos
navegables serán las vías de asalto naturales de la Civilización: los
"conductores" del progreso a través de ese "malísimo conductor" que, según
Sarmiento, es la pampa: los ríos son la causa, decía, "del rápido
desenvolvimiento de Norteamérica"
80.
41. Para las relaciones entre economía y guerra se puede consultar el texto
citado de Gluckmann, p.404. Nosotros preferimos los de Paul Virilio:
L'insecurité du territoire, Paris, Stock, 1976, p.30; Vitesse et Politique,
Paris, Galilée, 1977, pp. 36 y 60; Défense populaire et luttes écologiques,
Paris, Galilée, 1978, pp. 17 y ss.; L'horizon negatif, Paris, Galilée, 1984,
pp. 45, 67 y 256.
42. Facundo, P. 197.
43.16id.. p.132. Ya Maquiavelo hablaba de la superioridad ocasional de la
caballería parta sobre los ejércitos disciplinados de Roma: "El ejército
parto era completamente distinto del romano; constaba exclusivamente de
caballería y luchaba confusa y desordenadamente. Se trataba de una táctica
de combate inestable e imprevisible (...) El ejército romano, pesado y lento
por su armamento y organización, no podía avanzar sino a costa de grandes
penalidades. porque el enemigo disponía de caballería, lo que le daba tal
movilidad que un día estaba en un sitio y al siguiente se encontraba a
cincuenta millas de él" op. cit., p. 50.
44. Facundo, p. 132.
45. "Imaginaos qué haría Facundo en un terreno intransitable contra
seiscientos infantes, una batería formidable de artillería y mil caballos
por delante. ¿No es éste el convite del zorro y la garza? Pues bien, todos
los jefes son argentinos, gente de a caballo; no hay gloria verdadera si no
se conquista a sablazos; ante todo es preciso campo abierto para las cargas
de caballería: he aquí el error de la estrategia argentina", Facundo, p.151.
La defensa de una población agrícola contra los furiosos ataques de una
caballería de bandoleros fue inmortalizada por Kurosawa en Los siete
samurais.
46. Sarmiento: Viajes, Buenos Aires, Hachette, 1955, p.105.
47. Facundo, p. 133
48. ibid., p.33, subrayamos.
49. ibid., p. 157
50. Conflictos y Armonías..., p.109.
51. Facundo, p.195, ver supra, nota 16.
52. Ibid.. p.26
53. Sarmiento: Argirópolis, Buenos Aires, La Cultura Argentina, 1916, p.192.
54. Mereier de la Riviére L'ordre natural et essentiel des societés
politiques, 1767, Editions Doire.
55. Facundo, p.90
56. Contrariamente a lo propuesto por Sarmiento, históricamente el
librecambio benefició a los sectores ganaderos que pudieron vender sus
productos en el extranjero sin aranceles y consumir los productos europeos
elaborados. Se puede consultar a Chiaramonte: Nacionalismo y Liberalismo
Económico 1869-1880, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986.
57. Campaña del Ejército Grande. p.5
58. Facundo, p.91
59. Ibid., p.202
60. Campaña del Ejército Grande. p.311
61 Facundo, p.211. 62. Ibid., p.211
63. Históricamente sabemos que Rosas se vuelca al proteccionismo por las
presiones del Interior y no por los ganaderos del Litoral, quienes están,
como De Angelis, a favor del librecambio. Ver Chiaramonte, op.cit., p.22
64. Facundo, p. 212
65. Ibid., p. 230
66. Ibid., p. 27
67. La estrategia defensiva de Córdoba está determinada por su ubicación
geográfica, en una hondonada, lo que la obligó, dice Sarmiento, a
"replegarse sobre sí misma, a estrechar y reunir sus regulares edificios de
ladrillo". Sarmiento ansía encontrar en ella la reproducción fiel de una
fortaleza medieval. Tanto es así que, como lo señala Henríquez Ureña, comete
un error: la catedral de Córdoba no es, como él cree, de orden gótico,
"único modelo en la América del Sur de la arquitectura de la Edad Media". El
templo fue construido siguiendo las normas del barroco español. Más acorde,
incluso, con el jesuitismo embozado con que Sarmiento pinta la ciudad. En
Conflictos y Armonías... Sarmiento usará similares conceptos para referirse
a España: "La España es una península que se aparta en cuanto puede de la
Europa a que pertenece por su geografía, aunque por su geología sea africana
o atlántica. Sepáranla del continente los Pirineos, que habitan aún los
vascos, de estirpe tan primitiva que las lenguas arias que han alcanzado de
uno y otro lado hasta sus faldas, no pudieron penetrar en sus valles ni
escalar sus elevadas crestas. Por estas barreras continentales ha debido la
España quedar sustraída a los movimientos de ideas, salvo cuando
civilizaciones exóticas hacían agujero y traspasaban la línea vasca", P.208.
68. Paul Virilio: L'horizon negatif, p. 66
69. Deleuze-Guattari: Mille Plateaux, Paris, Minuit, 1980, p.539.
70.
Educación Popular, p.114
71. Facundo, p. 108
72. Ya en el capítulo XXIII del Libro Cuatro, Clausewitz criticaba la idea de
la "Llave del país": en un territorio no había ningún punto, afirmaba, cuya
posesión decidiera la conquista de todo el país.
73. Vauban: Curso de fortificación permanente de la Escuela de aplicación
del genio y de la artillería, 1888; citado por Virilio en Vitesse et
Politique, p.21. Sarmiento cita a Vauban en Conflictos y Armonías..."El arte
del ataque y de la defensa de las ciudades estaba en toda su científica
práctica antes de Vauban por los cobrizos héroes de Arauco..." ironiza
Sarmiento refriéndose a la fantasiosa Araucana de Ercilla. Ver p. 108
74. Argirópolis, p. 37
75. Ibid., p. 76
76. R. Schnerb: Libre-échange et protectionisme, Paris, P.U.F., 1963, p.79.
77. Para un análisis de la estrategia del fleet in being se puede consultar
a Paul Virilio: Vitesse et Politique, p. 46 y L'insecurité du territoire p. 26
78. Virilio:
Vitesse et Politique, p.57
79. Facundo, pp. 24 y 28. En el mismo sentido, Alberdi dirá en las Bases:
"Los grandes ríos, esos caminos que andan, como decía Pascal, son otro medio
de intentar la acción civilizadora de Europa (...) es necesario entregarlos
a la ley de los mares, es decir, a la libertad absoluta", edición de Plus
Ultra, 1977 p. 100
80. Facundo, p.25
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CONCLUSIONES
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Temor y libertad no
son cosas contradictorias
Hobbes
Este espíritu muerto es una igualdad en la
cual todos valen como cada uno.
Hegel
LAS lecturas litúrgicas del pensamiento argentino nos dicen: Sarmiento
pertenece a la generación romántica. Es contemporáneo de Alberdi y
Echeverría, no de los iluministas, no de Moreno, Belgrano o Rivadavia. Sea.
Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de romanticismo? Máxime cuando no se
trata tanto de una concepción estética sino de una nueva síntesis de la
política y la guerra...
El romanticismo le había impuesto un giro original a esta síntesis. Y es que
la estampa clásica del individuo resultaba ya un poco pusilánime. Para ellos
esta cobardía -bovina, agregaría Sarmiento- civilizaba a los hombres, les
permitía vivir en un orden civil, a la sombra (terrible) de un Estado (Civitas).
Napoleón trajo la buena nueva: los hombres se civilizan por su osadía
romántica y no por sus mecánicos temblores clásicos. Después de todo, para
vivir como un hombre, había que saber morir como tal.
Para Hobbes, en cambio, los hombres renunciaban a sus pasiones, a sus deseos
naturales de poder, por el terror: primero, y debido a la inseguridad del
estado de naturaleza, "esa miserable condición de guerra", accedían al
contrato; luego, por la eficaz disuasión del Estado, por temor al castigo y
al suplicio, se sujetaban a ese contrato. Las pasiones se convertían en
deberes gracias a otra pasión más fuerte y contraria, diría Spinoza: la
política, como arte del gobierno, era la gestión estratégica de
las coacciones, una continuación de la guerra por medíos similares. La
política, como con Rosas, era entonces una poliorcética, el Estado un estado
de sitio, "porque el mando de las militae sin otra institución hace soberano
a quien lo detenta", decía Hobbes.
De algún modo, por el contrato o la conquista, el hombre, para devenir
ciudadano (civilizado) precisaba de un enemigo más fuerte que él: la guerra
de estado concedía la vida a cambio de la sumisión. Y sí alguno no estaba
muy convencido de la conveniencia de este intercambio, bueno, podía asistir
a una cruenta pedagogía del terror: el suplicio público, las ejecuciones
espectaculares. El espacio público no era un lugar de discusión sino de
observación, un teatro. La política no era el arte de la persuasión sino el
de la disuasión. A raíz del fusilamiento de Camila O'Gorman y del cura
Gutiérrez, Sarmiento señalará que un hecho tan horroroso había sido
ejecutado para recordar a los espíritus olvidadizos que la Mazorca estaba
ahí, que Rosas mantenía su poder.
Para los románticos en general, y para Hegel en particular, las pasiones
vienen a convertirse en deberes ya no por el terror sino por el valor: el
hombre es capaz de renunciar, primero, a su existencia, de superar su
instinto natural de conservación, para defender su sentido, su esencia, su
identidad: desprovista de toda "necesidad vital", la lucha a muerte es la
guerra por el puro prestigio, por el reconocimiento. Buscando el
reconocimiento de los otros, los hombres se libran de cualquier
determinación sensible de sus apetitos: hay una forma superior del desear
que separa al hombre de sus pulsiones, que convierte al apetito en interés,
y ya no es el ascetismo del santo, sino el coraje del guerrero: es en este
sentido que no hay nada menos pasional y más racional que la guerra. Al
mismo tiempo, mediante la lucha a muerte y el deseo de reconocimiento, el
hombre se vuelve capaz de negar o deponer lo dado en favor de sus derechos
sobre él: adquiere, de este modo, el curioso valor de arriesgar su cuerpo y
sus posesiones -su goce- para conquistar el reconocimiento de su propiedad
sobre ellos: asienta en todas las cosas el signo de su nombre.
Puede especularse, y de hecho se lo hizo, que no serán los nómades cazadores
quienes comiencen esta guerra y, con ello, la Historia; ni siquiera, tal
vez, los criadores: fueron más bien los agricultores, los fundadores del
Urstaat y de la escritura. Para los cazadores el meum y el tuum eran en
vano, sólo negaban lo dado para gozar de él; sus luchas con un animal, o con
un hombre, llegado el caso, estaban determinadas por una "necesidad vital" y
desprovistas de cualquier demanda de consideración: no había límites
prescriptos -rigurosas escrituras catastrales sobreimpresas en el mapa-,
había recorridos territoriales, rutas, circuitos.
Para Hegel será el propio pueblo, por fin, quien encontrará su identidad, su
conciencia de sí como Volkgeist, cuando procure el reconocimiento del
enemigo en la guerra: la lucha armada será el "estadio del espejo" de los
pueblos. No es que la constitución de un Estado no tenga su momento
negativo, su Terror, su guillotina y su Robespierre: los individuos deben
renunciar, un poco a desgano, a sus intereses privados. Pero la libertad
civil sólo se conquista realmente cuando este individuo participa
activamente de la guerra del pueblo, es decir, cuando tiene parte del Estado
y su Poder: es nuevamente por la guerra que el individuo se vuelve virtuoso,
pero por la guerra, ahora, contra otro Estado. La política romántica
quedará, así, apresada en la épica napoleónica y en la gesta popular: el
hombre alcanza su libertad histórica cuando forma parte, a riesgo de su
vida, de la vida del Estado, de la vida de la Historia. Los románticos
supieron hacerse de su propia iglesia laica: el Hombre sólo comienza a
existir auténticamente como Sujeto -y no como objeto, mero cuero animal-
cuando es capaz de ofrendar su vida a la Patria o a la Historia; la vida no
vale nada porque nunca vale por sí misma: tiene que verse justificada,
redimida por otra Vida que siempre está más allá de la Muerte.
Como el oro en el mercado, la Muerte será aquí el equivalente general con
relación al cual se miden todos los valores: el verdadero duelo, como el
intercambio comercial, será aquél en que los contendientes corran el mismo
peligro de muerte 115. Sería redundante señalar la importancia que esta
posición tuvo en toda la literatura desde el siglo XIX. Bastará tomar a
Borges y su culto orillero del duelo: la auténtica elección, aquella que
bifurca los mundos posibles, es la que se realiza en el instante inminente y
eterno de mirar de frente a la Muerte; cuando, como Dahlmann en "El Sur", se
sale a la llanura con un cuchillo que ni siquiera se sabe manejar, para
lavar una injuria. 116
Pero la higiene del prestigio no parece importar mucho cuando el capitalismo
se pone cínico, cuando, como dijo Marx, manifiesta su verdadero carácter. Ya
Alberdi atribuía la asignación de valor y de libertad a la transacción
comercial y no más al intercambio bélico: "El oro -decía- es la libertad, es decir, el poder de ser independiente y libre..." El señorío de
los nobles guerreros comienza a declinar: se convertirán en caudillos,
aspirantes de tiranos, causas de la anarquía. Anchorena sí, decía Alberdi,
San Martín no. A lo que Hegel respondería: un Estado pacífico,
lamentablemente, deja de ser un Estado propiamente dicho y se convierte en
una asociación privada industrial y comercial cuyo fin supremo es el
bienestar de sus miembros, la satisfacción eficiente y variada de sus
necesidades, el goce.
Esta disyunción entre el goce epicúreo y la voluntad guerrera no parece
convenir al discurso de Sarmiento. En primer lugar, para él, la guerra ya no
se definirá por su momento decisivo, el duelo o el intercambio bélico, el
pago al contado o la liquidación, sino, más bien, por los modos de
destrucción o formas sociales de hacer la guerra: armamentos, dispositivos y
disposiciones. La lucha no es la simple agonística de los intereses: toda
guerra es el conflicto entre modalidades tácticas y económicas de hacer la
guerra o poseer el suelo, entre dos "ideas": por eso no es tanto un combate
entre hombres como entre sistemas, estados de cosas, "ideas" (a los hombres
se los degüella, a las ideas no). Como vimos con los ejemplos de Facundo y
Paz, Sarmiento opondrá al valor y arrojo de los gauchos, la disciplina de
los soldados y la capacidad táctica y estratégica del jefe para administrar
sus movimientos: el ideal de esta guerra sería una prolongada movilización
sin combate.
La lucha por el reconocimiento, por el puro prestigio, ese enfrentamiento
"romántico" como lo llama Sarmiento, será el combate de los gauchos en la
pulpería, es decir, el ejemplo más acabado de Barbarie (con Francisco Real,
en cambio, Borges invertirá la valorización sarmientina de estos
enfrentamientos).
Por lo mismo, para Sarmiento, la Nación no consistirá, ni por mucho, en una
implícita identidad espiritual: "esa idea de nacionalidad que es el
patrimonio del hombre desde la tribu salvaje y que la hace mirar con horror
al extranjero" 117. En este sentido, nada más cercano a la épica popular
romántica que la política de Rosas, nada más imbuido de espíritu medieval y
gótico.
La libertad no se conquistará por la renuncia al goce individual: al
contrario, tomo vimos, es la naturaleza quien nos restringe esos goces y es
la sociedad -dirá Sarmiento-, a través del comercio, quien los satisface en
forma variada (= civilizada) y sin fastidio (= tecnificada): los límites no
están dentro de la sociedad sino fuera de ella, en la naturaleza, en la
Barbarie.
Tampoco será preciso una renuncia a los intereses privados en favor del
interés general o del Estado: la unidad de la Nación se alcanza, de hecho,
por la comprensión recíproca de los intereses en el mercado. Más que la
instancia de la Muerte, el Estado representa la tasa de la Moneda, del
equivalente general, conciliando el dinero mercantil y el fiscal.
Pero no se trata, simplemente, de una contracara de la política romántica.
Si el goce que provoca la vida civilizada no se confunde con el de la vida
bárbara es porque este último se alcanza a través de la satisfacción
inmediata o el consumo improductivo. Aquél, en cambio, es el gozo por el
aumento de la capacidad industrial, de la riqueza: el lujo se convierte,
para Sarmiento, en un medio de inversión: hay goce cuando hay rendimiento,
realimentación, feed-back.
El consumo improductivo caracteriza, al contrario, al rudimentario goce
felino; de ahí que las figuras del déspota y el bárbaro se encuentren
emparentadas y hallen su síntesis histórica en Rosas. No son tanto los
súbditos quienes son separados del estado de naturaleza y de goce por el
déspota, es más bien el déspota quien se animaliza porque no cesa de
"llenarse" con los excedentes que se apropia: el impuesto es tributo, la
muerte una ofrenda. ¿No eran ya Rosas y sus secuaces quienes en "El
matadero" estaban exentos, por gracia divina, de la abstención en el consumo
de carne?
Ya nadie goza como el déspota en el sistema sarmientino, nadie se "llena"
verdaderamente; porque todos, de una u otra forma, no dejan de volcar sus
excedentes sobre la producción, convirtiendo al consumo en una "producción
de producción". Nadie goza como el déspota salvo el mismo Capital, el mismo
Sistema: el amo abandona su dominio trascendente (encerrado en Palermo, sin
dejarse ver por nadie) y se vuelve inmanente: "La autoridad se funda en el
asentimiento indeliberado que una nación da a un hecho permanente"
118. La
"autoridad", dirá una y otra vez Sarmiento, está en el "orden de
cosas" y no
en un hombre, sea Rosas o Facundo. Nadie es propietario del poder: por eso ya
no es cuestión de tomarlo
o perderlo en una súbita acción bélica.
Aunque no por esto la nueva autoridad inmanente dejará de tener su corte de
funcionarios. Ellos se encargarán de vigilar ese circuito de
retroalimentación, ellos supervisarán que el máximo de consumo se vuelque a
la producción y reproducción del sistema: los "monitores" y los
"inspectores" de escuela, los militares en el ejército, los burócratas en la
metrópoli, los capataces en la fábrica, etc. Ellos ya no ejecutarán las
órdenes trascendentes del déspota. Más que una comunicación vertical, en
donde una mano maneja las marionetas, el sistema funciona horizontalmente:
una corte de decididores bailando sobre una explanada caliente de
inmanencia.
Hay un uso violento de la fuerza para conquistar o conservar un orden
institucional. Pero al cambiar el lugar de la autoridad, del déspota al
sistema, cambiará también la naturaleza de la fuerza: hay un uso
disciplinario de la fuerza, una conversión de la violencia en velocidad, del
combate en movilización, una introyección del enemigo: ya no se trata de
derribar los muros de los señores sino de atravesar la pampa como una
exhalación o de intensificar el trabajo para generar excedentes.
Este incremento de la velocidad pareciera no tener fin: correr hasta que la
llanura se contraiga tanto que desaparezca, hasta que se esfume incluso el
vehículo. ¿No habrá en Sarmiento un deseo kafkiano de convertirse en indio?
¿Su ideal no es, por lo mismo, que la intensificación del trabajo se vuelva
infinita y su extensión, en consecuencia, se reduzca a cero? Pero la
reducción del tiempo de trabajo y la renuncia a la plusvalía absoluta lo
significan que se deje de stockear la actividad. Al contrario, cada vez más
el tiempo libre será capturado por el sistema: nada de pulperías, dice
Sarmiento, nada de recargarse ociosamente en el farol de la esquila, ¿es que
no tienen algo más útil que hacer?
Sarmiento había aprendido bien el precepto de Franklin: el tiempo es dinero.
Toda hora perdida es una hora que se sustrae al trabajo dedicado ad gloriam
Dei. Y es tanto más perdida si lo se la gasta para Su goce: puesto que todo
viene de El, todo debe volver hacia El. En este sentido, la tesis de Weber
sobre el protestantismo se ajusta a Sarmiento, a condición de sustituir a
Dios por el Capital filiativo.
Ya no nos redime la Historia, ni el Estado. Sarmiento nunca creyó demasiado
en ellos. Ya no nos salva ni el terror ni el coraje (tampoco la esperanza).
La vida se ve justificada y bendecida por el Capital: lavada en el agua
bautismal que le deparará el cielo de la Civilización.
115. Ya Calusewitz había establecido el paralelo entre la guerra y el
comercio: "En la guerra -decía-, la decisión por las armas es en todas las
operaciones grandes y pequeñas lo que el pago al contado en las
transacciones comerciales. Por más remotas que sean estas relaciones, por
mas que las liquidaciones rara vez se produzcan, al final deben realizarse",
De la guerra, p.74, subrayamos.
116. Por supuesto que el ejemplo mayor de esta conducta fue el narrado por
Joseph Conrad en El Duelo. Y no es casual que los "duelistas", D'Hubert y
Feraud, fueran oficiales de caballería del ejército de Napoleón
117. Facundo, P. 224
118. Ibid., p.108. Al concebir el deseo ligado al modelo de la satisfacción
y no del poder, el romanticismo vive el consumo productivo como una
"renuncia" al goce, o, mejor aún, al objeto del goce, al cual ven
definitivamente perdido. De ahí el tema de la Amada romántica y ese amor
particularmente nostálgico o melancólico: hay una carencia que nunca puede
ser colmada. Y es que todos los objetos no son más que sustitutos
imaginarios de Ella, el verdadero objeto perdido del deseo. Existe, pues,
una cierta organización paranoica: todos los signos remiten a un único gran
significante despótico, "todo me recuerda a ella" dice este añorante
enamorado. Como diría F. Scott Fitzgerald en "Sueño de invierno", no debemos
engañarnos, no lamentamos haber perdido a la mujer que amábamos, lo que
lamentamos es no ser capaces de amar tan intensamente, como cuando amábamos
a esa mujer.
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