La
cuestión de los paradigmas: Sobre el Manifiesto de Historia a Debate
Nicolás Iñigo Carrera
Universidad
Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires
Agradezco a
los organizadores de esta presentación del interesante Manifiesto de
Historia a Debate la invitación a formar parte de este panel y a exponer
algunas reflexiones sobre ese documento. Aunque coincido con algunas de las
afirmaciones que en él se hacen, lo que voy a exponer aquí refiere más bien
un punto en el que el debate debería avanzar hacia resultados más sólidos:
la cuestión de “los paradigmas”.
El grupo impulsor de Historia a Debate se propone, según plantea en su
manifiesto, “contribuir a la configuración de un paradigma común y plural de
los historiadores del siglo XXI”, que establezca “un diálogo crítico con
otras corrientes historiográficas” a las que caracteriza de manera un tanto
despareja e imprecisa como “el posmodernismo”, la “vieja historia” (aunque
después queda claro que se refiere al “positivismo rankeano”) o “el
continuismo de los años 60-70”. En esta última denominación, la imprecisión
hace que, para el caso de la historiografía argentina, resulte imposible
encontrar semejante corriente: nos plantea directamente el interrogante de a
qué se está refiriendo: ¿a la Academia Nacional de la Historia presidida por
Ricardo Caillet-Bois? ¿al Centro de Estudios de Historia Social de la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, dirigido
por José Luis Romero? ¿al revisionismo histórico vinculado al nacionalismo
oligárquico (Ibarguren) o al popular o revolucionario (Chavez, Ortega Peña,
Duhalde)? ¿al de la izquierda nacional (Ramos, Puiggros)? ¿al marxismo (Milcíades
Peña)? Todas estas corrientes estaban vigentes en la Argentina de los 60 y
70, tenían sus seguidores (los nombres señalados son sólo a título de
ejemplo) que producían investigaciones con resultados diferentes, cuando no
contrapuestos.
Quizás la ambiciosa propuesta consista en superar todas las corrientes
vigentes en aquél momento.
Y para contribuir a esta superación los autores del Manifisto han elaborado
“18 propuestas metodológicas, historiográficas y epistemológicas”.
Aunque podría decirse algo acerca de la relativa elasticidad con que se
manejan estos conceptos, me quiero centrar en la cuestión del paradigma.
Dada la referencia inicial a las corrientes historiográficas uno esperaría
encontrar en la construcción de este paradigma plural un aporte para el
desarrollo del conocimiento científico y, en particular, de las herramientas
teóricas y metodológicas necesarias para alcanzar ese conocimiento
científico. Esto no significa negar la existencia de otras formas de
conocimiento, pero aquí estamos tratando de cuestiones científicas. Sin
embargo el énfasis del Manifiesto está más bien puesto en los
comportamientos de los historiadores que en las teorías y métodos. No es que
los comportamientos, los alineamientos, frente a las situaciones en las que
estamos involucrados como seres humanos y como parte de la sociedad en que
vivimos sean irrelevantes. Todo lo contrario. Todos (aún los que lo niegan)
estamos alineados y, por acción u omisión, fortalecemos una forma de
organización social y una concepción del mundo. Pero, con relación al
producción de conocimiento científico, no es suficiente.
En el Manifiesto hay un énfasis en “lo nuevo” que me recuerda algo que
aprendí hace poco: (no soy sociólogo sino historiador) y es que “nuevo”, lo
mismo que “gratis” son las palabras mágicas del marketing: exaltar la
novedad de un producto incrementa su venta. Sin embargo a los científicos
debería interesarnos más la aproximación a la verdad que a la novedad. Y
aquí aparece uno de lo que me parece uno de los puntos débiles del
Manifiesto. En la concepción de Historia a Debate la verdad histórica se
decide sólo “a través de la comunidad de los historiadores” (propuestas II,
VI, XIII). Aquí, como la experiencia argentina de las últimas dos décadas lo
ha demostrado, nos acercamos peligrosamente a la conformación de una
corporación, casi de un gremio medieval, donde los dictámenes de los
“maestros” deciden que es verdadero y que no.
Voy a traer a colación dos ejemplos:
El primero: se ha difundido en la comunidad (corporación) de los
historiadores argentinos, y así se enseña en la universidad, que para la
clase obrera (o los “sectores populares” como es moda llamarlos hoy) la
década de 1930 en Argentina es una “década de conciliación y sin lucha”; por
supuesto basta observar la realidad misma de esa década para refutar
semejante afirmación; por poner unos pocos entre los miles de ejemplos
posibles podemos citar la huelga general de 1936, con sus combates
callejeros, en que buena parte de la ciudad de Buenos Aires quedó en manos
de los obreros huelguistas, de las mujeres y niños proletarios y de otras
fracciones populares, que tomaron las calles, destruyeron más de 80
vehículos de transporte y obligaron a la policía a encerrarse en las
comisarías y al gobierno a acuartelar las tropas del ejército y la marina y
forzar a los empresarios a llegar a un acuerdo con los huelguistas; también
la drasticidad de la lucha entre las organizaciones obreras y los defensores
del orden establecido que llevó al mismo Nicolás Repetto (enemigo de los
“métodos violentos” si los había) a proponer la organización de una defensa
armada del Partido Socialista, que por cierto se constituyó. Sin embargo la
comunidad de historiadores ha dictaminado que no hay lucha y esa es la
“verdad” si se siguen los criterios del Manifiesto.
El segundo ejemplo: la comunidad de historiadores había dictaminado no hace
mucho el fin en nuestros días de “la política en las calles”; nuevamente la
observación de la realidad a lo largo de la década de 1990 hubiera permitido
mostrar la falsedad de esta afirmación; sin embargo hicieron falta hechos
como los del 19 y 20 de diciembre del año pasado, cuando la movilización
popular forzó la renuncia del gobierno de la Alianza y de su ministro
liberal Cavallo, para que se tomara conciencia de que esa “verdad” no era
tal.
Esto nos remite a las condiciones en que se produce el conocimiento: se
suele hacer referencia al compromiso de los historiadores con las luchas
populares de las décadas del 60 y 70, y como esto “deformó” su mirada sobre
la realidad, por lo que se habla del “fracaso de la ‘historia total’” de
esos años. Mucho menos se toma en consideración el compromiso (objetivo) de
muchos intelectuales (incluyendo historiadores) con la ofensiva capitalista
acaudillada por la oligarquía financiera en los ‘80 y los ‘90, que ayuda a
explicar con más fundamento aquel fracaso.
En esta ofensiva se inserta lo que vagamente el manifiesto llama “1989” y
que, debemos suponer refiere al proceso de restauración capitalista en
algunas de las sociedades donde, en algún momento, el proceso histórico
había constituido embriones de socialismo. (Entre paréntesis seame permitido
señalar que ese proceso, al que el Manifiesto da un carácter de hito que
finaliza una era, sólo es percibido así en determinadas tradiciones dentro
del socialismo científico; los que venimos de otras tradiciones dentro del
mismo cuerpo teórico, consideramos que, sin dejar de reconocer la
importancia del hecho, no es la primera restauración ocurrida en la historia
de la Humanidad, ni tampoco señala una tendencia irreversible).
Entonces considero que habría que hacer hincapié más que en los “valores
compartidos” del nuevo paradigma, en los elementos teórico metodológicos
necesarios para la construcción de conocimiento científico en la situación
actual. Es decir, asumir como compromiso la búsqueda de la verdad. Como,
planteada esta afirmación, suele ocurrir que alguien manifieste que la
verdad absoluta no existe, lo cual es obvio, debemos dejar en claro que
estamos hablando de grados de aproximación a la verdad.
Y ya que el Manifiesto hace referencia a la necesidad de tomar “instrumentos
ya construidos” voy a proponer algunos que han sido probados y más que
probados para el análisis de las sociedades capitalistas (ya que de eso se
trata hoy) y podríamos utilizar en la construcción de conocimiento
científico: tener como central la dimensión enfrentamiento social, en tanto
motor de los procesos históricos; enfrentamientos sociales que, mediante
alianzas, se producen, fundamentalmente, entre clases sociales (aunque con
múltiples manifestaciones que aparecen protagonizadas por las más diversas
personificaciones de relaciones sociales); clases que se constituyen en el
enfrentamiento y que tienen su asiento material en las relaciones
establecidas en la producción y reproducción de la vida social; relaciones
que determinan la constitución de mercados con territorios delimitados donde
cristaliza un determinado estado de poder; que a la vez es inentendible por
fuera de las relaciones entre los estados.
En síntesis, los instrumentos que dan cuenta de las relaciones de
explotación y de opresión, y de los procesos de lucha que desarrolla la
humanidad en la construcción de una sociedad más humana, por supuesto con el
tiempo como dimensión fundamental en tanto es el espacio en que, como señaló
Marx, se
desarrolla la humanidad.
Agosto 2002