[Nota: Intervencíón en el acto de presentación de HaD en la universidad de Buenos Aires 13/9/02. CB]

 

 La cuestión de los paradigmas: Sobre el Manifiesto de Historia a Debate

  Nicolás Iñigo Carrera

Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires

 

Agradezco a los organizadores de esta presentación del interesante Manifiesto de Historia a Debate la invitación a formar parte de este panel y a exponer algunas reflexiones sobre ese documento. Aunque coincido con algunas de las afirmaciones que en él se hacen, lo que voy a exponer aquí refiere más bien un punto en el que el debate debería avanzar hacia resultados más sólidos: la cuestión de “los paradigmas”.

El grupo impulsor de Historia a Debate se propone, según plantea en su manifiesto, “contribuir a la configuración de un paradigma común y plural de los historiadores del siglo XXI”, que establezca “un diálogo crítico con otras corrientes historiográficas” a las que caracteriza de manera un tanto despareja e imprecisa como “el posmodernismo”, la “vieja historia” (aunque después queda claro que se refiere al “positivismo rankeano”) o “el continuismo de los años 60-70”. En esta última denominación, la imprecisión hace que, para el caso de la historiografía argentina, resulte imposible encontrar semejante corriente: nos plantea directamente el interrogante de a qué se está refiriendo: ¿a la Academia Nacional de la Historia presidida por Ricardo Caillet-Bois? ¿al Centro de Estudios de Historia Social de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, dirigido por José Luis Romero? ¿al revisionismo histórico vinculado al nacionalismo oligárquico (Ibarguren) o al popular o revolucionario (Chavez, Ortega Peña, Duhalde)? ¿al de la izquierda nacional (Ramos, Puiggros)? ¿al marxismo (Milcíades Peña)? Todas estas corrientes estaban vigentes en la Argentina de los 60 y 70, tenían sus seguidores (los nombres señalados son sólo a título de ejemplo) que producían investigaciones con resultados diferentes, cuando no contrapuestos.

Quizás la ambiciosa propuesta consista en superar todas las corrientes vigentes en aquél momento.

Y para contribuir a esta superación los autores del Manifisto han elaborado “18 propuestas metodológicas, historiográficas y epistemológicas”.

Aunque podría decirse algo acerca de la relativa elasticidad con que se manejan estos conceptos, me quiero centrar en la cuestión del paradigma. Dada la referencia inicial a las corrientes historiográficas uno esperaría encontrar en la construcción de este paradigma plural un aporte para el desarrollo del conocimiento científico y, en particular, de las herramientas teóricas y metodológicas necesarias para alcanzar ese conocimiento científico. Esto no significa negar la existencia de otras formas de conocimiento, pero aquí estamos tratando de cuestiones científicas. Sin embargo el énfasis del Manifiesto está más bien puesto en los comportamientos de los historiadores que en las teorías y métodos. No es que los comportamientos, los alineamientos, frente a las situaciones en las que estamos involucrados como seres humanos y como parte de la sociedad en que vivimos sean irrelevantes. Todo lo contrario. Todos (aún los que lo niegan) estamos alineados y, por acción u omisión, fortalecemos una forma de organización social y una concepción del mundo. Pero, con relación al producción de conocimiento científico, no es suficiente.

En el Manifiesto hay un énfasis en “lo nuevo” que me recuerda algo que aprendí hace poco: (no soy sociólogo sino historiador) y es que “nuevo”, lo mismo que “gratis” son las palabras mágicas del marketing: exaltar la novedad de un producto incrementa su venta. Sin embargo a los científicos debería interesarnos más la aproximación a la verdad que a la novedad. Y aquí aparece uno de lo que me parece uno de los puntos débiles del Manifiesto. En la concepción de Historia a Debate la verdad histórica se decide sólo “a través de la comunidad de los historiadores” (propuestas II, VI, XIII). Aquí, como la experiencia argentina de las últimas dos décadas lo ha demostrado, nos acercamos peligrosamente a la conformación de una corporación, casi de un gremio medieval, donde los dictámenes de los “maestros” deciden que es verdadero y que no.

Voy a traer a colación dos ejemplos:

El primero: se ha difundido en la comunidad (corporación) de los historiadores argentinos, y así se enseña en la universidad, que para la clase obrera (o los “sectores populares” como es moda llamarlos hoy) la década de 1930 en Argentina es una “década de conciliación y sin lucha”; por supuesto basta observar la realidad misma de esa década para refutar semejante afirmación; por poner unos pocos entre los miles de ejemplos posibles podemos citar la huelga general de 1936, con sus combates callejeros, en que buena parte de la ciudad de Buenos Aires quedó en manos de los obreros huelguistas, de las mujeres y niños proletarios y de otras fracciones populares, que tomaron las calles, destruyeron más de 80 vehículos de transporte y obligaron a la policía a encerrarse en las comisarías y al gobierno a acuartelar las tropas del ejército y la marina y forzar a los empresarios a llegar a un acuerdo con los huelguistas; también la drasticidad de la lucha entre las organizaciones obreras y los defensores del orden establecido que llevó al mismo Nicolás Repetto (enemigo de los “métodos violentos” si los había) a proponer la organización de una defensa armada del Partido Socialista, que por cierto se constituyó. Sin embargo la comunidad de historiadores ha dictaminado que no hay lucha y esa es la “verdad” si se siguen los criterios del Manifiesto.

El segundo ejemplo: la comunidad de historiadores había dictaminado no hace mucho el fin en nuestros días de “la política en las calles”; nuevamente la observación de la realidad a lo largo de la década de 1990 hubiera permitido mostrar la falsedad de esta afirmación; sin embargo hicieron falta hechos como los del 19 y 20 de diciembre del año pasado, cuando la movilización popular forzó la renuncia del gobierno de la Alianza y de su ministro liberal Cavallo, para que se tomara conciencia de que esa “verdad” no era tal.

Esto nos remite a las condiciones en que se produce el conocimiento: se suele hacer referencia al compromiso de los historiadores con las luchas populares de las décadas del 60 y 70, y como esto “deformó” su mirada sobre la realidad, por lo que se habla del “fracaso de la ‘historia total’” de esos años. Mucho menos se toma en consideración el compromiso (objetivo) de muchos intelectuales (incluyendo historiadores) con la ofensiva capitalista acaudillada por la oligarquía financiera en los ‘80 y los ‘90, que ayuda a explicar con más fundamento aquel fracaso.

En esta ofensiva se inserta lo que vagamente el manifiesto llama “1989” y que, debemos suponer refiere al proceso de restauración capitalista en algunas de las sociedades donde, en algún momento, el proceso histórico había constituido embriones de socialismo. (Entre paréntesis seame permitido señalar que ese proceso, al que el Manifiesto da un carácter de hito que finaliza una era, sólo es percibido así en determinadas tradiciones dentro del socialismo científico; los que venimos de otras tradiciones dentro del mismo cuerpo teórico, consideramos que, sin dejar de reconocer la importancia del hecho, no es la primera restauración ocurrida en la historia de la Humanidad, ni tampoco señala una tendencia irreversible).

Entonces considero que habría que hacer hincapié más que en los “valores  compartidos” del nuevo paradigma, en los elementos teórico metodológicos necesarios para la construcción de conocimiento científico en la situación actual. Es decir, asumir como compromiso la búsqueda de la verdad. Como, planteada esta afirmación, suele ocurrir que alguien manifieste que la verdad absoluta no existe, lo cual es obvio, debemos dejar en claro que estamos hablando de grados de aproximación a la verdad.

Y ya que el Manifiesto hace referencia a la necesidad de tomar “instrumentos ya construidos” voy a proponer algunos que han sido probados y más que probados para el análisis de las sociedades capitalistas (ya que de eso se trata hoy) y podríamos utilizar en la construcción de conocimiento científico: tener como central la dimensión enfrentamiento social, en tanto motor de los procesos históricos; enfrentamientos sociales que, mediante alianzas, se producen, fundamentalmente, entre clases sociales (aunque con múltiples manifestaciones que aparecen protagonizadas por las más diversas personificaciones de relaciones sociales); clases que se constituyen en el enfrentamiento y que tienen su asiento material en las relaciones establecidas en la producción y reproducción de la vida social; relaciones que determinan la constitución de mercados con territorios delimitados donde cristaliza un determinado estado de poder; que a la vez es inentendible por fuera de las relaciones entre los estados.

En síntesis, los instrumentos que dan cuenta de las relaciones de explotación y de opresión, y de los procesos de lucha que desarrolla la humanidad en la construcción de una sociedad más humana, por supuesto con el tiempo como dimensión fundamental en tanto es el espacio en que, como señaló
Marx, se desarrolla la humanidad.

 Agosto 2002