Eduardo Galeano - La guerra del Chaco
1933
Campos Jordán
La Guerra del Chaco
Están en guerra
Bolivia y el Paraguay. Los dos pueblos más pobres de América del Sur, lo que no
tienen mar, los más vencidos y despojados, se aniquilan mutuamente por un pedazo
de mapa. Escondidas entre los pliegues de ambas banderas, la Standard Oil
Company y la Royal Dutch Shell disputan el posible petróleo del Chaco. Metidos
en la guerra, paraguayos y bolivianos están obligados a odiarse en nombre de una
tierra que no aman, que nadie ama: el Chaco es un desierto gris, habitado por
espinas y serpientes, sin un pájaro cantor ni una huella de gente. Todo tiene
sed en este mundo de espanto. Las mariposas se apiñan, desesperadas, sobre las
pocas gotas de agua. Los bolivianos vienen de la heladera al horno: han sido
arrancados de las cumbres de los Andes y arrojados a estos calcinados
matorrales. Aquí mueren de bala, pero más mueren de sed.
Nubes de moscas y mosquitos persiguen a los soldados, que agachan la cabeza y
trotando embisten a través de la maraña, a marchas forzadas, contra las líneas
enemigas. De un lado y del otro, el pueblo descalzo es la carne de cañón que
paga los errores de los oficiales. Los esclavos del patrón feudal y del cura
rural mueren de uniforme, al servicio de la imperial angurria.
Habla uno de los soldados bolivianos que marcha hacia la muerte. No dice nada
sobre la gloria, nada sobre la patria. Dice, resollando:
- Maldita sea la hora en que nací hombre.
Céspedes
Contará Augusto
Céspedes, del lado boliviano, la patética epopeya. Un pelotón de soldados
empieza a excavar un pozo, a pico y pala en busca de agua. Ya se ha evaporado lo
poco que llovió y no hay nada de agua por donde se mire o se ande.
A los doce metros, los perseguidores del agua encuentran barro líquido. Pero
después, a los
treinta
metros, a los cuarenta y cinco, la polea sube baldes de arena cada vez más seca.
Los soldados continúan excavando, día tras día, atados al pozo, pozo adentro,
boca de arena cada vez más honda, cada vez más muda; y cuando los paraguayos,
también acosados por la sed, se lanzan al asalto, los bolivianos mueren
defendiendo el pozo, como si tuviera agua.
Roa Bastos
Contará Augusto Roa Bastos, del lado paraguayo, la patética epopeya. También él hablará de los pozos convertidos en fosas, y del gentío de muertos, y de los vivos que sólo se distinguen de los muertos porque se mueven, pero se mueven como borrachos que han olvidado el camino de su casa. Él acompañará a los soldados perdidos, que no tienen ni una gota de agua para perder en lágrimas.
1935
Camino de Villamontes a Boyuibe
Después de noventa mil muertos
Después de noventa
mil muertos, acaba la guerra del Chaco. Tres años ha durado la guerra, desde que
paraguayos y bolivianos cruzaron las primeras balas en un caserío llamado
Masamaclay -que en lengua de indios significa lugar donde pelearon dos hermanos.
Al mediodía llega al frente la noticia. Callan los cañones. Se incorporan los
soldados, muy de a poco, y van emergiendo de las trincheras. Los haraposos
fantasmas, ciegos de sol, caminan a los tumbos por campos de nadie hasta que
quedan frente a frente el regimiento Santa Cruz, de Bolivia, y el regimiento
Toledo, del Paraguay: los restos, los jirones. Las órdenes recién recibidas
prohiben hablar con quien era enemigo hasta hace un rato. Solo está permitida la
venia militar; y así se saludan. Pero alguien lanza el primer alarido y ya no
hay quien pare la algarabía. Los soldados rompen la formación, arrojan las
gorras y las armas al aire y corren en tropel, los paraguayos hacia los
bolivianos, los bolivianos hacia los paraguayos, bien abiertos los brazos,
gritando, cantando, llorando, y abrazándose ruedan por la arena caliente.
Eduardo Galeano - Memoria del Fuego 3 (1986)
Consultado en http://www.stormpages.com/marting/chaco.htm